Cuando estalló la pandemia, la editorial Tránsito tenía solo año y medio de vida. Pese al apoyo recibido por parte los lectores (las lectoras) tras publicar libros como La azotea, de Fernanda TríasLa azotea, o Quiltras, de Arelis UribeQuiltras, el sello no había pasado, ni mucho menos, el periodo de riesgo que debe atravesar cualquier empresa. “No era un proyecto estable ni sólido económicamente”, resume su editora, Sol Salama (Madrid, 1986). Y la preocupación, dice, “fue enorme”, “con momentos incluso de pensar que no sobreviviría”. La realidad, como a otros compañeros del sector del libro, la sorprendió enormemente. Las ventas se mantenían, igual que se mantenía el interés y el apoyo. “Se generó una red muy potente y nos sostuvimos unas a otras”, celebra.
El proyecto ha seguido adelante con buena salud, y se prepara para publicar en septiembre Tres truenos, de la argentina Marina Closs. Quizás quien lea este artículo haya observado una particularidad que tienen en común quienes publican con Tránsito. Sí, son mujeres. Tránsito solo edita a autoras. Puede considerarse una rareza, pero también es una rareza que, en una industria en la que la mayoría de lectores son mujeres, la mayoría de autores publicados siga siendo masculina. Ha pasado tiempo desde que Salama lanzó el sello, pero sigue viendo su decisión cuestionada de tanto en tanto. Ella se mantiene firme.
Pregunta. Piense un destino de verano al que soñara con ir durante confinamiento, para sobrellevarlo, y uno al que irá este año. ¿Coinciden?
Respuesta. Más que en un destino concreto pensaba en el olor de la naturaleza, y, sí, he podido venir a un lugar en el que de noche te duermes escuchando el mar.
P. Ahora que se supone que encaramos (por fin) la salida de la pandemia... ¿tiene miedo de lo que viene?
R. Pienso que más que salir del todo de la pandemia, cambiamos de etapa. Siento el miedo propio ante lo desconocido, porque por segunda vez comenzaremos un curso en el que sigue habiendo incertidumbres.
P. ¿Y cómo ve el futuro cercano? ¿Cree que nos esperan los brindis de los felices veinte o más bien las lágrimas de una larga crisis?
R. Creo que ya hay de las dos cosas porque estamos hipersensibles y muy en contacto con todas las emociones. Tenemos mucha angustia acumulada porque lo que hemos vivido ha sido insufrible, por el miedo sostenido durante tanto tiempo. De hecho, en la cuarentena y la desescalada, vi cómo a mi alrededor todo el mundo era muy resistente, el momento de quiebre vino después y está siendo largo. La gente está agotada, inquieta, conviviendo con la ansiedad. Y a la vez estos estados nos hacen necesitar más que nunca conectar con la vida, de una forma muy primitiva, con las ganas de vivir. Sentimos necesidad de celebrar cada pequeña cosa: estoy aquí, con estas amigas —a las que hoy por fin puedo ver— y voy a brindar por ello.
P. ¿Cómo le ha cambiado la pandemia? ¿Ha cambiado de alguna manera lo que considera importante en su día a día o vuelve a ser la de antes? ¿Se ves más solidaria o más solitaria?
R. No me siento como antes: lo social, el small talking me cuestan mucho más. La empatía me ha cambiado: soy mucho más empática, pero con menos gente. Después de atravesar esta barbaridad, de saber la cantidad de muertes que ha habido, siento que necesito más conexión, una mejor y más frecuente, con las personas a las que amo. Ahí noto más mi solidaridad personal: quiero ser un soporte constante para ellas, sobre todo para quienes no están encontrando refugio en nada. También estoy pensando en la muerte de otra forma, ¿cómo no? Y este pensar en la muerte tanto, aunque sea desde otro lugar que no es el pánico, te lleva a comportarte diferente cada día.
P. En el confinamiento parecía haber un consenso en el sector del libro: el ritmo de publicación era insostenible. Cuando abrieron las librerías, ese consenso desapareció. ¿Qué pasó? ¿Cree que la industria ha renunciado a aprender algo de la pandemia?
R. Creo que en el sector del libro, durante el confinamiento, vimos algunas acciones particulares de determinadas librerías y editoriales, algún manifiesto, diferentes críticas y autocríticas, y sí, se verbalizaba mucho que el ritmo de lanzamientos es frenético y que estamos condenados a la dinámica de la novedad. Pero esto es algo de lo que somos conscientes desde hace mucho —también sabemos que se debe en gran parte a lo que imponen los grandes grupos—, y tenía pocas esperanzas de que la pandemia lo cambiase. Yo quiero darle a cada libro la importancia que se merece, y para hacer eso sé que no puedo publicar un título al mes. Estoy descubriendo qué rentabilidad puedo alcanzar funcionando así.
P. El libro se ha recuperado mucho mejor que otros sectores de la cultura. ¿Lo han notado en la editorial?
R. Sí, hemos notado la recuperación. Cuando las librerías estaban cerradas tuvimos un miedo que luego no se correspondió con la caída de la facturación. Las ventas bajaron, pero no tanto como habíamos previsto. La labor de libreros y libreras fue encomiable, su capacidad de adaptación, de digitalizar procesos… Todo esto hizo que la gente desde sus casas pudiese seguir apoyándonos comprando libros y el ritmo se normalizó mucho antes y más fácilmente de lo previsto. De hecho, es una paradoja: estamos en plena crisis pero durante 2020 y en lo que llevamos de 2021 no hacen más que nacer librerías (es cierto que esto es, principalmente, en las grandes ciudades).
P. Hace poco conocíamos un estudio que señalaba que, mientras los escritores tienen lectores hombres y mujeres, las escritoras son leídas sobre todo por mujeres. ¿De qué manera cree que esta evidencia afecta a un proyecto como este, con un catálogo solo de autoras? ¿Cree que se ha cuestionado a Tránsito o a usted como editora por ello? un estudio que señalaba que
R. Como editora de Tránsito, proyecto centrado en publicar a escritoras, sé que el grueso del público lector son mujeres. Se percibe incluso cuando la gente nueva se acerca a nosotras por las redes sociales o en e-mails: mientras que ellas muestran admiración, respeto y ganas de empezar a leer el catálogo, ellos muestran extrañamiento (“¿Sólo publicáis a mujeres?, ¿por qué sólo publicáis a mujeres?”) y, muchas veces, rechazo o rabia (“Pues no lo entiendo”, “Qué forma de discriminar a los hombres”). Ahí estoy ya siendo cuestionada, yo y mi proyecto. Nos hemos agotado de que el canon haya sido masculino por defecto, de que los libros escritos por mujeres hayan sido tratados como cositas de mujeres para mujeres. Venimos combatiéndolo editoras, escritoras, libreras, periodistas culturales, y creo que estamos mucho más presentes en las mesas de novedades, en las listas de libros… Pero sí, en Tránsito, mientras que ellas nos leen de entrada, a ellos nos los tenemos que ganar. Con esa palabra. Como si hubiera que hacer una llamada de atención: eh, oiga, que esto es universal, que este libro te puede gustar, que las escritoras escriben sobre temas universales, y también, claro, sobre experiencias que les conciernen más particularmente a ellas; pero es que si no te interesa esta literatura, escrita con sus miradas y sus puntos de vista, quizá tengas un problema. Todo nos lleva a hablar de la masculinidad, de cuánto les cuesta perder espacios y privilegios, cederlos, replantearse su forma de ser hombres y de mirar mirar el mundo.
P. Imagínese en 2031: ¿cómo son las librerías, qué tipo de títulos hay en los catálogos de las editoriales, de qué viven los autores? ¿Ve una revolución o un día de la marmota?
R. Estamos siendo constantemente testigos de cambios, algunos más veloces y otros más graduales y profundos. Puedo pensar que las librerías se transformarán, que la relación entre el público y ellas cambie (como ya ha ocurrido durante el confinamiento), pero no puedo imaginarme que desaparezcan. Veo, en todo caso, una revolución. Y creo que los libros, como toda la vida ha sucedido, serán un reflejo del mundo, de las transformaciones. No nos vendrá mal que se deje de escribir sobre lo mismo, que es una sensación que tengo últimamente, que estoy leyendo lo mismo una y otra vez. Y me frustro. Habrán pasado algunas modas y leeremos sobre otoas temas, temas que quizá no podemos ni imaginar ahora mismo. Ahí hay incluso ilusión.
P. De los comportamientos que has visto en la sociedad en los últimos meses, ¿de qué te enorgulleces y de qué te avergüenzas? ¿Qué crees que se podría o podrías haber hecho de manera distinta?
R. Me enorgullezco del colectivo LGTBIQ+, que, ante actos de una violencia aterradora como ha sido el asesinato de Samuel Luiz el pasado 3 de julio, ha salido en numerosas ciudades del país a clamar contra el odio y la homofobia y la transfobia. Esto me enorgullece: que tras un atentado a la vida y a pesar del miedo que intentan que nos bloquee, salgamos a condenarlo, que no dejemos una agresión sin respuesta, que estemos tejiendo una red feminista que a muchas nos da la vida.
Me avergüenzo mucho de que se dejase morir así a las personas mayores en las residencias. Es algo que me da escalofríos, y que hayamos seguido sin más, normalizándolo. También me avergüenzo de los discursos tránsfobos que no han dado tregua durante la pandemia, y que vienen supuestamente de personas formadas e intelectuales.
P. Si pudiera enviarle un mensaje desde el futuro a su yo de marzo de 2020, ¿qué le diría?
R. Paciencia.
Cuando estalló la pandemia, la editorial Tránsito tenía solo año y medio de vida. Pese al apoyo recibido por parte los lectores (las lectoras) tras publicar libros como La azotea, de Fernanda TríasLa azotea, o Quiltras, de Arelis UribeQuiltras, el sello no había pasado, ni mucho menos, el periodo de riesgo que debe atravesar cualquier empresa. “No era un proyecto estable ni sólido económicamente”, resume su editora, Sol Salama (Madrid, 1986). Y la preocupación, dice, “fue enorme”, “con momentos incluso de pensar que no sobreviviría”. La realidad, como a otros compañeros del sector del libro, la sorprendió enormemente. Las ventas se mantenían, igual que se mantenía el interés y el apoyo. “Se generó una red muy potente y nos sostuvimos unas a otras”, celebra.