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Óscar Palomar, voluntario de Mensajeros de la Paz: “Tras el derrame, tuve que rediseñar mi vida ayudando a los demás"

Es noche cerrada. Son solo las siete y media de la mañana y, cuando abre la puerta, ya hay una cola larguísima que dobla la esquina. Hace frío y mucha niebla, pero decenas de personas esperan su turno en esta céntrica plaza de La Latina para recoger la que, para algunos, será su única comida caliente del día. “¿Cuánto azúcar queréis en el café?”, les pregunta Óscar con una sonrisa oculta tras la mascarilla. Hace siete años, jamás se habría imaginado estar allí. Con una carrera de éxito como director comercial en una multinacional, su vida dio un vuelco cuando un derrame cerebral le dejó más de un mes en coma: “Me quedé incapacitado para volver a trabajar y tuve que rediseñar mi vida a través del voluntariado. Fue una ventana grandísima”.

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Camina apoyándose en un andador azul y no pierde de vista una libreta en la que va anotando cada actividad que hace a lo largo del día. Son solo algunas de las secuelas neurológicas que le dejó el derrame. “No tengo memoria reciente ni sensibilidad en la parte derecha del cuerpo, de rodilla para abajo no siento nada”, explica. Eso no le impide, sin embargo, estar puntualmente cada martes en este comedor de Mensajeros de la Paz repartiendo los desayunos. “Viene gente que está durmiendo en la calle, personas sin recursos que en esta época han perdido su trabajo o mucho poder adquisitivo”. La cola se ha hecho más larga durante la pandemia. Algunos días, desde este centro, han llegado a repartir hasta 250 desayunos, consistentes en una bebida caliente y una bolsita con bollería, chocolatinas, zumos y fruta.

“Hijo, o te paras tú o te para la vida”. Esto es lo que le dijo su madre una semana antes del derrame, que le pilló en un viaje de trabajo en Barcelona en el año 2013. Licenciado en Ciencias políticas y Sociología, Óscar –que siempre quiso ser político– vivía por y para su profesión en una empresa de recursos humanos. La mayoría de su tiempo lo ocupaba el trabajo, hasta que su cuerpo dijo basta. Durante el mes y medio que estuvo en coma en una ciudad que no era la suya, su mujer Victoria no se separó de él ni un momento: “El primer recuerdo que tengo es llegar a Atocha en una silla de ruedas y ver a mi familia dándome la bienvenida. Sé que al principio tuvieron que aguantar muchas malas caras y mal genio porque me costaba mucho aceptar mi situación”. Pero el voluntariado, y “sus dos efes”, su fe y su familia, le ayudaron a seguir adelante e ir pintando de nuevo el lienzo en blanco en el que se había convertido su vida.

Esta noche, el Congreso de los Diputados acogerá un año más la tradicional cena de Nochebuena de Mensajeros de la Paz, aunque esta vez será una entrega de comida a domicilio. Óscar –ávido lector que sigue disfrutando de sus paseos, aunque sea a un ritmo más lento–, lleva colaborando con la ONG del Padre Ángel muchos años. Primero, repartiendo cenas en los restaurantes Robin Food, y ahora, desde la crisis sanitaria, echando una mano con los desayunos. “Cada mañana, los voluntarios nos vamos de aquí dos kilos más gordos de satisfacción y sabiendo que hemos ayudado a gente que realmente lo necesitaba”, explica mientras entrega un último vaso de café con leche a un hombre, que se despide: “Muchas gracias, que Dios se lo pague”.

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