Lo que nos gusta en la cama

A muchas nos ha pasado. Sales una noche y conoces a un hombre en un bar. Bebes con él, te gusta y os besáis. Decidís ir a su casa y una vez allí, notas que ya no le interesa hablar, los besos se vuelven ansiosos y las manos desabrochan botones a toda prisa y toquetean de manera ruda. De tus ganas iniciales no queda ni rastro, no estás cómoda ni mucho menos sientes placer. No eres capaz de verbalizar que no quieres continuar, pero tu cuerpo tampoco lanza ningún mensaje que sugiera lo contrario. Cedes porque quieres que todo acabe cuanto antes: es muy tarde y estás en una casa que no es la tuya con un hombre que pesa y mide casi el doble que tú. Cuando te vas de allí, llegas a la conclusión de que ha sido una noche para el olvido, pero por lo menos, piensas, no hay nada grave que lamentar. Simplemente, ha ocurrido algo que no deseabas.

Hemos crecido con la idea de que hay un punto de no retorno en el sexo en el que negarse ya no es una opción. Ya sea por miedo a la reacción física o verbal del otro, o porque hemos interiorizado que, si hemos llegado hasta aquí, no podemos dar marcha atrás. Entonces ¿dónde está el límite? ¿Cuándo se puede decir que no? ¿Antes de estar desnuda o cuando ya lo estás? ¿En el momento de empezar o cuando ya lo estás haciendo?

Si queremos una sociedad igualitaria, tenemos que empezar a hablar del deseo femenino, de lo que nos gusta hacer y que nos hagan en la cama

Poner el consentimiento en el centro era una demanda feminista desde la violación de Sanfermines. Que solo sí sea sí significa que en las relaciones sexuales se ha de consentir de manera libre y voluntaria. Y si esto no ocurre, independientemente de la violencia que se emplee o la resistencia que oponga la mujer, se estará produciendo una agresión sexual. No es descabellado, de hecho, debería ser lo mínimo exigible, pero esta semana hemos tenido que volver a soportar la furia de la caverna machista. Resulta agotador explicar una y otra vez que la ley no convertirá a todos los hombres en culpables o que tampoco será necesario firmar un contrato antes de una relación sexual. Hace unos días, escuché una pregunta que me dejó muy asombrada: ¿Y qué va a pasar ahora si en mitad de una relación sexual la mujer quiere parar? Los que tenéis esta duda, hasta ahora ¿cómo lo hacíais?

En España se producen 6 violaciones al día, 1 cada 4 horas. Se calcula que estos datos son solo la punta del iceberg, porque muchas de las agresiones sexuales no llegan a denunciarse nunca. Por eso, no hay espacio para la burla ni el insulto, y menos para el antifeminismo, cuando es la libertad sexual de las mujeres la que está bajo amenaza. Y esa libertad, por mucho que haya quien se empeñe en lo contrario, no consiste en convertirnos en meros objetos a los que comparar con el cuerpo de la Guardia Civil o a los que gritar por la calle que nos van a incluir en su próxima carta a los Reyes Magos. Más indignante es aún que nos llamen malcriadas por querer volver a casa sanas y salvas, y si nos apetece, también solas y borrachas.

El feminismo ha puesto sobre la mesa la violencia sexual que sufrimos las mujeres y dentro de poco una ley tratará de darnos herramientas para combatirla. Por eso, es hora de ampliar nuestra batalla. ¿Cuántas veces hemos fingido placer para no herir la virilidad del hombre con el que estábamos teniendo sexo? ¿A cuántas prácticas hemos accedido simplemente por satisfacer a la otra persona? Si queremos una sociedad igualitaria, tenemos que empezar a hablar del deseo femenino, de lo que nos gusta hacer y que nos hagan en la cama. Solo así conseguiremos cambiar la construcción androcéntrica que hay en torno al placer. Cuando solo consentimos, corremos el riesgo de convertirnos en sujetos pasivos. Y no lo somos, queremos que nuestro deseo se convierta en una prioridad. No solo queremos consentir nuestras relaciones, queremos desearlas y también disfrutarlas. 

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