Feli Corvillo, la librera más guerrera de Madrid: “La pandemia ha devuelto a la gente a las librerías de barrio”

Madrid. Años sesenta. La cola de caballo que Feli lleva por coleta se balancea de un lado a otro mientras camina dando saltitos por la Colonia de El Viso una tarde de septiembre. Va cargada con una docena de libros. Solo tiene trece años y casi no puede con tanto peso, pero son sus primeros encargos y quiere hacerlo bien. Algo más de medio siglo después, la niña morena y menuda que repartía libros por las casas de Madrid sigue recogiéndose el pelo, ya canoso, en una larga coleta. Empezar a trabajar en aquella librería cambió su vida por completo. Tanto… que no volvió a salir de ella. Entre libros, encontró su pasión —la Historia—, su oportunidad para progresar y a Ramón: el amor de su vida. Le queda poco para jubilarse, pero puede presumir, orgullosa, de ser una de las libreras más guerreras y resilientes de Madrid.

Cuando sus padres se mudaron a la capital con las manos vacías desde un pequeño pueblo de Badajoz, Feli tuvo que dejar la escuela. Cambió los libros por trapos para limpiar el suelo de su edificio y los cuadernos por platos para fregar en un restaurante de la Calle Embajadores. Después de dos años encadenando trabajos demasiado duros para una niña tan pequeña y pasando hambre y penurias, le dieron la oportunidad de crecer. “La encargada de la Librería Oxford vivía en el edificio en el que mis padres eran porteros. Decidió que como era una niña muy pizpireta, me iba a llevar a trabajar con ella. El dueño, que había estudiado Derecho en Oxford, me quería mucho y me obligó a seguir estudiando como condición para que trabajase en la librería. Aprendí muchísimo”. En poco tiempo, Feli se convirtió en una devoradora feroz de literatura: desde Pearl S. Buck hasta Albert Camus.

El día que su jefe le dijo que quería cerrar la librería y con la angustia de que pudiese desaparecer, Feli se armó de valor, pidió un crédito y se convirtió en su dueña. Decidió ponerle otro nombre: de Librería Oxford a Librería Polifemo. Y especializarla en Historia. Pero esto fue lo único que cambió. La decoración estilo britishbritishcon grandes estanterías de madera oscura y el goteo constante de clientes del barrio se mantienen intactos hasta el día de hoy. Incluso han aumentado con la pandemia. “Está habiendo un cambio”, reconoce, “la gente se está volcando con nosotros y, en general, creo que con esta crisis hemos vuelto a valorar el pequeño comercio”.

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Este año tan agónico por el covid-19, la Librería Polifemo ha celebrado su cuarenta aniversario. Dos crisis y un negocio fallido en la Casa de América no han podido con el cíclope. Tampoco con su dueña, que ha dedicado su vida entera a sacar adelante su negocio: “El secreto es el trabajo. Yo estoy aquí todas las noches hasta las diez y cuarto y también los fines de semana. El margen de venta no es grande, así que tenemos que vender muchísimos libros”. Mientras otras librerías históricas, que tuvieron en La Transición sus años dorados, han ido bajando la persiana con el paso de los años, la Polifemo se ha mantenido al pie del cañón. Ni el libro electrónico ni Amazon les han hecho desaparecer.

El sonido de los cascabeles ya desgastados que cuelgan de la puerta dan la bienvenida a María Dolores, profesora de Física ya jubilada en el Instituto San Juan Bautista de Madrid. Feli conoce a la perfección sus gustos literarios: “Que venga un cliente, te pida consejo y aciertes es lo más satisfactorio del oficio de librero. En la relación con ellos siempre hay un punto de conexión muy importante”, comenta mientras charlan sobre libros como si fueran amigas de toda la vida. Es esto lo que más valoran los clientes. Hace un par de semanas, todos los niños del Colegio Menesiano vinieron a comprar un libro con sus padres para celebrar el Día de las Librerías. La cola era kilométrica. “Fue una demostración de apoyo que nos emocionó mucho”, reconoce.

Una anciana se inclina frente al escaparate de la librería mirando fijamente la portada de un libro sobre Juan Sebastián Elcano. Esta es la gran asignatura pendiente de Feli: “En cuanto me jubile, ¿sabes qué voy a hacer? Ir a la Universidad a estudiar Historia. Es mi gran ilusión y creo que la podré lograr”.

Madrid. Años sesenta. La cola de caballo que Feli lleva por coleta se balancea de un lado a otro mientras camina dando saltitos por la Colonia de El Viso una tarde de septiembre. Va cargada con una docena de libros. Solo tiene trece años y casi no puede con tanto peso, pero son sus primeros encargos y quiere hacerlo bien. Algo más de medio siglo después, la niña morena y menuda que repartía libros por las casas de Madrid sigue recogiéndose el pelo, ya canoso, en una larga coleta. Empezar a trabajar en aquella librería cambió su vida por completo. Tanto… que no volvió a salir de ella. Entre libros, encontró su pasión —la Historia—, su oportunidad para progresar y a Ramón: el amor de su vida. Le queda poco para jubilarse, pero puede presumir, orgullosa, de ser una de las libreras más guerreras y resilientes de Madrid.

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