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La trampa de decir que hay trampa

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En las democracias occidentales los marcos legales están diseñados sobre la base de que quienes participan en política lo hacen respetando unas mínimas reglas de juego. El modelo se descompone cuando alguna fuerza política decide trabajar desde dentro para derruirlo al no existir soportes firmes para evitarlo. Trump y su círculo más cercano saben mejor que nadie que han perdido. También saben que reconociéndolo no consiguen nada. Hablar de trampas le da base a su discurso de que el sistema estadounidense está corrupto y que él es atacado porque se ha enfrentado al mismo.

La democracia está basada en la igualdad de oportunidades entre todas las fuerzas políticas y entre todas las ideas. El populismo ha roto este esquema. ¿Debemos equiparar la verdad y la mentira? ¿Tenemos que otorgar igualdad de trato a los corruptos y a los honestos? ¿Podemos homologar la defensa de la ley con quienes quieren quebrantarla? ¿Aceptamos unificar a quien fomenta la integración con quien promueve el odio? ¿Es justo dar el mismo espacio a quienes trabajan por reforzar un modelo de convivencia con quienes quieren destruirlo?

La batalla de la comunicación

Ahora mismo se están librando simultáneamente diferentes batallas en la guerra total que enfrenta a Trump y a Biden. La primera es el recuento de votos que determinará el resultado electoral. Parece abrirse una segunda batalla judicial debido a los procesos que Trump anuncia sin descanso. La tercera, la más intensa y cruenta estos días, se desarrolla en el territorio de la comunicación política. Ambos líderes luchan por imponer su discurso que es absolutamente antagónico e irreconciliable. En el frente político y en el judicial habrá un indiscutible ganador oficial. En el ámbito de la comunicación, el asunto es mucho más complejo y lo que no va a haber es un resultado definitivo, claro y rotundo.

Resulta evidente que Trump intenta enfangar en lo posible el terreno. Ese es el hábitat donde mejor se desenvuelve y donde hay que reconocerle una gran capacidad de llegada hacia sus adeptos. Seguramente, de cara al futuro, la estrategia del todavía presidente parece ser conseguir mantener el apoyo de los 70 millones de votantes que le han seguido hasta aquí. Sea cual sea su futuro, dentro o fuera de la política, le serán muy útiles. Ya sea como futuros votantes, si quiere volver a la carrera presidencial, o como clientes de sus negocios los va a necesitar. Se habla de su deseo de montar una cadena televisiva que no empezaría mal si cuenta con esa audiencia de partida.

Para Biden, se presentan semanas convulsas en las que todavía no va a tener la posibilidad de manejar los resortes del poder. Hasta el 20 de enero no tomaría posesión y, por tanto, va a tener que planificar todo el trabajo contando con que Trump no va a parar un momento en su actividad para entorpecer el proceso y para sacar partido a una transición que se presenta endemoniada.

10 argumentos y una conclusión

En los últimos días apenas hemos podido asimilar todo lo sucedido teniendo en cuenta la gran cantidad de hechos que han inundado los medios de comunicación. Hemos invitado a media docena de expertos en la materia de la comunicación política a que nos ayuden a extraer algunas lecciones de lo que hemos vivido. También les hemos solicitado que se aventuren a vislumbrar el panorama que se presenta. Estas son algunas de las ideas que nos ponen encima de la mesa:

1/ El espejismo de la inmediatez.

Una primera reflexión nos lleva a asumir la dificultad que supone entender lo que sucede a través de un acelerado entorno mediático dominado por la inmediatez como única medida de tiempo. Jordi Rodríguez Virgili, profesor de Comunicación Política en la Universidad de Navarra, explica cómo “una de las cosas que nos ha enseñado este proceso es la necesidad de tener calma y una perspectiva no tan inmediata”.

2/ El fracaso de las encuestas.

Las encuestas electorales parecen cada vez más una herramienta de comunicación política que un utensilio científico de análisis. Empieza a ser necesario entender por qué los estudios demoscópicos confirman una y otra vez la falta de acuracidad de sus previsionesacuracidad. Carlos Hernández, coordinador de Políticas Públicas de maldita.es, recuerda que “el fracaso en las encuestas en EEUU como industria de hace cuatro años se achacó a que había un electorado nuevo que apoyó a Trump y a la dificultad de estimar bien la siempre escasa participación. Hoy esta explicación ya no es válida”. Antoni Gutiérrez-Rubí, asesor de Comunicación en Ideograma, defiende visto lo visto que “es necesaria una nueva demoscopia que no solo analice encuestas sino también que observe y estudie en los electores sus comportamientos, emociones y sesgos ocultos”.

3/ El determinante valor de las urnas.

Otra de las novedades de los últimos tiempos es el reiterado peso que asume la propaganda política por encima de la realidad de las votaciones. Estamos acostumbrados, también aquí en España, a confundir la capacidad de subir el tono de las declaraciones o de fomentar la movilización ciudadana olvidando a veces la esencia misma de la democracia. La verdad democrática es el resultado de las urnas. Las legítimas diferencias ideológicas se dirimen en votaciones con todas las garantías legales que debieran ser respetadas por todos. En estas elecciones en EEUU, tal y como señala Diana Rubio, doctora en Comunicación y experta en protocolo: “Una vez más se ha constatado que el ganador se decide en las urnas, no en los medios ni en las encuestas”

4/ La polarización como boomerang.

Mucho se ha escrito y se ha hablado sobre la capacidad destructiva de la polarización como arma política. La utilización interesada del descontento social por parte de los populistas se ha convertido en un reclamo electoral de gran eficacia. Sin embargo, en estos últimos tiempos, se abre una interesante reflexión. Parece observarse cómo la extensión de la polarización, del enfrentamiento y del odio puede acabar provocando un efecto añadido. David Redolí, sociólogo y asesor político, plantea cómo “las estrategias de alta polarización, como las de Trump, se pueden volver en contra. Trump ha activado a muchos votantes demócratas que de otra manera se hubiesen quedado en casa poco seducidos por un candidato que no despierta pasiones, como Joe Biden”. En la misma línea se sitúa el vicepresidente de Llorente y Cuenca, Joan Navarro, quien considera que “esta ha sido la primera gran campaña activista de la historia americana”: “La causa de estas elecciones ha sido devolver la dignidad a la democracia americana. Solo esto explica la inmensa movilización electoral, la mayor concentración de voto de ningún presidente anterior sobre una persona, Biden, que no levanta ninguna pasión”.

5/ Vislumbrar los acontecimientos.

La celeridad impuesta en la nueva concepción de los medios de comunicación ha convertido en ineficaz la vieja estrategia de la acción-reacción que llevaba a ir tomando decisiones a medida que los acontecimientos se iban precipitando. La moderna comunicación política exige un replanteamiento del modelo. Luis Arroyo, presidente de Asesores de Comunicación Pública, defiende ”la importancia de fijar previamente las expectativas y el terreno de juego. Si los demócratas no hubiesen advertido de que podía parecer que Trump ganaba las elecciones, aunque el voto por correo iba a dar la vuelta al resultado, no sé qué habría pasado. Trump se hubiese autodeclarado presidente sin posibilidad de contestación real”.

6/ La fortaleza del trumpismo trumpismo.

La extraordinaria satisfacción vivida entre los sectores anti-Trump existentes en todo el mundo no puede ocultar la realidad del sólido apoyo mostrado por 70 millones de estadonidenses que siguen respaldando su forma de entender la política. Antoni Gutiérrez-Rubí cree que a raíz de los resultados “hemos entendido que Trump no es un accidente y que lo que ocurrió en 2016 no fue una anomalía. Habrá Trump o trumpismo durante muchos años porque los demócratas han conseguido que mucha más gente vaya a votar, pero no han disminuido su fortaleza”.

7/ Ni se había roto ahora, ni se podrá coser de inmediato.

Todo parece indicar que la sociedad estadounidense que ha estado dividida durante muchos años lo va a seguir estando. David Redolí explica cómo, en realidad, “desde el punto de vista social, Trump no ha roto ni dividido Estados Unidos. Ya estaba roto y dividido desde hacía varios lustros. Casi 70 millones de personas han votado lo que representa el partido republicano que recoge el sentir de los que se ven amenazados: salarios más bajos, cada vez más difícil encontrar empleo, difícil acceso a la vivienda, menos expectativas de mejora en el ascensor social... Ni Trump ha roto EE.UU., ni Joe Biden lo va a coser. Va a seguir dividido mientras no se corrijan las desigualdades sociales que tienen que ver con el modelo económico que anidan en su seno”.

8/ Una víctima llamada Trump.

La estrategia del aún presidente es palmaria. Se trata de presentarse como la víctima del sistema que él quería derribar. Carlos Hernández entiende que “con este relato, pretende salvar su ego y su reputación de ganador, que es la que ha tenido durante toda su vida, incluso ante sus mayores fracasos. Hacerse la víctima le pone las cosas más fáciles para poder seguir siendo una figura influyente en el Partido Republicano”. En esta misma línea, el profesor Jordi Rodríguez Virgili observa cómo “él se presenta a sí mismo como un hombre hecho a sí mismo, un ganador, cuando realmente estamos viendo que no es así. En toda su trayectoria profesional como empresario, ha salido siempre de los sitios con bancarrota, le han tenido que echar y en este caso parece que será lo mismo”.

9/ El nuevo rol de Trump.

Todo parece indicar que el que fuera estrella de realities en televisión, reconvertido en presidente de la primera potencia mundial, piensa mantenerse en el primer plano de la actualidad. Para ello, en esta segunda temporada de su serie como líder político, parece que va a desempeñar un nuevo papel. De alguna manera, pretende presentarse como El Vengador JusticieroEl Vengador Justiciero, derribado por la corrupción del establishment de Washington. El propio Virgili entiende que “Trump pretende deslegitimar el resultado y deslegitimar el sistema para sembrar el caos y la desconfianza. Esto le va a permitir seguir socavando la presidencia los próximos años. En la desafección, es dónde él se mueve bien”. Diana Rubio habla directamente de “sobreactuación” y anticipa que “en el tiempo que le queda hasta la ceremonia de toma de posesión, va a dar mucho que hablar”.

10/ El nuevo rol de Biden.

El presidente electo se enfrenta también a un cambio de su posición en el nuevo escenario post-electoral. Virgili apunta que, tal y como el propio Biden ha expuesto en sus apariciones de estos días, “uno de sus grandes retos es reducir la polarización. Tiene que ser un presidente que intente unir al país y volver a la senda de construir consensos políticos y sociales imprescindibles con la parte del Partido Republicano que más se quiere alejar de la confrontación”. De nuevo, como recuerda Diana Rubio, “Biden tiene que ser el líder opuesto a todo lo que es Trump”.

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Conclusión: La próxima batalla será mediática.

La guerra continúa y los choques parece que van a ser irremediables. La comunicación política va a estar en el centro de la actividad de Trump y Biden en las próximas semanas. El punto de partida es que, según explica Carlos Hernández, “es muy difícil competir con Trump por el espacio mediático. Biden, al igual que durante la campaña decidió ignorar sus provocaciones y centrarse en el mensaje de la pandemia, ahora va a intentar mantener presencia mediática cada poco tiempo para que nadie piense que está dejando el espacio y que no está contestando a las acusaciones de Trump de fraude”.

Trump va a atacar siempre que pueda y hasta donde pueda. Es su estrategia para justificar su derrota y para sentar las bases de su futuro. Posiblemente, será de gran intensidad al unirse lo que más le apetece hacer con lo que más le interesa. A Biden le ocurre lo contrario. Seguramente, el cuerpo le pide a los demócratas otra actitud, pero parece claro que van a buscar eludir el conflicto, fomentar la distensión y avanzar desde el gobierno. Su principal soporte debería ser lo que Trump nunca buscó respetar: la ley, la justicia social y la democracia.

En las democracias occidentales los marcos legales están diseñados sobre la base de que quienes participan en política lo hacen respetando unas mínimas reglas de juego. El modelo se descompone cuando alguna fuerza política decide trabajar desde dentro para derruirlo al no existir soportes firmes para evitarlo. Trump y su círculo más cercano saben mejor que nadie que han perdido. También saben que reconociéndolo no consiguen nada. Hablar de trampas le da base a su discurso de que el sistema estadounidense está corrupto y que él es atacado porque se ha enfrentado al mismo.

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