“Yo estaba en Barcelona, estamos hablando del año 1967”. Manuel Bueno ha dedicado su vida a la profesión de telegrafista y, de un tiempo a esta parte, se desempeña como secretario de Organización de la Asociación de Amigos del Telégrafo de España. “Por la noche, siempre dejábamos la radio costera puesta por si llegaba alguna señal por telégrafo”. Hace cincuenta y cinco años de aquello, pero todavía se acuerda de aquella noche de 1967, cuando, de pronto, recibió el siguiente mensaje en código morse: tres pulsos cortos, tres pulsos largos, tres pulsos cortos. O lo que es lo mismo, SOS. “Era una señal que nos mandaba un barco de lo que por aquel entonces era la URSS”, aclara. La salud de uno de sus tripulantes corría peligro y la comandancia de la nave trataba de conseguir auxilio por parte de las autoridades españolas. Manuel Bueno, que sabía que, en aquellos tiempos, las relaciones entre soviéticos y españoles no eran, todavía, plenas, levantó de la cama a su superior, tal y como él mismo explica a este medio, y movió cielo y tierra para socorrer al marinero. Lo logró. “Era una peritonitis, lo que tenía aquel hombre”, recuerda más de medio siglo después: “Cuando lo curaron, me dio hasta un abrazo”.
Con la anécdota, Bueno quiere evidenciar la importancia del código morse. “Pero esto solo es eso, una anécdota”, aclara. En su trabajo Los inicios de las telecomunicaciones en España, el profesor Ángel Calvo Calvo (Universitat de Barcelona), señala que, “sin duda, el artífice de la revolución en las telecomunicaciones fue el telégrafo eléctrico” y que “la base tecnológica de la telegrafía eléctrica residió, por mucho tiempo, en el sistema morse de 1837, que tenía la virtud de reunir un sencillo aparato impresor y un código”. El profesor lo explica en pocas palabras. “De forma directa”, señala, “el telégrafo eléctrico respondía a la necesidad de transmitir rápidamente la información para facilitar el buen funcionamiento de una nueva red técnica, como era el ferrocarril”. Y continúa: “También fue recibido como un poderoso instrumento para reforzar la seguridad de los estados nacionales, agilizar la circulación de noticias y reducir los costes operativos”. Las relaciones empresariales y estatales dieron, a raíz de la introducción del código morse y los telégrafos eléctricos, un salto de calidad que no haría más que avanzar y avanzar hasta que dicho sistema, que había abierto la puerta a la modernidad, también terminaría por quedar obsoleto.
Pero, ¿en qué consiste, concretamente, ese código morse? Aunque –tal y como escribió en Historias del Telégrafo el ya difunto Sebastián Olivé, ingeniero, profesor universitario, historiador y telegrafista– el código morse que idearon, en 1837, Samuel Morse y Alfred Vail sufrió una gran cantidad de cambios y modificaciones hasta que su uso pudo expandirse por todo el mundo y aplicarse en las telecomunicaciones, lo cierto es que, una vez que dieron con la clave, su proliferación fue imparable. Se trata de un lenguaje que consiste en un alfabeto de letras y números representados, a nivel visual, por rayas, puntos y espacios. El telégrafo eléctrico permitió que los mensajes construidos a partir de ese código en que cada letra del abecedario corresponde a una sucesión de rayas y puntos pudiera transmitirse a distancia. Así las cosas, expertos telegrafistas se comunicaban, ya en el siglo XIX, gracias a esos aparatos que transformaban en mensajes completamente legibles la corriente eléctrica. “Solo era necesario haber estudiado código morse”, completa Bueno.
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“Los telegrafistas protegíamos la información con la vida”
El 24 de mayo de 1844, se estableció entre Washington y Baltimore la primera conexión vía telégrafo eléctrico de la historia. A partir de ahí, tal y como apunta el profesor Ángel Calvo, se difundió rápidamente por el continente europeo, aunque con diferencias entre países. “Nosotros”, recuerda el telegrafista Manuel Bueno, “recibíamos informaciones muy importantes”. Habla de contenido referente al mundo de la bolsa, el comercio y las relaciones entre países. “Los telegrafistas teníamos que ser extraordinariamente leales y profesionales y jamás se nos pasaba por la cabeza utilizar nuestro puesto para beneficiarnos personalmente”. Se refiere a que, por mucho que ellos fueran los primeros receptores españoles de multitud de informaciones suculentas –que tenían que ‘descifrar’ para hacerlas llegar a cada receptor en cuestión–, nunca se salían de su papel de transmisor. “Teníamos el deber de proteger esa información con la vida”, resuelve.
De la misma forma que el código morse y el telégrafo eléctrico desbancaron a la tecnología anterior, nuevos avances (radio por voz, telegramas escritos en el alfabeto alfanumérico, etc.) desbancaron al código morse. Sin embargo, al tratarse de una especie de ‘código en clave’ “continúa siendo útil para los ejércitos y los cuerpos de inteligencia de los países para comunicarse en algunas situaciones muy concretas”, apuntan desde la Asociación de Amigos del Telégrafo de España, “y para la comunicación entre embarcaciones, que, mediante la telegrafía óptica, todavía se mandan señales de luz usando el sistema morse”. Uno de los casos más sonados en los últimos tiempos, sin embargo, tuvo como protagonista al contraalmirante y piloto naval norteamericano Jeremiah Denton, que fue secuestrado, durante la guerra del Vietnam, por el ejército del Vietcong. En 1966, se organizó una rueda de prensa televisada en la que el estadounidense tenía que transmitir los supuestos buenos tratos que estaba recibiendo por parte de sus captores. Su ingenio y, sobre todo, su dominio del morse le permitieron deletrear, con el parpadeo de sus ojos, la palabra ‘tortura’. Más tarde, una vez ya liberado, fue condecorado con varias distinciones.
“Yo estaba en Barcelona, estamos hablando del año 1967”. Manuel Bueno ha dedicado su vida a la profesión de telegrafista y, de un tiempo a esta parte, se desempeña como secretario de Organización de la Asociación de Amigos del Telégrafo de España. “Por la noche, siempre dejábamos la radio costera puesta por si llegaba alguna señal por telégrafo”. Hace cincuenta y cinco años de aquello, pero todavía se acuerda de aquella noche de 1967, cuando, de pronto, recibió el siguiente mensaje en código morse: tres pulsos cortos, tres pulsos largos, tres pulsos cortos. O lo que es lo mismo, SOS. “Era una señal que nos mandaba un barco de lo que por aquel entonces era la URSS”, aclara. La salud de uno de sus tripulantes corría peligro y la comandancia de la nave trataba de conseguir auxilio por parte de las autoridades españolas. Manuel Bueno, que sabía que, en aquellos tiempos, las relaciones entre soviéticos y españoles no eran, todavía, plenas, levantó de la cama a su superior, tal y como él mismo explica a este medio, y movió cielo y tierra para socorrer al marinero. Lo logró. “Era una peritonitis, lo que tenía aquel hombre”, recuerda más de medio siglo después: “Cuando lo curaron, me dio hasta un abrazo”.