El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
IDEAS PROPIAS
Vacaciones ¿para quién?
La historia les sonará. Llegan las vacaciones y la familia se desplaza a la playa, al pueblo o donde se pueda ese año. La idea es descansar, aunque, siendo realistas, no todos lo consiguen. Durante ese período son muchas las mujeres que se encargan de casi todas las tareas domésticas. No solo planifican cada comida y cena, con toda la logística que eso conlleva, ponen lavadoras o mantienen la casa limpia. También cuidan a las personas mayores, las levantan y acuestan, asean, se encargan de comprar sus medicinas y de que las tomen a las horas indicadas. La estadística dice que cuando en la ecuación del cuidado familiar entran los nietos, los abuelos también se ocupan de ellos. El resto intenta echar una mano pero, aunque haya buena voluntad, se queda en eso, en una ayudita con poco impacto real en la interminable lista de tareas diarias. Por lo general, los hombres se dedican a actividades más lúdicas: ponen la mesa, sacan al perro o bajan con los más pequeños a la piscina. Así que, mientras el resto de la familia se dedica a la ociosidad, hay mujeres con una sobrecarga de trabajo inimaginable. No es de extrañar que respiren aliviadas cuando acaban las vacaciones. Como tampoco es casual que uno de cada tres divorcios se produzca tras el verano.
Mientras el resto de la familia se dedica a la ociosidad, hay mujeres con una sobrecarga de trabajo inimaginable. No es de extrañar que respiren aliviadas cuando acaban las vacaciones.
No todos los hogares son iguales y es indiscutible que, actualmente, existen muchos tipos de familias en las que los roles de género están cambiando. Pero, aun así, los cuidados siguen teniendo rostro femenino. Lo dicen los datos: en España, ellas dedican el doble de horas al día que los hombres a realizar estas tareas y las domésticas. Un trabajo imprescindible pero invisible, sin remuneración económica ni reconocimiento social. La mochila pesa incluso más durante el periodo estival, sin el apoyo de guarderías, colegios o centros de día. La transformación económica y social de las últimas décadas ha permitido que las mujeres entraran de lleno en el mercado de trabajo. Eso ha revertido la mentalidad tradicional y ahora muchas no están dispuestas a renunciar a sus carreras profesionales para dedicarse al cuidado. Otras, tienen condiciones tan precarias que ni pueden planteárselo. En cualquier caso, hemos dejado un vacío en esas funciones que los hombres tampoco han asumido. Con una población cada vez más envejecida, el problema es evidente.
La pandemia ha puesto sobre la mesa la importancia de los cuidados como pilar básico en la sociedad, pero también ha visibilizado las grietas de un sistema que nunca ha valorado este trabajo. Lo vimos con trabajadoras del sector como limpiadoras o trabajadoras de residencias, cuyas condiciones laborales dejan mucho que desear. También con las mujeres que tuvieron que hacerse cargo de hijos e hijas y personas mayores o dependientes en sus casas, y con las que hicieron auténticas piruetas para compaginar estas tareas con su jornada laboral. Para ellas, el teletrabajo se convirtió en una trampa a la hora de conciliar. Una investigación en Reino Unido concluyó que, durante el confinamiento, el espacio en el que se dividieron los hogares de parejas heterosexuales, perpetuaba la idea de que el trabajo del hombre es prioritario. Los espacios silenciosos, como despachos o habitaciones separadas, se reservaban para ellos. Las zonas comunes, como cocina o salón, para ellas. Tampoco podemos olvidar a las familias monomarentales, las más afectadas durante esta crisis. Hogares encabezados por mujeres que tienen salarios inferiores a los hombres, con mayor dificultad para conciliar y que, por tanto, están más expuestas a la pobreza.
La crisis de los cuidados no es nueva pero la enorme brecha que se ha abierto en los últimos años pone de manifiesto la urgencia en redistribuir el tiempo y las tareas del hogar de forma equitativa. Invertir en políticas públicas transversales que fomenten la conciliación y la corresponsabilidad es un buen inicio, aunque no podemos dejar de lado a las mujeres que realizan estos trabajos sin recibir ninguna remuneración a cambio. Porque ocurre durante el verano, en las cenas de Navidad o en el día a día de muchas de ellas. Mujeres que quieren dejar de preguntarse: vacaciones ¿para quién?
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