“En la historia del arte, nunca se ha menospreciado a un pintor que copiaba a otro”, tercia Sara Rubayo. Aún es más: “Muchos pintores de talla mundial se inspiraban en cuadros de sus maestros para homenajearlos, aprender de ellos o incluso tratar de superarlos”. Es el caso del cuadro Adán y Eva de Pedro Pablo Rubens, tan similar a Adán y Eva en el paraíso terrenal de Vecellio di Gregorio Tiziano. Cualquiera que no tenga constancia de que existen las dos versiones podría pensar que se encuentra delante del mismo lienzo, “pero no”, interrumpe Rubayo, historiadora del arte y divulgadora cultural: “Casi ochenta años separan a las dos pinturas”. Tiziano pintó la suya en 1550 y Rubens no la finalizó hasta 1629. Hoy, ambas se pueden contemplar en el Museo del Prado de Madrid, donde permanecen expuestas una al lado de la otra. “Es fantástico que se puedan visitar a la vez”, opina la historiadora, “es la mejor forma de encontrar todas las diferencias entre ambas”.
Pero antes, un poco de biografía de ambos pintores. Tiziano, que fue especialmente longevo para la época —nació a finales del siglo XV y murió en 1576 en Venecia— ostenta el título de máximo exponente de la denominada Escuela Veneciana y fue condecorado, entre otras, por la gran escuela del renacimiento, la florentina. “Quizás”, reflexiona Rubayo, “la gran novedad que introdujo Tiziano, cuyas obras estaban siempre relacionadas con la mitología, la religión y los retratos, fue, precisamente, la de mezclar en sus pinturas algunas de esas temáticas”. En muchos casos, pintó retratos de personalidades conocidas de la época —lo que hoy conocemos como celebrities— con cuerpos y atributos de figuras mitológicas. Popular en los círculos más elevados de su tiempo, Tiziano asistió en Bolonia a la coronación del Emperador Carlos V. Fue entonces cuando recibió su primer encargo para la corte española y, de hecho, nuestro país podría ser uno de los vínculos entre Rubens y el artista italiano, aunque este último jamás viajó a España.
El caso de Rubens es distinto. “Él sí que estuvo dos veces en la corte española”, apunta la historiadora del arte. “Sin embargo”, continúa, “no fue solo su faceta de artista la que lo trajo hasta aquí, sino que el exuberante pintor barroco también ejercía de diplomático en Flandes y, por tanto, su relación con la corona española era más estrecha que la de otros colegas”. La principal influencia de Rubens fue el propio Tiziano, pero también el arte clásico griego y romano, Leonardo o Miguel Ángel. Llegó a convertirse en pintor de cámara del Duque de Mantua y fue él quien lo mandó a España en 1603. La primera parada de Rubens en territorio español fue Valladolid, donde entregó unos presentes al rey Felipe II. “Esa fue la primera vez que el artista flamenco vino a España, pero no la única”, matiza Rubayo. Hubo una segunda, en 1628, cuando la archiduquesa Isabel Clara Eugenia lo envió a la península para mediar en una iniciativa de paz entre España e Inglaterra. A pesar de las reservas del monarca español, Rubens salió airoso de la misión. Tanto fue así que ambas cortes lo nombraron caballero real. Y fue en ese período de tiempo, que transcurrió entre largas negociaciones palaciegas y audiencias reales, que Rubens tuvo tiempo para pintar y, sobre todo, para fijarse en la pinacoteca real española y las obras de El Escorial de la mano de un joven Diego da Silva Velázquez. Allí encontró el Adán y Eva en el paraíso terrenal de Tiziano y decidió replicarlo, aunque, eso sí, con su sello propio.
Encuentra las cuatro diferencias
La primera diferencia que señala Sara Rubayo es la piel de los personajes. Aunque no es la más llamativa, sí que es muy representativa de ambos artistas. “Rubens pinta unas carnaciones mucho más vibrantes, es uno de sus rasgos pictóricos más reconocibles”. En el juego de miradas encontramos otro cambio que introduce el barroco. Mientras que el Adán de Tiziano mira directamente al amorcillo con cola de serpiente, el de Rubens dirige su mirada al fruto prohibido. Al mismo tiempo, el amorcillo de Tiziano mira a Adán y el de Rubens, a Eva. La mirada de ella, en cambio, permanece invariable en ambos casos. “También hay que hablar de la censura, ¿no?”, espeta la historiadora. Efectivamente, Rubens es mucho más laxo a la hora de taparle las vergüenzas a Eva —las hojas que cubren sus partes son más finas y escuetas— y todavía más en lo referente a Adán, que directamente aparece en el cuadro como dios lo trajo al mundo… y nunca mejor dicho. “También vemos un guacamayo en la versión de Rubens”, señala: “Con el pájaro repetidor nos está mandando el mensaje de que está homenajeando a Tiziano, su maestro”.
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Adán y Eva en el paraíso de Tiziano.
La comparación de cuadros que propone Rubayo es útil, explica, “para entender la conexión que existe entre los grandes maestros de la historia, que se influyen unos a otros”. En este caso, vemos cómo Tiziano influyó en Rubens, pero también Rubens influyó en Velázquez, al que conoció en sus visitas a España.
'Adán y Eva en el paraíso' de Rubens.
“En la historia del arte, nunca se ha menospreciado a un pintor que copiaba a otro”, tercia Sara Rubayo. Aún es más: “Muchos pintores de talla mundial se inspiraban en cuadros de sus maestros para homenajearlos, aprender de ellos o incluso tratar de superarlos”. Es el caso del cuadro Adán y Eva de Pedro Pablo Rubens, tan similar a Adán y Eva en el paraíso terrenal de Vecellio di Gregorio Tiziano. Cualquiera que no tenga constancia de que existen las dos versiones podría pensar que se encuentra delante del mismo lienzo, “pero no”, interrumpe Rubayo, historiadora del arte y divulgadora cultural: “Casi ochenta años separan a las dos pinturas”. Tiziano pintó la suya en 1550 y Rubens no la finalizó hasta 1629. Hoy, ambas se pueden contemplar en el Museo del Prado de Madrid, donde permanecen expuestas una al lado de la otra. “Es fantástico que se puedan visitar a la vez”, opina la historiadora, “es la mejor forma de encontrar todas las diferencias entre ambas”.