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La célula dendrítica, o el 'general' que dirige al sistema inmune frente al coronavirus

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El cuerpo humano es tan complejo porque si no lo fuera resultaría, sencillamente, inviable. Un cóctel molotov siempre a punto de estallar. Y por si fuera poco, las personas estamos constantemente rodeadas de peligros —enemigos de nuestro organismo—, por lo que el cuerpo tiene que permanecer siempre alerta para tratar de repeler cualquier ataque. “El sistema inmune es como un ejército”, tercia la doctora María Montoya, investigadora del CIB-CSIC y miembro de la junta directiva de la Sociedad Española de Inmunología. “Ese ejército está compuesto por muchas ‘unidades’ que sirven para atajar los contratiempos —infecciones, heridas, etc.— en sus distintos grados de gravedad”, explica. Todas esas unidades de defensa tienen funciones que, como señala la propia investigadora, “redundan las unas con las otras”, por lo que es imprescindible que esta especie de cuerpo militar tan íntimo esté perfectamente organizado y dirigido. Esa, la de comandar la defensa corporal humana, es una misión solo al alcance de las células dendríticas.

“El sistema inmune nos defiende de agresiones de cualquier tipo”, apunta la Dra. Montoya. “Pueden ir desde los rayos ultravioletas hasta patógenos que nos quieren invadir”. Sería una completa locura que, en el momento en el que llega el peligro, todos los mecanismos de defensa —todos los soldados— acudiesen a la batalla en pelotón. Por eso es tan importante la tarea de la célula dendrítica. “Son células que están todo el rato intentando detectar cuál es el enemigo”, tercia. “Una vez detectado el patógeno, inmediatamente dan órdenes a otras células, a otros componentes del ejército, para que se pongan en funcionamiento”. En pocas palabras, son las que organizan la estructura de defensa del cuerpo humano. Son el director de orquesta y, además, fundamentales también en la vacunación. En el momento en que se inyecta una vacuna, por ejemplo, de la COVID-19, son las células dendríticas las que advierten unas partes del virus en el organismo y se lo presentan al resto del sistema inmune.

Pero, ¿cuáles son las otras unidades y qué papel juegan? “Como en cualquier ejército”, desliza Montoya, “hay una unidad que es de acción rápida”. Sería una especie de equipo de emergencias que acude rápidamente a plantar cara a los agresores. “Esta unidad no es específica”, continúa, “y está preparada para cualquier agresión”. Es la que aparece, por ejemplo, si nos hacemos un corte o en el momento en el que nos inyectan una vacuna. “El tono rojo y el calor que aparece alrededor del pinchazo es la actuación de la unidad de acción rápida”, resuelve. Después de esa primera defensa relámpago, “viene una segunda mucho más específica”. Se trata de una unidad que “sabe dónde apuntar” y que lleva a cabo una defensa mucho más personalizada. “Unos miembros destacados de esta unidad son las células que producen anticuerpos”, añade. Su función más conocida es la de “bloquear la entrada del patógeno a las células o los órganos que ‘pretende’ infectar”. Por último, parapetada en retaguardia y esperando su momento, existe otra unidad de combate, en este caso con capacidad de matar a otras células que ya han sido infectadas.

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Cuando la célula dendrítica es el objetivo del virus: el caso del VIH

“Imagínate lo importante que es una buena organización”, subraya la investigadora. “Esas unidades que se encargan de matar células infectadas tienen que estar muy bien dirigidas —por las células dendríticas—, si no sería fácil que acabaran matando a todas las células que se cruzaran por su camino, incluso a las sanas, por un fuego amigo”. Pero uno de los problemas más grandes con los que tiene que enfrentarse el sistema inmune llega cuando la estrategia de un virus es, precisamente, infectar esas células que organizan el contraataque. “Es el caso del VIH”, concreta. “El virus que provoca el sida ataca directamente a las células dendríticas, se instala en ellas, y se aprovecha de sus viajes por todo el organismo (necesarios para transmitir información y dar órdenes) para ir infectando allá por donde pasa”. Gracias a la investigación y al estudio del VIH, la comunidad científica ha podido aprender bien cómo funcionan ese tipo de células y todo ese conocimiento es útil para investigar la curación de otros muchos virus, por ejemplo, el covid-19.

Pero que a nadie le asuste la comparación del coronavirus y el sida. La doctora asegura que este último es un virus más sencillo y muy diferente al VIH, para el que todavía, a día de hoy, no se ha encontrado una cura. En cuanto a los proyectos de vacuna para el coronavirus que distintas empresas por todo el mundo están presentando, la Dra. Montoya se muestra confiada. “A todos los que dicen que no se van a poner la vacuna”, propone, “les animo a que se informen bien”. Ella conoce al dedillo los mecanismos de revisión y aprobación que maneja la Agencia Europea del Medicamento y, afirma, “son absolutamente estrictos”. “Hay mucha gente confundida que cree que las prisas han llevado a la comunidad científica a eliminar fases de prueba de las vacunas o a hacerlas más cortas”, pero, aclara, “lo que se ha hecho es llevar a cabo las fases en paralelo para ganar tiempo, algo necesario en esta pandemia”. Ella no tiene ninguna duda. “En el momento en el que se apruebe una vacuna de forma definitiva y me llegue el turno”, concluye, “ahí voy a estar yo para ponérmela”.

El cuerpo humano es tan complejo porque si no lo fuera resultaría, sencillamente, inviable. Un cóctel molotov siempre a punto de estallar. Y por si fuera poco, las personas estamos constantemente rodeadas de peligros —enemigos de nuestro organismo—, por lo que el cuerpo tiene que permanecer siempre alerta para tratar de repeler cualquier ataque. “El sistema inmune es como un ejército”, tercia la doctora María Montoya, investigadora del CIB-CSIC y miembro de la junta directiva de la Sociedad Española de Inmunología. “Ese ejército está compuesto por muchas ‘unidades’ que sirven para atajar los contratiempos —infecciones, heridas, etc.— en sus distintos grados de gravedad”, explica. Todas esas unidades de defensa tienen funciones que, como señala la propia investigadora, “redundan las unas con las otras”, por lo que es imprescindible que esta especie de cuerpo militar tan íntimo esté perfectamente organizado y dirigido. Esa, la de comandar la defensa corporal humana, es una misión solo al alcance de las células dendríticas.

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