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Miniseries imperfectas para pasar noches perfectas de verano: ‘Círculo cerrado’, ‘Vigilante’ y ‘Jury duty’

Diseño sin título - 1

Este verano todavía se pueden experimentar fantásticas veladas caseras en terrazas, jardines o abriendo las ventanas. Con pipas, fruta, helados o alguna bebida. Noches disfrutables en las que con suerte corre algo de brisa.

Algunas de ellas se pueden pasar viendo series entretenidas, con repartos brillantes, y ¿a quién le importa que no hayan quedado perfectas? En noches como esas la perfección puede ser ampliamente superada por la imperfección.

Elogio de la imperfección

Lo perfecto nos exige atención plena mientras lo defectuoso añade grandes placeres. Por ejemplo, permite hablar sin sentir que se está traicionando ninguna obra de arte. Como si te llaman por teléfono o vas al baño y al volver preguntas: “¿Qué ha pasado?” y tiras para adelante. Eso la perfección no te lo permite sin una punzada de mala conciencia.

Círculo cerrado es uno de esos títulos en los que se ha logrado un punto de partida interesante, una producción impecable y algunos actores a los que siempre apetece ver. El hijo de una riquísima familia neoyorquina está a punto de ser secuestrado y en su lugar lo es un amigo con el que había quedado.

Un secuestro equivocado en Círculo cerrado

La familia se enfrenta a dos dilemas, averiguar quién y porqué quería secuestrar al chico y liberar al secuestrado aunque sea un desconocido. Claire Danes y su inigualable manera de vivir el estrés protagoniza la historia junto a una Zazie Beetz siempre interesante y con pegada. La actriz, que dio la réplica a Joaquin Phoenix en la película Joker, lidera la investigación.

Sus pesquisas llevan a una comunidad inmigrante poco retratada en ficción estadounidense, la de los guayaneses, y más concretamente de la región de Esequibo. La familia, con personajes como el interpretado por Dannis Quaid como cocinero televisivo o el resultón Timothy Olyphant y la mafia secuestradora, con la formidable presencia de CCH Pounder, guayanesa, por cierto, garantizan el entretenimiento.

Dirigida con estilo y con oficio

La dirección corre a cargo de Steven Sodebergh, capaz de pasar años firmando trabajos alimenticios tras rachas de taquillazos como los Ocean,s Eleven, Twelve y 13 o Erin Brockovich. El director siente también especial atracción por las historias sexis al estilo de las que tanto se llevaron en los ochenta y noventa.

En esta ocasión cuenta con un argumento inspirado en la excelente película de Akira Kurosawa El infierno del odio, de 1963. A partir de lo contado en el filme, Ed Solomon ha escrito un guion original que, aunque empieza muy bien y contiene muchos elementos interesantes, se hace un buen lio a veces.

Deslumbrantes fantasías inmobiliarias

Pero los ingredientes positivos resultan más que suficientes para pasar buenos ratos y disfrutar de sus seis episodios en HBO Max. Su crítica al capitalismo no impide por otro lado saborear su fantasía inmobiliaria. Gente bien vestida que pasea por apartamentos de ensueño con reformas prohibitivas.

La estética resulta clave para disfrutar un producto audiovisual. En su sentido más trascendente, la más elevada se logra a través del talento artístico para encuadrar, iluminar, localizar, dirigir, sonorizar o montar el metraje. Pero un sucedáneo frívolo que también regala sus satisfacciones viene dado por unos actores atractivos, unos paisajes deslumbrantes o lo que se ha dado en llamar porno inmobiliario.

Casas que nunca tendremos y que seguramente ni siquiera tienen quienes las tienen, ya que no les falta una rama de almendro en un jarrón o una fuente de limones y limas en la cocina o un libro descuidadamente abierto junto a una taza de té con una chimenea en su plenitud al fondo. Todos estos elementos visuales hacen mucho más fácil perdonar alguna que otra incongruencia en el guion.

El vestuario de ensueño de Naomi Watts en Vigilante

Algo parecido le ocurre a la serie Vigilante, del año pasado. Siete episodios de Netflix protagonizados por Naomi Watts y por Bobby Cannavale, ambos excelentes actores y sumamente atractivos.

Junto a ellos coprotagoniza la producción una casa preciosa y en este caso además el vestuario y todo el estilismo de Naomi Watts. Un buen puñado de artículos se dedicaron a descifrar sus claves, por ejemplo en la revista Hello o en Harpers Bazaar.

Drama, miedo, pero sobre todo estilazo

La serie trata de unos acomodados propietarios que comienzan a disfrutar de su recién adquirido chalé cuando una sucesión de extraños fenómenos se empeña en aguarles la fiesta. Un poco de miedo, lo justito. Un poco de drama, sí, pero amortiguado por el cachemir de los jerséis blancos de Watts.

Junto a los protagonistas, el nuevo icono televisivo, Jennifer Coolidge, una especie de Cristina Tárrega con auto ironía, nada menos que Mia Farrow y Margo Martindale, ni joven ni guapa y a su manera visualmente muy atractiva y con una fantástica voz.

Un nuevo éxito de la factoría Ryan Murphy

Y es que la serie la firman dos pesos pesados del entretenimiento, Ian Brennan y Ryan Murphy, en su enésima colaboración. Han pasado juntos por los musicales de instituto con estética de colorines hasta la truculenta serie sobre el psicópata asesino Jeffrey Dahmer.

Siempre buscando audiencias amplias y utilizando para ello cualquier recurso con gancho a su alcance. Inmersos, sino definiendo, la cultura pop de sus tiempos.

Un enorme engaño para una sola víctima

Separada de los dos títulos previos se acaba de estrenar Jury Duty, en Prime Video. Separada en primer lugar porque no pertenece siquiera al género de la ficción, al menos no del todo y porque no se encuadra en la tendencia de drama y lujo en la que caben las otras dos.

Ronald Gladden es convocado como miembro de un jurado, pero todas las personas que conoce y con las que convive durante el proceso son actores excepto él. Se organiza un gigantesco Show de Truman, o un Inocente, inocente en torno al joven que se alargará durante un mes.

Guionistas curtidos en The office

Lee Eisenberg y Gene Stupnitsky han creado y dirigido este curioso experimento. Ambos guionistas se conocieron cuando se incorporaron a la vez al equipo de la serie The office, en el que permanecieron varios años. Posteriormente a esa apreciadísima comedia han firmado varias películas de cierto éxito comercial y menor a ojos de la crítica.

A Eisenberg y Stupintsky hay que reconocerles el descomunal valor de montar una producción en torno a un desconocido y confiar en que no se desmote por completo en algún momento del proceso.

Experimento con riesgos

Su experimento convence como concepto pero no divierte todo el tiempo. La broma es larga, tanto para su víctima, que pasa encerrada un largo mes, como para el público, que se enfrenta a ocho episodios.

Uno de los alicientes claros reside en seguir al protagonista, y bastante hace el pobre. Participativo, encantadoramente ingenuo, por algunos momentos bienqueda hace su aportación, involuntaria, al paripé.

Un protagonista entrañable

Un gran tipo, un buen ciudadano que siempre da un poco de pena mientras sabemos que el globo en el que se encuentra viviendo día tras día acabará pinchándose. Recuerda de verdad al bueno de Truman de la gran película protagonizada por Jim Carrey y escrita por Andrew Niccol.

Lo demás, que es mucho, funciona en ocasiones y proporciona algunos buenos gags. Otros momentos son víctimas del propio formato. Apenas se puede contar con relaciones entre terceros por las que no pase el protagonista, ya que sabemos que sus personalidades están fabricadas para el engaño.

Gags mejorables

El guion se puede construir hasta cierto límite, porque depende del único inocente de la farsa. Pero la parte que se podía maquinar también es mejorable. El caso juzgado tiene su punto de interés, con una demandante estirada y un demandado pringado, pero podía haber sido más divertido.

Las personalidades de los muchos cómplices del engaño proporcionan comedia y están bien diseñados, hacen una buena media, pero no se ha logrado ningún momento o personaje espectacular de los que vayan a dejar huella durante un largo periodo.

El valor de innovar

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A pesar de sus limitaciones, merece una oportunidad. Se trata de una serie única que difícilmente se repetirá y conviene recordar que al final del episodio siete se produce la gran revelación de que todo era una broma y se retoma el interés.

La última entrega muestra tanto cómo se ha realizado la serie como las reacciones de Ronald Gladden al recuerdo de cada incidente ocurrido. Presenciamos como él las enormes dimensiones del montaje, para más inri, realizado durante la pandemia.

En definitiva, Círculo cerrado, Vigilante y Jury Duty ofrecen tres propuestas interesantes, no redondas, pero de las que permiten conversaciones superpuestas, furtivas consultas al móvil o no estar a lo que se está y a pesar de todo apreciar sus numerosos puntos fuertes, su valor como entretenimiento y el enorme mérito profesional de todos los involucrados en ellas. Y al fin y al cabo, nadie es perfecto.

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