‘The Crown’ ha muerto y la pregunta ahora es: ¿Viva el rey?
Qué astuto es Peter Morgan, el creador y principal guionista de The Crown, el biógrafo no autorizado más influyente de Isabel II. Respeta escrupulosamente los hechos reales en los que basa su serie sobre la monarquía británica, pero ¿y lo que pasó en las bambalinas entre esos hechos?
Ahí imprime el guionista una inteligente pero fuerte posición editorial. El caso más notorio es el que afecta a Carlos III de Inglaterra. Este rey sin tirón se beneficia de un tratamiento de lujo en la serie de Netflix.
Manipular desde el reparto
Para empezar, por la elección del actor para encarnarlo en las últimas entregas, en su versión madura que le lleva casi hasta la actualidad. En lugar de optar por un intérprete de físico poco agraciado como el propio monarca se ha optado ni más ni menos que por Dominic West, un actor de mandíbula y hombros anchos con porte imponente que se aleja tanto de su modelo que no se puede suponer que la elección ha sido inocente.
Lo mismo se hizo desde el principio con Camila Parker Bowles, la actual reina consorte a quien se favoreció con su representación en pantalla a cargo de la atractiva actriz Emerald Fennell.
Contar los errores de la monarquía británica
Morgan ha presumido de no haberse cruzado una palabra con su musa, la fallecida reina Isabel. A pesar de todo puede considerarse uno de sus fieles servidores. El escritor de la película The Queen, de la obra de teatro The Audience, sobre las audiencias de la reina con los doce primeros primeros ministros con los que despachó, y esta serie no rehúye los charcos más sucios en los que ha caído la monarquía.
Su aproximación a ellos se produce desde la dignificación de las motivaciones que llevan a los personajes a cometer unos errores que no se podrían esconder en ningún caso porque han sido infinitamente reproducidos por la prensa y fijados en la memoria de millones de personas.
Salvar al heredero Carlos
El rey Carlos es un personaje poco simpático que se casó con una joven e incauta Lady Di sin avisarla de que su afecto estaba comprometido a otra persona, Camila. Lady Di sufrió constantes depresiones, contó su verdad en público, se divorció y murió joven trágicamente.
La última temporada de The Crown pone enorme empeño en salvar la figura de Carlos del ciclón de impopularidad que lo ocurrido a Diana de Gales acarreó. No solo aparece como el ex perfecto, sino que es consciente de sus errores y los lamenta sinceramente.
Inventar un héroe
¿Cómo no perdonar a quien está genuinamente arrepentido? El problema es que esa es la parte no documentada, los huecos entre acontecimientos probados, que redimen al personaje de los datos verdaderos e innegables.
Con Carlos no se escatima la misericordia. Sabida su frialdad como padre se hace al entonces heredero consciente de sus propias limitaciones y se justifican en su propia desgraciada infancia. Otro rasgo, esta autoconsciencia, que despierta simpatía automática.
En general se hace hablar a Carlos como una persona madura, inteligente, sensible, justa, prudente y noble que no cuadra con el carácter que asoma de él en sus numerosas apariciones en la vida real.
Novelar a una de las familias más famosas del mundo
El embolado en el que se ha embarcado Peter Morgan para entregar esta serie es imponente. Novelar la historia recientísima del Reino Unido a través de una familia central y disfuncional.
Y el resultado es excelente. A pesar de lo manipuladora que pueda ser su versión de la historia, en algunos casos tendenciosa, está prodigiosamente escrita. Combina dos elementos que la han convertido en importante.
Grandiosidad e intimidad
La grandiosidad de la corona, del presupuesto, del reparto, de los escenarios y vestuarios y los temas, incluso el periodo histórico que abarca se alterna con el dominio absoluto de Peter Morgan de la intimidad.
La característica más destacada de esta serie han sido sus conversaciones a dos. Morgan las ha convertido en un género en si mismo. Dos personas se encuentran cara a cara y ante ellas flota lo no dicho.
La carga eléctrica de tener que decirse las cosas a la cara
Una tensión eléctrica inunda el aire cuando hay que decir algo difícil. Si se encuentran varias personas en escena esa tensión se diluye. En The Crown al final solo quedan dos. En este mundo ideal las cosas se terminan diciendo y la verdad asoma al no tener donde esconderse.
Sus diálogos siempre tienen importancia, suelen explicar psicológicamente a los personajes y suelen hacerlo desde la pura palabra más que desde el subtexto. Mirándose a la cara uno de los personajes se desahoga y el otro aprende algo de su punto de vista.
Elevarse sobre la vulgaridad
Morgan parece querer que se entiendan todos los puntos de vista de una historia y lo suele conseguir. Siempre se eleva tanto por encima de la vulgaridad que conocemos por la prensa que puede llegar a resultar inverosímil. Todo el mundo es más de lo que se ve en público, pero no todo el mundo que mete la pata tiene una cara oculta sofisticada y sensible y perfectamente articulada.
En su despedida de esta producción en la que ha invertido una década ha mostrado de pronto ambivalencia en torno a algunos de sus dogmas. La reina Isabel murió mientras se rodaban los últimos episodios y Morgan replanteó el final.
La muerte es el principio del final
Aunque la serie deja su acción en el año 2005, en la boda de Carlos y Camila, la muerte de la reina se hace presente en el desenlace en forma de planificación de su propio funeral. El ensayo de la ceremonia de su fallecimiento y el enlace de su hijo y heredero hacen plantearse a la reina una posible abdicación.
La reflexión del esposo de Isabel II, Felipe, escrita por Morgan, termina cargándose la obra afanosamente construida por él mismo, en un giro sorprendente. La serie se llama La corona y no La reina, porque siempre ha insistido en el valor intangible de la institución, permanente, estable, frente a la volátil política.
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Sin embargo, en un momento de Felipe de Edimburgo, desaparecido en la trama, y de pronto imponente, que en mi opinión representa aquí por unos instantes al propio guionista, confiesa que los herederos no están a la altura del desafío. No tiene sentido negarlo más. El imperio se está desmoronando y la única ventaja será no vivir para verlo.
“El templo se derrumba”
“Estoy seguro de que todo el mundo seguirá fingiendo que todo está bien” dice el personaje. “Pero la fiesta ha terminado. La buena noticia es que mientras Roma arde y el templo se derrumba, nosotros dormiremos, querida, dormiremos” concluye.
Morgan se ha dedicado durante seis magníficas temporadas a construir y dar brillo al mito de la monarquía británica y en los últimos minutos mira su obra, le pega una patada y la desmorona como un padre que por fin acepta que sus hijos jamás serán lo que había soñado para ellos. Un drama dentro del drama. La última maravilla de The Crown.