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Celebrar la Navidad en verano solo es posible en dos sitios: el hemisferio sur y Marina d’Or

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Mis padres pudieron llevarme muchos veranos a los Picos de Europa, a la Costa Brava o a comer espetos. Pero ahí estaba yo, con siete años y el pelo mojado todavía de la playa, viendo una cabalgata con un alumbrado cegador y fuegos artificiales como si fuese Navidad. Una situación tan surrealista solo se puede dar en el hemisferio sur o en Marina d'Or

Todavía hoy se puede disfrutar de este espectáculo a 15 minutos en coche de Benicàssim (Castellón). Es un pasacalle muy parecido a lo que se puede ver el cinco de enero en una ciudad cualquiera, pero a 40 grados y con bailarines que ponen su mejor sonrisa embutidos en un disfraz que imita a los personajes de Disney. 

Esta cabalgata representa el espíritu de Marina d'Or, el único sitio que alumbra sus avenidas con miles de bombillitas durante todo el verano. Todo esto para atrapar a los niños mientras sus padres cenan en la terraza de una pizzería terrible y cuentan los días para que acabe su única semana de descanso del año. 

Mis dos pasatiempos favoritos en este paraíso del entretenimiento tenían que ser un sufrimiento para mi familia. El primero era ir al jardín de la ciudad, un parque minúsculo con un estanque de peces koi decorado con piedras de cartón, olivos, plantas exóticas y estatuas griegas de mármol. 

El segundo era visitar el pabellón de Marina d'Or Golf, una carpa corporativa de la constructora llena de maquetas de lo que sería la urbanización en el futuro. Eran miniaturas de un complejo diez veces más grande de lo que era entonces la ciudad y prometían levantar un campo de golf kilométrico en un terreno que entonces tenía cultivos de secano, junto con hoteles, piscinas, lagos e incluso una Torre Eiffel y una torre calcada al campanario de la plaza de San Marcos de Venecia. 

Evidentemente nada de esto se construyó, pero tampoco nadie me dijo que fuera imposible que eso llegase a existir en medio de Castellón. Porque quien entraba en Marina d'Or daba por hecho que eso terminaría siendo Las Vegas de Europa. Porque así lo vendieron sus promotores allá por 2005, en los años más locos de la burbuja. 

Ahora los únicos que se pasean por allí son los jabalíes, que bajan de la montaña por la noche en busca de basura

Más de veinte años después, para la mayor parte de los españoles la ciudad ha quedado como un recuerdo de aquellos años de la fiebre del veraneo en el Mediterráneo de la nueva clase media, donde se madrugaba para coger hueco en la playa. Como mucho recordarán los anuncios de: Marina d'Or, ¡qué guay! o Marina d'Or, ciudad de vacaciones, dígame!

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Quienes terminaron comprando una casa viendo esas maquetas terminarían por meterse en un pozo: habían pagado una millonada por vivir en un supuesto complejo de lujo que solo tenía un par de supermercados para 15.000 viviendas y una playa de piedras que tardarían años en arreglar. 

La casa donde pasé la mayor parte de mis veranos en Marina d'Or todavía pertenece a unos amigos de mis padres que pagaron más de 200.000 euros por un piso que hace poco valía 40.000. Está en la otra punta de la ciudad y para llegar a él tienes que atravesar toda la avenida de Barcelona, la carretera que recorre los tres kilómetros y medio de la ciudad. 

Allí ya no llegan las luces de Navidad ni se ven los hoteles de cinco estrellas. Simplemente son tres moles de ladrillo levantadas en mitad del campo, una metáfora de la ciudad. La idea era construir más edificios alrededor, pero llegó la crisis del ladrillo y lo único que les dio tiempo a poner fueron las aceras. Ahora los únicos que se pasean por allí son los jabalíes, que bajan de la montaña por la noche en busca de basura. 

Mis padres pudieron llevarme muchos veranos a los Picos de Europa, a la Costa Brava o a comer espetos. Pero ahí estaba yo, con siete años y el pelo mojado todavía de la playa, viendo una cabalgata con un alumbrado cegador y fuegos artificiales como si fuese Navidad. Una situación tan surrealista solo se puede dar en el hemisferio sur o en Marina d'Or

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