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Iñaki Alonso, impulsor de la primera corrala ecológica de Madrid: “Otra manera de vivir es posible”

No tiene tele, tampoco coche, y todas las mañanas va en bicicleta con sus hijos al colegio. A Iñaki Alonso nunca le ha importado ser un bicho raro. Es más, lo disfruta. Sobre todo, cuando se presenta delante de grandes promotores inmobiliarios trajeados y les empieza a hablar del cambio climático. A principios de los 2000, cuando España empezaba a ser una gran meseta de ladrillo y hormigón, este arquitecto nacido en el barrio Salamanca decidió que quería dedicarse a construir casas ecológicas. “De niño iba mucho a una finca que tenían mis padres en un pueblo de Segovia y empecé a ver cómo la naturaleza se iba destruyendo en mis propias manos: cómo desaparecían los cangrejos, cómo una grafiosis mataba a los olmos, cómo enfermaban los conejos…”, explica sentado en la azotea de Entrepatios, con la sombra de El Pirulí al fondo.

Lleva solo cuatro meses viviendo con sus hijos en este edificio del barrio de Usera que les ha costado quince años sacar adelante. La primera casa ecológica que construyeron fue en Colmenar de Oreja, un municipio al sureste de la Comunidad. Veinte años después, han conseguido que Entrepatios sea el primer proyecto de cohousing ecológico en régimen de derecho de uso en Madrid capital. Los vecinos pueden disfrutar de las viviendas de por vida. Para entrar a vivir tienen que pagar una cuota inicial de entre 40.000 y 60.000 euros dependiendo del tamaño de la casa que luego se les devuelve si se quieren ir. Y al mes, pagan un alquiler de 600 euros. Junto a las otras dieciséis familias de la cooperativa —que hoy son sus vecinos— diseñaron en asamblea cómo querían que fuese su casa y apostaron por vivir de otra forma. Todo para intentar generar el menor impacto medioambiental. “Claro que es posible, pero hay que querer”, defiende Iñaki.

Este edificio, de cuya fachada de color rosa palo sobresalen macetas y plantas, no produce ningún tipo de contaminante ni dióxido de carbono a la atmósfera. Obtienen el suministro energético de las placas fotovoltaicas situadas en el tejado, que les permite cubrir un 80% del total de energía que consumen y gastar solo 20 euros al mes en electricidad y calefacción. Los aislamientos que protegen del frío los pisos proceden de pantalones vaqueros reciclados y la estructura y las ventanas son de madera: “Es una madera sostenible que viene del este de Europa y se trae en camiones. Cuando lo construimos, calculamos la huella de carbono de lo que costó traerlo hasta aquí y lo compensamos con una reforestación en Guadalajara”.

En Entrepatios todo está pensado para estar cerca del otro. Desde su estructura en forma de corrala hasta el wifi y las zonas comunes que comparten todos los vecinos. “Tenemos un problema de soledad e individualismo como sociedad. Yo siempre he creído que la arquitectura tiene mucha responsabilidad porque puedes diseñar un edificio para que existan relaciones humanas o no”, defiende el arquitecto. Por eso, desde el primer momento, quisieron que el ático del edificio, en lugar de ser el apartamento más exclusivo y luminoso, fuese una sala diáfana y multiusos con una cocina y un par de sofás. En ella, algunos vecinos teletrabajan y muchos fines de semana los más pequeños ensayan y hacen conciertos de rock.

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Lo pequeño es hermoso

Nadar a contracorriente no fue fácil y tuvieron que superar obstáculos de todo tipo: “Registrar los estatutos en la Comunidad de Madrid fue una locura y conseguir un crédito de garantía colectiva en vez de garantías individuales también fue muy complicado. Para comprar el suelo tuvimos que pelear con inversores. Todo es raro y diferente para el técnico del Ayuntamiento, el de la Comunidad de Madrid, el banco…”. Hoy esperan que cambie una ordenanza municipal para poder así reutilizar por fin el agua gris que producen. “El edificio está preparado para que el agua de la ducha va a un depósito de 10.000 litros que tenemos en el garaje donde se filtra y vuelve con una bomba a los inodoros. Somos conscientes de que esta ordenanza está obsoleta y que se cambiará en breves”, explica con optimismo.

Aunque con el pelo más canoso, sigue teniendo la ilusión del chaval que de pequeño disfrutaba cuidando de sus abejas y las colmenas en la finca de sus padres en Segovia. Para él, “lo pequeño es hermoso”, por eso pretende replicar esta experiencia de vivienda colectiva y ecológica en otros seis proyectos en los que ya están trabajando. “Hace tres años a la gente esto le sonaba a chino, muy raro. Ahora no, ahora me llaman para decirme: ‘¿Y aquello que nos contaste de hacer un edificio sin huella de carbono?’”.

No tiene tele, tampoco coche, y todas las mañanas va en bicicleta con sus hijos al colegio. A Iñaki Alonso nunca le ha importado ser un bicho raro. Es más, lo disfruta. Sobre todo, cuando se presenta delante de grandes promotores inmobiliarios trajeados y les empieza a hablar del cambio climático. A principios de los 2000, cuando España empezaba a ser una gran meseta de ladrillo y hormigón, este arquitecto nacido en el barrio Salamanca decidió que quería dedicarse a construir casas ecológicas. “De niño iba mucho a una finca que tenían mis padres en un pueblo de Segovia y empecé a ver cómo la naturaleza se iba destruyendo en mis propias manos: cómo desaparecían los cangrejos, cómo una grafiosis mataba a los olmos, cómo enfermaban los conejos…”, explica sentado en la azotea de Entrepatios, con la sombra de El Pirulí al fondo.

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