Celia Elvira y Ángel, cómo llorar en soledad al amor de tu vida en tiempos de coronavirus

Eva Baroja

Son de la misma generación y los dos saben bien lo que es entregarse, amar incondicionalmente y darlo todo por alguien. Cuando la mujer de Ángel empezó con demencia y al marido de Celia Elvira le diagnosticaron Alzhéimer, no dudaron en acompañarles e ingresar con ellos en una residencia de ancianos, en Galicia y en Madrid. Ellos estaban bien de salud, pero no querían dejarles solos.

Estos dos matrimonios habían estado siempre juntos hasta que el coronavirus les separó de la forma más cruel. Ahora, intentan asumir la pérdida de la persona con la que han pasado toda su vida en la frialdad de una habitación, sin poder salir del centro para hacerles una despedida digna y sin encontrar consuelo en sus hijos, a quienes, todavía hoy y después de tanto dolor, siguen sin poder tocar ni abrazar.

En el barrio de La Guindalera, al noreste de Madrid, les conocían como el matrimonio que siempre iba de la mano. Ángel (90) intentó dársela una última vez a Carmen (84) cuando se la estaban llevando de la habitación que compartían juntos en la residencia. Fue imposible, así que la miró con dulzura y le preguntó: “Ahora no me dejarás, ¿no?”. Ella, a pesar de la demencia, entendió lo que decía y negó con la cabeza. No se volvieron a ver. Cuando Carmen ingresó en el Hospital de Móstoles después de varias semanas con fiebre y tos, tenía un trombo en el pulmón y estaba tan grave que murió a los pocos días. A él, que había dado positivo pero era asintomático, le comunicaron el fallecimiento por teléfono y lejos de sus hijas.

Se quedó allí, encerrado y solo, por primera vez en más de sesenta años y junto a la cama vacía de su esposa. “¿Cómo consuelas a una persona tan mayor en la distancia?”, se pregunta una de sus hijas, que ha heredado el nombre de su madre: “Ahora solo podemos verle una vez a la semana media hora, separados por una mampara. No he podido ni abrazarle ni apretarle mano para ayudarle a sobrellevar la muerte. Todavía no hemos pasado el duelo”.

Ángel y Carmen, en la imagen de arriba, y Evaristo y Celia Elvira, en la de abajo. IL

Cuando estos días el hijo de Celia Elvira (79) va a visitarla a la residencia de Vigo en la que hasta hace nada vivía con su marido Evaristo (82), no les separa una mampara, pero sí una mesa de dos metros de distancia y unas escrupulosas medidas de seguridad que cuesta mucho respetar cuando tienes frente a ti a una madre rota de dolor. Ella también superó la enfermedad que, sin embargo, atacó con fiereza la salud de Evaristo, cuyos pulmones llevaban tiempo maltrechos por todo el amianto que había respirado durante años en el astillero de la Ría de Ferrol. Sus hijos habían nacido en “una casa de tierra”, pero gracias al esfuerzo titánico de sus progenitores también habían tenido la oportunidad de estudiar.

Hacía tiempo que el Alzhéimer había borrado de la mente de Evaristo a su mujer, pero Celia Elvira quería permanecer a su lado hasta el final. Cuando estaba ya sedado y le quedaba un suspiro de vida, un auxiliar de la residencia la llevó a la habitación de Evaristo para que pudiese, a duras penas y sin tocarle, despedirse: “Le dije por teléfono que la iban a llevar a ver a papá, pero no colgó bien, se lo metió en el bolsillo y yo escuché desde el otro lado sus gritos de desesperación. Ella vivía por y para mi padre y tenía el síndrome del cuidador. Ahora que él ya no está, tenemos miedo de cómo evolucione”, explica su hijo.

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Ellos, los hijos, han vivido durante meses con la desesperación de no tener información suficiente, no saber cuál era realmente el estado de sus padres y tras su muerte, no poder verles ni despedirles: “Es un vacío extraño porque ahora vamos a la residencia y como no has visto nada, piensas que tu madre va a seguir allí”, explica Carmen. Para ella y para Raúl todo fue muchísimo más complicado porque la angustia se multiplicaba al tener a sus dos padres internos en el mismo centro: “Un día, desesperado, hice 38 llamadas a lo largo de la mañana y no hubo ni una sola respuesta. Saltaba el contestador con una melodía que siguen teniendo puesta y que cada vez que la escucho, me hace revivir absolutamente todo”, recuerda Raúl. Él fue solo a recoger las cenizas de su padre y tantos meses después todavía no ha podido hacerle un funeral y un homenaje digno junto a su madre. Prevé que ella, hasta mediados de agosto, no pueda salir de la residencia.

En la DomusVi de Barreiro, en Vigo, murieron cuarenta y siete ancianos. En la Edad de Oro de El Álamo, en Madrid, once. Allí todo va volviendo muy lentamente a la normalidad, pero el ambiente permanece enrarecido porque la vida de algunos ancianos, como la de Ángel y la de Celia Elvira, está en stand-by, a la espera de que la pandemia les devuelva lo que les quitó de un día para otro. Después de cuatro meses confinado, Ángel puede salir estos días diez minutitos al jardín. Allí se encuentra con compañeros que no veía desde que les aislaron.

En algunos cuerpos y mentes, el virus y el aislamiento ha hecho estragos y cuando se cruza con ellos, desde la distancia, sus miradas parecen decir: “Oh, ¡estás vivo!”. Otros, los que están más lúcidos, le preguntan que dónde está su mujer. Él tiene que explicar lo que ha pasado y se derrumba, pero cuando vuelve a la habitación, igual que Celia Elvira, no deja de rememorar los momentos tan felices que pasó junto al amor de su vida. Ya lo decía Salinas en uno de sus poemas, “solo muere un amor que ha dejado de soñarse”.

Son de la misma generación y los dos saben bien lo que es entregarse, amar incondicionalmente y darlo todo por alguien. Cuando la mujer de Ángel empezó con demencia y al marido de Celia Elvira le diagnosticaron Alzhéimer, no dudaron en acompañarles e ingresar con ellos en una residencia de ancianos, en Galicia y en Madrid. Ellos estaban bien de salud, pero no querían dejarles solos.

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