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… Que construye con canciones

Alguien escribe una canción y la lanza al mundo como un mensaje en una botella. Si llega a millones de oídos, seguramente conoceremos muchos detalles que envolvieron la creación, pero no sabremos qué sucedió en la otra orilla…

Una cinta de casete que el novio de mi hermana mayor grabó para ella contenía un disco de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán: Señora Azul. Y yo, tal y como hacía con la ropa de mi referente y modelo —a la que quería parecerme a toda costa— me la ponía una y otra vez, de forma clandestina, sin su permiso. En el mundo analógico, todos sabíamos que escuchar demasiadas veces una casete podía acortar su vida y yo me jugaba la mía con mi hermana, pero es que no podía evitarlo. ¡Le daba al play una y otra vez y vuelta a rebobinar!

Podía haberme conformado con canturrearlas en mi habitación de adolescente, pero no, decidí convertir aquella fascinación en un musical. En la cafetería de la Autónoma, mi alma gemela y yo nos entregamos con entusiasmo a la escritura del libreto y tiramos por la borda nuestro primer curso universitario de Filología Hispánica.

En aquel libreto, incluimos éxitos de distinto color: New York, New york, versión Liza Minelli, Por qué te vas, de Jeanette, La chica yeyé, de Concha Velasco, y alguna otra. Pero el hilo narrativo estaba cosido con las canciones de CRAG: Señora Azul, Don Samuel jazmín, Nuestro problema, El vividor, Solo pienso en ti, Carrusel… 

“Todos tus recuerdos, vuelven junto a mi

como sobre un carrusel.

Luces de colores, música de ayer

matizando días felices”

Hay miles historias que nacen de la energía que propaga la música

Cuando logramos terminarlo, Merche y yo hicimos un casting entre nuestros amigos y liamos a dos sacerdotes, don Juan y don Daniel, para que nos dejaran representarlo en el salón de actos de la parroquia. Era un escenario chulísimo, forrado de madera, por el que antes habían pasado El diluvio que viene, un sinfín de conciertos navideños y varias funciones de teatro del instituto. Nuestras representaciones fueron un éxito en el barrio pero aquella fulgurante compañía teatral se disolvió como un azucarillo y la pandilla también.

Ni Cánovas, ni Rodrigo ni Guzmán saben nada de esta historia minúscula. Adolfo sí, la conoció hace unas semanas. A raíz de un artículo que el periodista Fernando Neira escribió sobre el cuarteto en El País, comenté en redes que aquel discazo me gustó tanto que me impulsó a escribir un musical a los dieciocho años. 

Curiosamente, la escritora Concha Moya —autora de la biografía Adolfo. Por el camino púrpura— se encontró con mi post y, en un gesto precioso de generosidad, decidió ponernos en contacto. Hace unos días, Adolfo y yo nos conocimos con libros, cerveza, vermut y yo con el corazón en la garganta. No sé si fui capaz de transmitirle cuánto de mi vida había en esa anécdota. Cómo de intensa sonaba su música en mis recuerdos. Y cuánto habría disfrutado la coautora de haber podido estar allí, charlando con él… Alguien lanza al exterior una canción como un mensaje dentro de una botella, pero casi nunca llegamos a saber qué sucede en la otra orilla. Hay miles de historias que nacen de la energía que propaga la música.   

Se cumplen ahora 50 años del disco Señora Azul, una joya. Si nunca la has escuchado, te invito a que lo hagas. Ah, si te preguntas qué quedó de aquel musical nuestro… solo el recuerdo. Creo que nadie conserva un guion y, ojo, el único documento audiovisual de aquello, una cinta de VHS, fue destruido. No, no fue a martillazos para evitar pruebas de nuestra actuación, es que la madre de la actriz que la custodiaba, grabó encima —por error— un capítulo de la serie Hotel. Mejórenme este final patético para una historia…

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