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Maleta de libros

'El vientre vacío'

Portada de 'El vientre vacío'.

Noemí López Trujillo

La periodista Noemí López Trujillo tiene dos certezas: su deseo de ser madre y la imposibilidad de serlo cuando ella querría, dadas las precarias condiciones materiales y emocionales existentes. En el ensayo El vientre vacío, la reportera de la productora Newtral y especialista en información de género parte de su experiencia para estudiar la difícil relación generacional con los hijos. En este trabajo periodístico tiene tanto peso la voluntad de ser madre —y la angustia por la posibilidad de no poder serlo nunca— como la incertidumbre laboral y social con la que esta choca. infoLibre publica las primeras páginas del volumen, que llegará a las librerías el 23 de septiembre gracias a la editorial Capitán Swing.

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  Introducción

Mis pechos ya tienen grietas como si hubiese dado de mamar. Y mi tripa se hincha como si fuésemos dos. Tu cordón umbilical es un tallo que crece en el jardín. A veces sueño que mi leche es amarga y el bebé la rechaza. O que estoy a punto de dar a luz, corro hacia el hospital, sola, y la criatura resbala por mis piernas. Algunas veces, en el sueño, consigo llegar al hospital, me tumban en una camilla, mis piernas abiertas como las alas de un pájaro a punto de echar a volar, y doy a luz. No duele. Hay noches en que si el bebé del vecino llora, me despierto asustada como si fuese mi hijo el que chilla. Nada es real, lo sé. Me pienso madre, pero no lo soy.

 

Cada vez más imagino mi vientre vacío. Como una tumba a la que algún día llevaré flores. Un trozo de tierra yermo, un lugar en el que nunca habrá nada, que siempre estuvo muerto. Una latitud de mi cuerpo que no la siento como propia porque no crece en ella nada, y yo querría. Dicen: «Mi cuerpo, mis decisiones». Pero, de algún modo, un presente de precariedad e incertidumbre condiciona y marchita mis expectativas y decisiones. Me pienso madre, pero no lo soy. Me asusto. Me pienso sin hijo. Me asusto de nuevo. Anticipo mi pena porque es la única certeza que tengo ahora, la de que nada tiene por qué ir a mejor. Mi única seguridad es que tal cosa ya no existe.

Tenía 10 años cuando mi primo David nació. Mi tía nos dejó una noche al bebé en casa, le preparamos una cama en la salita, junto a la bicicleta estática. Recuerdo que me desperté a medianoche y fui a hurtadillas a la habitación para verlo. Me asomé a la cuna improvisada y le di besos en la cara. Pensaba: «Te quiero mucho». Pensaba: «Ojalá seas mío». Durante el día los adultos —mis padres y mis tíos— me hacían darme cuenta de mi propia realidad, que yo era muy pequeña para cuidar de un bebé. Pero durante aquellos cinco minutos a solas imaginé que era su madre. A partir de entonces, a veces fantaseaba con tener una barriga de embarazada. Me ponía frente al espejo, con un cojín bajo el jersey, y apoyaba mis manos en la cintura, a la altura de los riñones, como si llevase una gran carga en mi diminuto cuerpo.

Ahora tengo 30 y me pongo frente al espejo también. El juego que hacía de niña me resulta patético a mi edad. De cría, estaba todo por hacer. En mi cabeza, podía construir el futuro como me diese la gana, no había nada prohibido. Hoy, no consigo proyectarme más allá de los próximos meses. Ni siquiera puedo imaginar otro cuerpo que no sea este. Sé que todo puede cambiar en un segundo.

Les pregunto a mis amigas cómo se ven dentro de diez años. Sabemos qué haremos la semana que viene, pero no dentro de tres meses. ¿Tendré trabajo? ¿Me echarán de mi casa? ¿Habré conocido a alguien? La capacidad de predecir cómo serán nuestras propias vidas no existe porque la precariedad ha dinamitado la posibilidad de visualizar nuestro futuro. Las dinámicas se han configurado para que todo dure poco: compra lo que vas a cenar hoy, ya veremos qué comes mañana; quizá en un mes no tengas trabajo; recuerda que en un año acaba el alquiler de tu piso.

La incertidumbre que ha generado la crisis ha hecho tambalear no solo nuestras expectativas, sino también nuestras certezas más primitivas, aquellas que pensé que siempre se mantendrían incluso cuando no tuviese nada material a lo que aferrarme: un hijo, por ejemplo. Un panorama en el que no se permite nada más que el pensamiento cortoplacista, la pura supervivencia. Un escenario donde plantearse tener hijos da pánico. Pero no tenerlos, cuando lo deseas tanto, también.

Pienso entonces en la novela Quién quiere ser madre de Silvia Nanclares. Ese libro fue una revolución para mí; abrió una compuerta y dio paso a un pensamiento que me martillea desde entonces: ¿será demasiado tarde para mi cuerpo cuando mis circunstancias económicas, laborales y personales me permitan ser madre?

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El vientre vacío. Relato de una generación precaria y sin hijosNoemí López TrujilloCapitán Swing23 de septiembre de 201916 eurosEl vientre vacío. Relato de una generación precaria y sin hijos

'Gloria Anzaldúa: poscolonialidad y feminismo'

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La editorial

Capitán Swing es una editorial independiente especializada en ensayo que pone especial atención al libro político —con especial atención a los estudios sobre desigualdad, antirracismo y lucha contra la extrema derecha, la divulgación científica desde una perspectiva social, las investigaciones sobre medio ambiente y los títulos de no ficción feminista. Desde su creación en Madrid, en 2009, ha publicado títulos como Sociofobia, de César Rendueles; Borderlands / La frontera, de Gloria AnzaldúaAutobiografía, de Angela Davis o Los hombres me explican cosas, de Rebecca Solnit.

 

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