Y la redacción volvió a sonar como una redacción Virginia P. Alonso

Puta. Cada vez que veo sus morritos pienso lo mismo. Tiene llagas de chupársela al coletas. Histérica. Bruja. Te tendrían que haber cogido los de La Manada. Cerda. Golfa. Comepollas. Eres ministra por callar y ponerte de rodillas.
Son algunas de las salvajadas que reciben las mujeres que se dedican a la política en nuestro país. Una retahíla de insultos —puede que alguna lectora haya recibido algún comentario similar tras mostrar su opinión en X— que demuestra de manera muy clarificadora la violencia que sufren. En cualquier espacio —en el primer párrafo pueden leer machistadas que se han pronunciado ante los medios o incluso en el Congreso de los Diputados— pero más en las redes, en las que muchos perfiles usan el anonimato para verter misoginia y violencia sin ningún tipo de pudor o miedo a ser reprobado. Escondidos tras un avatar o un nombre falso haciendo alarde de la impunidad de la que gozan. Es terrible el asedio que está sufriendo Carla Vall, abogada de la periodista feminista Cristina Fallarás por defenderla: “me dicen que ojalá me violasen o maltratasen a mí”. Hay representantes públicas, activistas o periodistas que han tenido que abandonar las redes sociales —esas que durante algún tiempo fueron refugio y campo de difusión del feminismo— por la cantidad de odio que recibían. Imaginen levantarse cada día y leer decenas de mensajes así. ¿Quién puede soportarlo? Enfoquemos mejor la pregunta: ¿por qué hay que tolerarlo?
Puta, cerda, golfa. Imaginen levantarse cada día y leer decenas de mensajes así. ¿Quién puede soportarlo? Enfoquemos mejor la pregunta: ¿por qué hay que tolerarlo?
Este domingo era la ministra de Educación y portavoz del Gobierno, Pilar Alegría, la que denunciaba la campaña de acoso machista que estaba sufriendo. Antes fueron Bibiana Aído, Leire Pajín, Irene Montero (pocas políticas han recibido tanto hostigamiento como ella y han estado tan poco acompañadas) Adriana Lastra, Yolanda Díaz o Alicia Sánchez Camacho. Mujeres con puestos relevantes, con agenda propia, con poder. En los ataques contra ellas, no hay crítica política, por mucho que algunos se empeñen en repetirlo. Tampoco hay discusiones argumentadas sobre diferencias ideológicas. Hay cosificación, sexualización y odio. Se tiran por tierra sus logros laborales y se asocia su cargo a los favores sexuales que supuestamente han hecho a los hombres.
Y no, no es que los varones que se dedican a la política no sufran acoso —recuerden la campaña de deshumanización que tuvieron que soportar Pedro Sánchez o Pablo Iglesias—, pero sobre ellos nadie hace recaer la sombra de la duda sobre cómo han alcanzado el poder. Se da por hecho que ese puesto les corresponde —y si no a ellos, a otro hombre— y que las mujeres que han llegado hasta ahí no lo han hecho por méritos propios. Son unas intrusas. Por eso, cualquier excusa es buena para erosionar su carrera.
Tampoco son sólo unos cuantos tuits. Es la máquina de la desinformación trabajando a todo trapo. Son columnas y editoriales en pseudomedios digitales ultras y horas de tertulias en programas de televisión con millones de espectadores y con periodistas empeñados en acabar con la izquierda. No es sólo Alvise Pérez propagando un bulo desde su cuenta, también es Cuca Gamarra haciendo un lamentable juego de palabras con el apellido de la ministra para relacionarla con Ábalos. Es Alberto Nuñez Feijóo, el ‘moderado’ líder de la oposición, condenando sólo a medias los ataques y asegurando que si Pilar Alegría hubiera dado explicaciones —las dio de forma detallada, por cierto— nada de esto estaría pasando. Vaya forma de culpabilizar de nuevo a una mujer por la violencia que sufre. Ni machismo ni feminismo, igualdad.
Para poder abordar un problema público, es necesario concebirlo como tal. Por eso, es importante que empecemos a llamar a las cosas por su nombre. Estas amenazas o comentarios humillantes y sexistas son violencia política por razón de género. Y se ejerce contra las mujeres con un objetivo muy concreto: tratar de excluirlas del ámbito público a costa de su deterioro laboral, físico y psicológico. Les recomiendo leer este completo informe que realizó el Ministerio de Igualdad en 2023 si quieren ahondar en sus consecuencias.
El mensaje es para ellas, pero es disciplinante para el resto. ¿Qué les estamos trasladando a las niñas y adolescentes cuando normalizamos o restamos importancia a estos comportamientos violentos? ¿Qué joven va a querer estar en primera línea si el precio que tiene que pagar por ello es tan alto? La participación de las mujeres en política no es ni un regalo ni un favor, es una cuestión de calidad democrática. Expulsarlas, alejando la posibilidad de que ocupen esos cargos públicos nos hace un país más débil y, sin duda, mucho más injusto.
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