Paco León: “Hay mucho miedo para tan poco peligro”

4

María Granizo Yagüe

Le tira besos al aire porque “si perdemos el sentido del humor, ahí sí estamos perdidos”. Tal vez por ello, a sus cuarenta y siete años, la vida le devuelve tantas sonrisas como él regala desde que era niño: “Al mal tiempo, siempre buena cara”. De casta le viene al león. Se crio entre una venta hispalense de carretera, en la que trabajaban sus padres de sol a sol, y una humilde casa en el sevillano barrio Parque Alcosa, en el que nada sobraba excepto desparpajo, afecto y alegría de los que se empapó bien. Cuando era “más pobre que las ratas” hizo dibujos con la zurrapa del café que servía mientras trabajaba como camarero. Servilletas y trozos de manteles de papel guardados por sus amigos demuestran que no eran simples garabatos. El mayor de los León nació artista. Siendo solo un crío, también ayudó a llevar las habichuelas a casa actuando como payaso en las comuniones de “los niños pijos”, disfrazándose de pollo publicitario en supermercados, “y trabajando en todo lo que se podía”. Ni esos circunstanciales empleos ni su timidez le impidieron nunca dejar de soñar con ser actor.

Cuatro décadas después tiene la nevera más llena, proyectos que se suceden uno tras otro, una madre y una hermana actrices de raza a las que ha impulsado al firmamento de la fama, un padre muy discreto aunque sea “el más artista de todos”, un hermano militar “que siempre fue el más gamberro de los tres”, y una hija que no apunta maneras de ser algún día “dentista ni notaria” como a él le gustaría. También ha recogido la Medalla de Andalucía, un Goya, un Ondas, varios Fotogramas de Plata y los premios y nominaciones más importantes del cine y la televisión. Con ellos, el afecto del público y el reconocimiento de sus compañeros.

Capaz de darle la vuelta a la industria audiovisual, ha rodado cinco películas en plena pandemia. Dirige videoclips musicales y se ha permitido resucitar a la inmortal Ava Gardner para que volviera a arder Madrid y lo alabara hasta el New York Times. “La de aquella España en blanco y negro, en medio de una dictadura, en la que había una élite que vivía la dolce vita, pero en la que los protagonistas reales eran los criados y su entorno porque, detrás de cada momento histórico, siempre hay alguien haciendo las camas”. El hijo de Carmina siempre ha sabido mirar más allá. Sin buscar hacer las Américas y hablando un rudimentario inglés, este año se ha codeado con Nicolas Cage, y su natural encanto no ha impedido que, aun interpretando a un villano, haya hecho buenas migas con el sobrino de Coppola. Embriagado por “el aroma de los pucheros potentes de la Carmina” y una familia unida que le sujeta a la tierra, ni Hollywood ni las estrellas le deslumbran por más que idolatre el cine de Tarantino.

El nombre del sevillano se cotiza alto, pero la esencia de Francisco León Barrios no ha cambiado: “Soy actor, director, productor, guionista y lo que haga falta”. Cuando ríe la madre que le parió, “los malos corren despavoridos”. Por eso, no le teme a nada y la libertad es su mejor triunfo. Comprometido con la defensa de la cultura, ha denunciado también la impunidad de los crímenes del franquismo como el de su bisabuelo Joaquín León, maestro en Castilleja del Campo, que fue detenido en un bar de Sevilla mientras tomaba café y, después, fue fusilado. Mirando hacia adelante, pero sin perder la perspectiva de quienes se quedan atrás, ha dado La vuelta a la tortilla para luchar contra el cáncer mama, ha tendido la mano a Cruz Roja y ha conversado con inmigrantes explotados. Defendiendo sin peros el derecho a la libertad de expresión lo ejerza quien lo ejerza, solo responde a las provocaciones y a la oscuridad de algunos, con luz: “Contra el odio, amor. Contra la estupidez, cultura”.

Iluminándose con la música de Soleá Morente y de los Stay Homas, con las obras de Shakespeare, y “con la clase y la categoría humana de Iñaki Gabilondo”, se convence de la grandeza del ser humano: “La suerte es en mucha medida la consecuencia lógica de ser positivo, de proyectar cosas positivas y de ser agradecido con lo que acontece”.

Un niño al que su madre lanzó al escenario y triunfó

Un mundo convulso por el Watergate y, en España, por la última etapa del franquismo marcaron 1974. Han pasado cuarenta y siete años, pero las inquietudes de aquellos días no están tan alejadas de las de hoy: Billy Wilder estrenaba Primera Plana cuestionando ya las exclusivas de la prensa frente a la veracidad de las informaciones y Buñuel proponía un mundo al revés del poder, de la religión y de las convenciones llevando a las pantallas francesas e italianas El fantasma de la libertad. Era el año del Tigre, según el horóscopo chino.

Con la astucia e inteligencia del felino, pero con los ojos grandes y claros de luciérnaga despierta, calcomanías de los de su hermana, nació un niño menudo y despierto que pronto vio con claridad la realidad que le rodeaba en el barrio de Las Tres Mil Viviendas. No muy lejos de aquel humilde rincón sevillano, creció el primer hijo de Carmina Barrios, una chica guapa de diecinueve años y origen extremeño “a la que se rifaban los vecinos y que solo hizo caso al que le ofreció medio bocadillo de jamón en un baile”. El elegido fue Antonio León, un tabernero hijo también del Guadalquivir. Antes de cumplir un año, el primogénito de la pareja ya tenía un hermano, Alejandro. Nueve años después, nacería la benjamina de la familia, María.

Recorriendo una encrucijada de calles de obreros, de familias venidas de pueblos de la región que luchaban por la libertad a su manera, unos en peñas y otros en la clandestinidad, para el mayor de los León el mundo se reducía al espacio entre su casa y la fonda familiar, famosa por sus jamones y chacina, que había pertenecido al abuelo Paco, “un buenazo al que fusilaron por ser republicano”. Tímido, haciendo reír aunque no fuera su intención y muy hábil con el lápiz, pasaba las horas muertas dibujando mientras sonaba en la radio El ramito de violetas de Cecilia, la voz aniñada de Jeanette, el folk de Mocedades y un Peret que, aprovechando el tirón de Eurovisión, entonaba machaconamente “Canta y sé feliz”. Paco, aún muy crío, captó el mensaje. Desafiando a su madre cuando le decía que “no estudiara tanto” porque se iba “a volver loco” o cuando le animaba a no ir al colegio porque hacía frío o porque hacía calor, fue buen estudiante pero “desde los cinco o seis años” tuvo claro que quería ser actor: “Mezclaba imaginación y mucha timidez. Para mí la máscara era la vía de escape, no ser tú para ser tú”. Solo se atrevió a confesar su vocación a su tía abuela que vivía en Inglaterra “porque era extranjera”, pero cada vez que iba al circo invitado por familiares de su padre, que trabajaban como payasos, alimentaba su ilusión.

Ni los años ni las glorias recientes le permiten olvidar la primera vez que subió a un escenario: haciendo su espectáculo Veo, veo, Teresa Rabal pidió voluntarios para un concurso de baile infantil. Sin dudarlo, Carmina lanzó a su hijo al escenario. Sobre aquella tarima, el pequeño de siete años, “muy paradito”, pero heredero del desparpajo de su madre, se quitó el cinturón, e imitando al mismísimo Travolta, lo tiró al público. Con aquel gesto triunfó sabiendo que el punto de partida de todo logro es el deseo. El premio le gustó menos que la experiencia de pisar el escenario: ganó un póster de la actriz más grande que él. Mientras le aplaudían aprendió que lo importante no es lo que ganamos sino lo que hacemos: “Me gustó ser el campeón, pero a los que perdieron les dieron una banderita que me gustaba más”.

Bailarín antes de actor, director, guionista y productor

Crecer en una casa “en la que reinaba la anarquía”, pero en la que siempre escuchaban sus opiniones, le ayudó a “ser autosuficiente” y “a hacer las cosas por su propia voluntad, no por obligación”. Por eso, mientras trabajaba en bares, supermercados y ocasionalmente como payaso, finalizó COU y sus estudios de interpretación en el Centro Andaluz de Teatro. Antes de actuar también se formó como bailarín yendo a clases mientras ponía copas por las noches y compartió escenario con primeras figuras de la danza como Israel Galván y Manuela Nogales: “No era bueno bailando, sufría mucho. El bailarín tiene cierto masoquismo que a mí me falta. Yo soy muy hedonista”. Sin embargo, con apenas dieciocho años, se marchó de casa: “En mi familia me sentía patito feo, era muy tremendo. Pensaba que a mí me habían cambiado. Me sentía muy ajeno a mi familia, quería pertenecer a otra cosa. Me escapé de allí y encontré mi camino, pero al final fue un efecto boomerang porque yo soy eso de lo que escapé”.

La televisión le condujo al sendero de la fama para acabar encontrando su ruta real. Con veinticinco años rodó un telefilm, Castillos en el aire, e intervino en otros como Asalto informático. También hizo alguna incursión en series y debutó en el cine con Amar o morir en Sevilla. Rendido a la maestría de Martin Achenbach en La pianista, “aunque sea una película ‘malrollera’ “, y a la vez sigiloso y entusiasta como la propia Pantera rosa, le gustaría que la música de Henry Mancini fuera su banda sonora: “Es el mejor, sobre todo haciendo comedias que es lo que me gustaría que fuera mi vida “.

Con la mirada cálida de quien espera grandes cosas de sí mismo antes de hacerlas y con las suelas de los zapatos desgastadas recorriendo la dura senda de los castings, en 2003, se convirtió en la estrella de Homo Zapping: un programa de humor en el que sus inolvidables parodias de personajes televisivos hicieron que su rostro y su nombre no volvieran a pasar desapercibidos. Sin buscarlo, un año después, se convirtió en el Luismael Luisma, un ex toxicómano que se asomó a 7 Vidas, con ternura y absurda genialidad, para acabar viviendo, durante diez años, en el mismo barrio de Aída y en el corazón de los espectadores: metido en su piel logró dos Fotogramas de Plata, dos TP de Oro y tres premios de la Academia de la Televisión. La cuestión ya no era quién le iba a dejar sino quién le iba a parar: “Cuando me llegó el accidente de la fama intenté controlar ese caballo que a veces se desboca. Conviene coger bien las riendas y llevarlo donde tú quieres y no donde te lleva porque, a veces, la fama te puede conducir a sitios donde no quieres estar o te conviertes en otra cosa. Así es que decidí utilizar eso para mí”. Lo hizo sin despistarse ni un momento.

En 2006 dirigió la serie Ácaros, llegó su primer papel protagonista en la gran pantalla con Los Mánagers y una sucesión continua de películas que, “como buen hijo”, le permitieron comprar una casa a sus padres y, en 2012, dar un paso adelante: “Pasé de ser ese actor que pregunta ‘dónde me pongo’, a decir ‘pues ya te voy a decir yo dónde'''. Debutando como director y responsable de las campañas de comunicación de sus propios trabajos, presentó al mundo a Carmina y reventó los corsés de la industria audiovisual: “Dirigida por mí, con mis ahorros, dos cámaras de fotos y muy poca vergüenza, con veinte páginas de guion, en once días hicimos una cosa que no se sabía si era un vídeo familiar caro o una película muy barata. Y resultó ser una película muy barata”.

El estreno multiplataforma de la cinta, que permitía verla en casa mientras estaba también en cartelera, fue un reto para los distribuidores: “Paco, siempre alumbrado por los astros que se asoman en sus ojos, volvió a trabajar su fortuna y la jugada le salió tan bien que ganó tres premios en el Festival de Málaga y, apenas dos años después, estrenó la secuela Carmina y Amén. Volvió a llenar los cines y recaudó más de un millón de euros. Aquel metraje fue un punto y seguido por seis años en los que ha vuelto a dirigir un largo, Kiki, el amor se hace, varios videoclips, teatro, otra decena de películas y varias series de televisión. Estirando el tiempo como si solo hubiera mañana, pero disfrutando el ahora y no olvidando el ayer, ha vuelto a jugar a ser el niño que siempre vive en él doblando al león Álex en las animaciones de Madagascar: “No pienso hacer un drama para que luego me tomen en serio. No tengo prisa”. Tampoco se toma pausas.

Amaya Uranga: “Estamos pasando por un estado aberrante, necesitamos más sentido común”

Ver más

Con la humildad del que ha llegado a acariciar el cielo escalando desde muy abajo sin perder la vista al suelo, el hijo de Carmina y hermano de la actriz revelación Goya 2012, despide su Playlist justificando su no parar pese a la pandemia: “Debe ser por esa estrella mía de tener una flor en el culo”. Abanderando “una actitud audaz en la vida” toma prestado a una amiga el lema “hay mucho miedo para tan poco peligro” y sonriendo confirma que su trabajo es su suerte y su talento la brújula de su camino.

La playlist de Paco León: 

  • Un libro: Las obras completas de Shakespeare.
  • Un disco: Lo que te falta (Soleá Morente).
  • La banda sonora de su vida es … “Alguna de Henry Mancini”.
  • Una película: La pianista (Michael Haneke).
  • Una serie: I may destroy you.
  • Un aroma: El de los pucheros de invierno de la Carmina”.
  • ¿Qué quería ser de mayor? “Actor”.
  • Un tuit que le gustaría recibir: “Te quiere Tarantino para su próxima película”.
  • Una cita: “Hay mucho miedo para tan poco peligro” (Ajo, micropoetisa).
  • Un deseo: “Que nos podamos volver a besar, abrazar y celebrar como antes”.

Lo mejor y lo peor de nuestro país es….

  • Lo mejor: “Somos medalla de oro en fiesta, en saber celebrar”.
  • Lo peor: “La envidia”.

Le tira besos al aire porque “si perdemos el sentido del humor, ahí sí estamos perdidos”. Tal vez por ello, a sus cuarenta y siete años, la vida le devuelve tantas sonrisas como él regala desde que era niño: “Al mal tiempo, siempre buena cara”. De casta le viene al león. Se crio entre una venta hispalense de carretera, en la que trabajaban sus padres de sol a sol, y una humilde casa en el sevillano barrio Parque Alcosa, en el que nada sobraba excepto desparpajo, afecto y alegría de los que se empapó bien. Cuando era “más pobre que las ratas” hizo dibujos con la zurrapa del café que servía mientras trabajaba como camarero. Servilletas y trozos de manteles de papel guardados por sus amigos demuestran que no eran simples garabatos. El mayor de los León nació artista. Siendo solo un crío, también ayudó a llevar las habichuelas a casa actuando como payaso en las comuniones de “los niños pijos”, disfrazándose de pollo publicitario en supermercados, “y trabajando en todo lo que se podía”. Ni esos circunstanciales empleos ni su timidez le impidieron nunca dejar de soñar con ser actor.

Más sobre este tema
>