Entre cajas que anuncian una mudanza inminente, aparece una fotografía de una manifestación del 1 de mayo colgada de la pared, un cartel electoral, un recorte de periódico o el guion de los puntos a tratar en una comisión. Son huellas imborrables de las más de tres décadas que Lola García-Hierro ha dedicado a los demás. Con solo 24 años, se convirtió en la diputada más joven de la Asamblea de Madrid, durante la primera legislatura de la democracia. Su vida ha sido una lucha constante hacia delante, en lo político y también en lo personal, sobre todo después de que, justo un año antes de abandonar la política activa, le diagnosticaran colangitis biliar primaria, una enfermedad crónica todavía muy poco conocida que afecta al hígado.
Aunque se suele alisar el pelo y ahora lo lleva más claro, Lola siempre ha estado orgullosa de su larga melena rizada, oscura azabache y rebelde. Casi tanto como ella. Desde que empezó en la Transición, ha sido una política “peleona”, pasional y fiel a sus principios: “No soy una persona que siga de forma dogmática lo que diga otro, lo escucho y sobre eso me posiciono. Nunca me he callado y por eso he sido tan respetada, pero a la vez, muy criticada. Incluso me llegaron a vetar en mi propio partido”. Lola, que nació en 1958 en Urda, un pequeño pueblo de Toledo “muy católico”, llegó a la vida pública por casualidad: “Cuando me propusieron entrar en las listas, era la responsable de política sindical. Me quedé perpleja, sentía que no estaba preparada para representar a los ciudadanos”. Pero tenía tanta vocación de servicio público que llegó a serlo casi todo: concejala, portavoz, diputada en el Congreso, senadora y, en su última etapa, europarlamentaria.
Durante su larga trayectoria, ha luchado incesantemente por los derechos de las mujeres y ha mirado a los ojos a la cara más desagradable de la política, la del machismo que todavía imperaba en aquellos primeros años de la democracia: “Recuerdo estar interviniendo en un pleno del Congreso y que, mientras interpelaba, me llamaran roja o hija de... También, cómo mi hijo tenía que sufrir en el colegio las consecuencias de tener una madre política y de izquierdas”, explica con impotencia. Abrirse camino no era fácil en aquella época. Sobre ella, llegaron a publicar una noticia que hoy, desde los ojos de la perspectiva de género, llamaría poderosísimamente la atención: “No es una diputada corriente. La portavoz adjunta del Grupo Socialista de la Asamblea tiene un timbre de voz y un pronto eléctrico que la hacen destacar entre los 101 parlamentarios autonómicos”, decía el artículo.
Su lucha por la igualdad empezó mucho antes de convertirse en diputada, cuando animó a su madre, que sufría malos tratos, a denunciar en un tiempo en el que todavía el divorcio seguía siendo ilegal. Con su ejemplo en primera línea política, rompió moldes. Fundó la Federación de Mujeres Progresistas y luchó para abrir el camino hacia la paridad en los partidos e instituciones. “Mi generación ha ayudado a que las mujeres seáis respetadas con la dignidad que os merecéis y que se os valore por vuestra capacidad”. Era en 1988, en una ejecutiva del PSOE, cuando consiguieron aprobar la cuota que establecía que el 25% de los cargos políticos estuviesen representados por mujeres: “Había risitas, murmullos y sabíamos que algunos barones iban a votar en contra de la enmienda, pero tengo que reconocer que Felipe González fue decisivo para apoyarla. Intervino al final e inclinó el voto”.
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Aunque ha pasado por las más altas instituciones del Estado y ha sido diputada en el Parlamento Europeo, esta histórica del socialismo madrileño considera su etapa como concejala del desfavorecido distrito de Villaverde, al sur de la capital, la época más apasionante y fructífera de su vida política. “Hicimos renacer el barriorenac. Convocamos a las fuerzas vecinales y sociales para escuchar sus necesidades. Asfaltamos las calles, construimos colegios e institutos públicos, parques, una resistencia para mayores, la casa de la juventud, de la mujer… Incluso un centro de atención a drogodependientes”, recuerda orgullosa.
Unos peces que flotan, sin inmutarse, dentro de una pecera gigantesca y los programas de actualidad en televisión, –lleva la política en la sangre y se sigue revolviendo ante las injusticias–, han sido su única compañía durante estos últimos meses. La soledad pesa, sobre todo a ella, quien hace solo seis años iba todos los meses a Bruselas para acudir a reuniones y a los plenos del Parlamento Europeo. Fue allí donde le detectaron la colangitis biliar primaria, una enfermedad hepática y autoinmune que la ha limitado mucho. Iban a operarla en marzo, pero la pandemia lo detuvo todo.
Lo que más le duele es que la ha privado de estar con su gran alegría, su nieto de dos años: “Le veo y me preocupa más que nunca el futuro de los jóvenes porque no hay políticos que antepongan sus principios a sus intereses. Ahora necesitamos mucho más que unos Pactos de la Moncloa y trabajar codo con codo con la gente, resolver sus problemas y darles dignidad. Eso es y será siempre para mí la política”.
Entre cajas que anuncian una mudanza inminente, aparece una fotografía de una manifestación del 1 de mayo colgada de la pared, un cartel electoral, un recorte de periódico o el guion de los puntos a tratar en una comisión. Son huellas imborrables de las más de tres décadas que Lola García-Hierro ha dedicado a los demás. Con solo 24 años, se convirtió en la diputada más joven de la Asamblea de Madrid, durante la primera legislatura de la democracia. Su vida ha sido una lucha constante hacia delante, en lo político y también en lo personal, sobre todo después de que, justo un año antes de abandonar la política activa, le diagnosticaran colangitis biliar primaria, una enfermedad crónica todavía muy poco conocida que afecta al hígado.