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Presidenciales francesas: entre el voto útil y el voto por convicción

Un periódico independiente no es un director de conciencias. En su diversidad, sus lectores y lectoras no esperan que les dé instrucciones sino información. Hechos de interés público, contrastados, con fuentes y documentados, que les permitan formarse su propia opinión y convicción. Mediante este trabajo colectivo, Mediapart (socio editorial de infoLibre) e ilustrado en particular por los balances realizados sobre la Presidencia de Emmanuel Macron y, por lo tanto, del candidato saliente, honra la utilidad social del periodismo durante las presidenciales.

Esto también se demuestra con nuestras evaluaciones críticas, mediante investigaciones, reportajes o análisis, de todos los candidatos en liza, en particular sobre conformidad de sus prácticas con sus compromisos. La confianza del público en nuestra información se basa en una independencia que excluye cualquier alineación con la política de los partidos o la razón de ser. El derecho a saber y la libertad a decir, el derecho a criticar y protestar, la libertad de reunirse y organizarse: el único partido de Mediapart es el de la sociedad y sus derechos fundamentales, que son previos a las instituciones políticas y cuyo ejercicio condiciona la vitalidad democrática.

También, el periodismo que defiende su equipo es el de un contrapoder que se esfuerza por resistir a las seducciones y las corrupciones de los poderes, ya sean ideológicos, estatales o económicos. Lógicamente, este posicionamiento se enfrenta al presidencialismo francés, a esa confiscación de la voluntad de todos por el poder de uno solo, que, arruinando nuestra vida pública, es el caldo de cultivo del autoritarismo y el juego de los aventureros. En este sentido, las elecciones presidenciales son un momento paradójico que no está lejos de ponernos a prueba: hacemos crónicas y documentamos lo mejor que podemos, aun estando convencidos de que es una trampa.

La extrema derecha se ha visto reforzada, multiplicada y banalizada por la presidencia de Emmanuel Macron, que fue elegido para bloquearla

En definitiva, Mediapart reivindica unos valores radicalmente democráticos, sin ninguna etiqueta partidista. Su fundamento es la promesa infinita de emancipación que conlleva la igualdad natural de los seres humanos, sin distinción de condición, origen, cultura, apariencia, creencia, sexo o género. Por ello, nuestro periódico lucha decididamente contra las ideologías asesinas de la desigualdad que impulsan las fuerzas de extrema derecha, su racismo, xenofobia y violencia.

Estos son los principios que nos guían en vísperas de la primera vuelta de unas elecciones presidenciales que no se parecen a ninguna otra convocatoria. Agotamiento democrático, hedor ideológico y catástrofe histórica son las tres características principales. A la ausencia de debate y de confrontación, por la espantada de un candidato en funciones que saca provecho del cargo presidencial, se han sumado la multiplicación de una extrema derecha más fuerte que nunca y la aparición de la tragedia con la guerra de invasión de Rusia en Europa.

El bloqueo resultó ser un paseo. Al darle la espalda al mandato que le otorgaron los comicios del 7 de mayo de 2017, después de conseguir sólo el 18% de los sufragios del electorado registrado en la primera ronda, Emmanuel Macron se ha comportado como un bombero pirómano, respaldando la agenda identitaria, autoritaria y de seguridad del partido frente al que había sido elegido.

Como ha documentado ampliamente Mediapart, esta Presidencia no ha dejado de soplar sobre las brasas que ahora pretende apagar. El resultado: con dos candidaturas declaradas, una promoción mediática de sus obsesiones y la hegemonía sobre el debate público, el bando del neofascista francés está ahora en el centro del juego político.

En el otro lado, el bando del presidente saliente reúne, en un ensamblaje heterogéneo, la mayoría de las figuras, carreras políticas y sensibilidades partidistas, que responsables, desde hace cuatro décadas, de esta depresión francesa en la que los sucesivos gobiernos han dado crédito a la extrema derecha por hacer las preguntas correctas, fingiendo oponerse a ella con buenas respuestas que eran tanto como capitulaciones. Este supuesto bando republicano, empeñado en defender una república conservadora, ni democrática ni social, hace el juego y es el caldo de cultivo de quien dice combatir.

Más allá de los convencidos, ya sea por la calidad del programa de la Unión Popular, o por la experiencia del candidato, que se enfrenta a su tercera campaña, el voto a Jean-Luc Mélenchon se alimenta de esta constatación. Como candidato de izquierdas mejor situado para pasar a la segunda vuelta, también ha conseguido reunir en torno a su campaña a una serie de fuerzas dinámicas de los movimientos sociales.

Este voto útil –o eficaz, según el propio candidato– no es necesariamente por convicción, al poder ir acompañado de divergencias con Francia Insumisa y su líder, sobre todo en cuestiones democráticas e internacionales, pero pretende bloquear a la extrema derecha desde la primera vuelta, ya que la experiencia reciente ha demostrado que en la segunda vuelta el bloqueo es frágil, resquebrajándose después.

Esta opción pretende airear y elevar nuestra vida pública gracias a una clara confrontación entre la derecha y la izquierda, y evitar la desesperación de una tercera confrontación con la extrema derecha, tras las de 2002 y 2017. Y más aún porque con el enfado y el resentimiento acumulado por la presidencia de Emmanuel Macron, el riesgo es mayor hoy que ayer de un accidente electoral, favorecido por la desafección a las urnas ante lo que se sentirá como una ausencia de alternativa.

Pero esta elección, táctica para algunos/as, choca con las divergencias, a veces estratégicas, que alimentan la pluralidad de la izquierda. Es el caso de la cuestión internacional, que se ha agudizado con la guerra de invasión de Rusia contra Ucrania y que ahora nos obliga a enfrentarnos a la amenaza duradera, en el continente europeo, de un nuevo imperialismo cuya ideología no tiene nada que envidiar a la de la extrema derecha europea.

La ausencia de crítica de Jean-Luc Mélenchon y de sus allegados sobre sus posicionamientos de antaño, tanto sobre Siria como sobre Ucrania, que fueron como mínimo complacientes con Rusia y Vladimir Putin, no puede sino reforzar a quienes optarán por un voto claramente europeo o radicalmente internacionalista.

Este desastre puede llevar a votar por Jean-Luc Mélenchon con la esperanza de excluir a Marine Le Pen de la segunda vuelta, a pesar de los desacuerdos amplificados por la invasión rusa de Ucrania

En el pasado, la izquierda ha sufrido demasiado los llamamientos recurrentes del Partido Socialista al voto útil a su favor, otorgándole una posición dominante que ha debilitado sus fuerzas y aumentado sus divisiones, para que todas sus sensibilidades se resuelvan fácilmente a favor, esta vez, de Francia Insumisa.

No se trata de las señales que faltaron para convencerlos, gestos de apertura o invitaciones a converger. Y sobre todo porque esta formación no es, por sí sola, la portadora del desafío ecológico, cuya prioridad vital ha recordado esta semana el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), que deja sólo tres años a la humanidad –o lo que es lo mismo, mañana– para invertir la tendencia del cambio climático.

Los partidarios del voto útil a favor de Jean-Luc Mélenchon les opondrán la urgencia y la necesidad: la urgencia de poner una barrera eficaz contra la extrema derecha, para frenar su irresistible progresión, y la necesidad de tomar la medida de los condicionantes propios de la elección presidencial, que obliga a simplificar.

Es un hecho que, al contrario de lo que sería posible en una democracia parlamentaria con voto proporcional, la elección emblemática de la Quinta República no favorece una expresión política plural y no fomenta la convergencia de mayorías de ideas. La persistente y a veces fratricida división de la izquierda en el período previo a las elecciones del 10 de abril lo ha confirmado ampliamente hasta la caricatura.

Sólo una nueva República liberada de este cesarismo bonapartista, como propone en particular el programa de Jean-Luc Mélenchon, permitiría escapar a esta coacción del voto útil, símbolo de una elección anacrónica que, bajo la apariencia de una República, está dando lugar a una monarquía electiva.

Todavía estamos muy lejos de esto y, obviamente, es tan desesperante que algunas personas se niegan a votar porque están muy cansadas de verse atrapadas en unas elecciones que se han convertido en una trampa. Sin embargo, podemos entender a estos abstencionistas sin seguirlos y, por tanto, decidirnos a votar y, por tanto, a elegir.

Esta es la ecuación de esta primera vuelta, cuyos datos son tanto la sanción a la presidencia saliente como el freno al ascenso de la extrema derecha. Cada uno de nosotros debe resolverla y optar entre el voto útil y el voto de convicción.

Caja negra

Este editorial, del que soy el único responsable, refleja sin embargo el pensamiento colectivo del equipo de Mediapart, que se reunió para debatirlo el 5 de abril.

En 2012, pedimos que se castigara la presidencia de Nicolas Sarkozy en la primera y segunda vuelta, que ya estaba ayudando a la extrema derecha.

En 2017, apostamos por una segunda vuelta entre Jean-Luc Mélenchon y Emmanuel Macron y luego pedimos el voto para este último con el fin de bloquear a Marine Le Pen.

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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