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Pablo Echenique: "Los derechos sociales y las instituciones no están a la altura de la gente"

María Granizo Yagüe

Sí se puede”. Cuarenta y dos años repitiéndoselo.

El lema de las plazas que abanderó Podemos, que entró en el hemiciclo y que llegó a la Moncloa en enero de este año, es el mismo con el que él creció. Aquel con el que cuando quería jugar al fútbol, sin ni siquiera ser capaz de gatear, le alentaba a olvidarse del balón para convertirse en el campeón del trivial. El mismo que le trajo de su Argentina natal guiado por la mano y el coraje de una madre que no se resignaba a que la enfermedad apagara a su hijo. También fue el lema que le impulsó a estudiar física cuántica para tratar de entender lo que casi nadie entiende.

El mismo sí se puede de los superhéroes que siempre le cautivaron porque nunca les superaba lo extraordinario pero tampoco lo cotidiano. Héroes de la ficción pero también de la esperanza para la comunidad discapacitada a la que pertenece por culpa de una atrofia muscular espinal. La misma que desde muy niño le hace rehén de una silla de ruedas pero libre para leer, para aprender, para empaparse del sí se puede que le transmitían los cómics y sus películas favoritas de Marvel. Esas en las que el profesor Charles Xavier no caminaba pero lideraba a los X-Men. Las mismas en las que la paraplejia de Madame Web no le impedía contactar mentalmente con su fiel amigo Spiderman y advertirlo de amenazas. Aventuras tan desafiantes como en las que Cyborg, sin un brazo, sin un ojo y sin piernas, demostraba habilidades sobrehumanas que le convertían en parte de Los Titanes.

Sin dispositivos cibernéticos en su cuerpo, sin máscara ni capa para volar, él, aún crío, creyó que se podía: desafió a la enfermedad, aprendió tres idiomas, y aunque no alcanzó su sueño infantil de ser astronauta, terminó un doctorado con sobresaliente cum laude y se convirtió en reputado científico del CSIC. Sí se puede también hizo que en el 15M aparcara la física molecular para convertirse en eurodiputado. Y la firme creencia en la afirmación que abandera la formación morada le ha convertido, seis años después, en el primer portavoz de un grupo parlamentario con discapacidad en la Cámara Alta.

Ejerciendo su escaño, aunque no pueda sentarse en él, forma parte del Gobierno de coalición que se enfrenta a una crisis sanitaria que ya suma cerca de 32.000 fallecidos y a una pandemia que ha desplomado la economía del país. Sin embargo, Pablo Echenique Robba sigue creyendo sin fisuras en “las tres palabras más importantes de nuestra época: sí se puede”.

Cruzando el charco en busca del milagro

Una línea recta de diez mil trescientos kilómetros, atravesando el Atlántico, une la argentina ciudad de Rosario con Zaragoza. Doce horas y media de vuelo separan y acercan ambas ciudades. El mismo tiempo que un billete de ida, pero sin vuelta, le alejó para siempre de sus raíces y de las de sus padres: una abogada y un marino mercante reconvertido en asesor fiscal que, tras la ruptura del matrimonio, probó fortuna viniendo a España.

Lejos del río Paraná, escenario de sus primeros juegos, Pablo Echenique dejó atrás todo lo que conocía del mundo: un barrio de familias humildes con ecos de tango, orgullo de Gardel y olor a yerba mate; también un colegio en el que nunca pasó desapercibido, no sólo por su discapacidad. Su coeficiente superior a 140 le situaba por encima de la media, le permitía hacer operaciones aritméticas inusuales para su edad, y leer temprana y vorazmente novelas de ciencia ficción como la checa Guerra de las Salamandras con la que hoy sigue disfrutando y no se cansa de revisar.

Su nuevo universo se sitúo en la capital de Aragón. Allí se estableció con su madre y su hermana, con sus dos mascotas, con tanta resiliencia como sentido del humor, y con una maleta empaquetada con sus 13 años de vida. La matriarca tenía claro el camino a seguir. Su brújula vital priorizaba la búsqueda de una sanidad y educación mejores para sus hijos. También la de un tratamiento al que la enfermedad hereditaria y degenerativa del pequeño, afectado por un 88% de discapacidad, no le condenara prematuramente a la muerte. El rechazo de la argentina a la resignación y su incansable peregrinaje por consultas médicas no le permitían olvidar que la atrofia muscular espinal no tiene piedad con la mayoría de los niños que la padecen. Por eso, se volcó en el cuidado y el tratamiento de su pequeño. Éste, camaleónico, sin volver nunca la vista atrás, encontró en la ciudad maña su lugar en el mundo: “No soy mucho de la magdalena de Proust. Mi sitio es Zaragoza. Es mi casa, mi hogar”. No vacila. Aunque a veces choque y recule, se redirige hasta con los bordillos. Tiene callo. Por eso dice alto que “lo que nos hace el mejor país del mundo es nuestro pueblo”. Y añade: “Lo peor es que los derechos sociales, las leyes y las instituciones no están a la altura de la gente”.

Un científico rendido al fútbol

Para aquel crío que, como ahora, necesitaba ayuda para hacer casi cualquier actividad física y al que la enfermedad sólo le da tregua para mover las manos pero no sujetar ni el más mínimo peso con ellas, desplazar un balón siempre fue impensable. No lo fue librarse de esa pasión tan argentina, religión elegida, que es el fútbol: “Después de treinta y cinco años viviendo en España, lo que me queda de argentino es sobre todo emocionarme en los Mundiales”. Ese delirio futbolístico indeclinable y su sentido del humor, con el que siempre ha combatido la atrofia de sus neuronas motoras, le llevó a aceptar la solicitud de un grupo de chavales para llamarse Elche Nike. Desde su Twitter, manifiesta su apoyo incondicional a la formación juvenil de fútbol siete: “¡Aúpa Elche Nike!”.

Sin embargo, no todo, más bien casi nada, en su adolescencia fue ver partidos de fútbol, películas de superhéroes y esperar a que su madre le colocara los codos en la silla para poder comer. Sin saber lo que era una integral, se presentó a las olimpiadas de Física y aún adolescente ganó el certamen de Aragón. Él nunca ha sabido esperar sin lógica ni tampoco perder el tiempo. En cuatro años, ya se había licenciado en Física por la Universidad de Zaragoza. Estudiaba inglés, francés y alemán. Y a los 27 una tesis sobre el plegamiento de las proteínas, uno de los problemas sin resolver de la biología molecular, le titulaba como doctor con la máxima calificación: “Fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida. Supuso la culminación de muchas cosas”. También el inicio de muchas otras. En el CSIC de Zaragoza se convirtió en uno de los físicos más relevantes: “He tenido que pensar mucho en cómo optimizar los procesos. Soy un friki de la organización. Me pongo muy nervioso si veo que algo se puede hacer más rápido, con menos coste, con menos problemas”.

Explorando senderos políticos le dijo a Podemos: `¡Usadme!´

Priorizando y sin currículum de Casanova salió del campus universitario con “la mujer perfecta”, una venezolana bióloga molecular con la que se intercambió alianzas, en 2013, delante de dos testigos y disfrutando de la cálida brisa tinerfeña de quien odia el frío. En su imparable carrera de formación también consagró un grupo de inseparables amigos que todavía le llaman el Sudakilla y que ponen en valor su humor, su capacidad de trabajo y su compromiso social “sobre todo para evitar la venta que la derecha hace de la sanidad y de la educación públicas”. Por eso, comenzó a coquetear con la política: primero se acercó a Ciudadanos pero el tanteo le duró poco: “La parte democrática y de regeneración sonaba bien pero en materia económica planteaban las ideas del neoliberalismo y me aparté”. Después se interesó por Equo: “Tenían un buen programa, buena gente y buenas intenciones pero no me pareció que hubiera voluntad de gobernar. Uno no puede estar diciendo mi proyecto político aspira a cambiar la sociedad en 20 años, no es justo con la gente que lo pasa mal ahora. Es conformarse con la subalternidad”.

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Rebelde con causa y desafiante por instinto de supervivencia, Echenique es capaz de recorrer mentalmente una secuencia de ADN más rápido de lo que avanza su silla. Por eso, nunca ha sido de conformarse. Pablo Iglesias fue “quien despertó mi adormecida genética política”. En 2013, vio en la nueva organización de Podemos “una posibilidad audaz que puede funcionar” y envió un tuit: “Sé algo de ciencia y de discapacidad. Estoy a vuestra disposición. Usadme”. Meses después, Pablo Iglesias le tomó la palabra.

Sin perderse un capítulo de El ala oeste de la Casa Blanca, su serie favorita porque “es una utopía y, como todas las utopías es una ficción, pero sirve para saber hacia donde tenemos que caminar”, en 2014 cambió su laboratorio de investigador por su primera escuela política: el Parlamento de Bruselas donde ejerció como uno de los cinco eurodiputados de Podemos. Unos meses después renunció a su acta para presentarse como candidato por la misma formación a las Cortes de Aragón. El compromiso de la formación morada de no duplicar cargos le llevó a dimitir tanto como líder del partido en su tierra como de diputado autonómico. Después de tres años como Secretario de Organización y también de Acción para realizar un seguimiento de los pactos de Gobierno, Pablo Echenique circula sin titubeos por los pasillos del Congreso como portavoz de Unidas Podemos. Ni la enfermedad, ni sentirse “físico, no político” le frenan. Sólo le ralentizan los impedimentos arquitectónicos de un Palacio de las Cortes construido hace dos siglos: tras abrir sus puertas a las mujeres, lo hizo para aquellas señorías que declaraban su homosexualidad; después acogió la diversidad de razas; ahora, con Echenique, está previsto que nuevamente se haga historia reformando el hemiciclo para que los parlamentarios discapacitados como él puedan ocupar su escaño sin ningún tipo de barreras.

Con la paradójica e inusual virtud política de ser sencillo y accesible, y bromeando a cada vuelta de rueda para hacer que lo extraordinario parezca normal, Pablo Echenique Robba, el niño argentino que soñando deseó ser astronauta para flotar en el espacio sin limitaciones, despide su PlayList. Mientras coge carrerilla por los sinuosos caminos de la política, continúa disfrutando “el White Album de los Beatles, el disco que no me canso de escuchar”, para demostrar que sí se puede y nada le frena. Ni siquiera tararear tan mal el pop británico como sus jotas mañas. Hasta los superhéroes a veces se permiten torpezas.

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