El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
Y Dios salvó a la Reina
Al año siguiente de subir al trono murió Iósif Stalin. Cuando el primer hombre pisó la luna llevaba ya 17 años reinando. Presidió el declive del gran imperio británico. Desapareció la Unión Soviética y todavía le quedaban 33 años de vida. Desde Harry S. Truman a Joe Biden, estrechó la mano de 13 de los últimos 14 presidentes de Estados Unidos (solo Lyndon Johnson no tuvo ese honor). 14 primeros ministros, comenzando por Winston Churchill, sirvieron bajo su reinado y dos días antes de morir bendijo la llegada de Liss Truss al Gobierno. En setenta años pasan muchas cosas en la historia.
Su bisabuela, la reina Victoria, ocupó el trono durante más de 63 años. Eran otros tiempos, de privilegios, lujo y poder que persistían en Europa, pese a la modernización y los avances industriales. A Victoria entre la gente de la realeza y la aristocracia la llamaban la abuela de Europa. Su amplia familia, de 9 hijos, 36 nietos y 37 bisnietos, estaba representada en casi todas las cortes europeas. Además del emperador alemán, cinco de sus nietas eran reinas consortes a comienzos del siglo XX: la zarina Alejandra de Rusia; la reina Victoria Eugenia de España; Maud de Noruega; Sofía de Grecia; y María de Rumanía. A diferencia del reinado de su abuela, de continuidad y estabilidad, todas ellas vivieron épocas de disturbios y tragedias a partir de 1914. Victoria Eugenia y Sofía murieron en el exilio. Alejandra fue brutalmente asesinada junto con su familia.
La reina Isabel II, por el contrario, vivió la edad de oro de la democracia británica. El sistema parlamentario en Gran Bretaña había podido sobrevivir los ataques de los fascismos entre 1939 y 1941 y tras la victoria en la guerra fue el primer país en establecer un amplio sistema de servicios sociales para asistir a los ciudadanos “de la cuna a la sepultura”.
Desde finales de los años cincuenta Gran Bretaña y Europa Occidental experimentaron un largo período único de crecimiento, de oportunidades para los trabajadores, incluidas por primera vez las mujeres, en las fábricas, en la sociedad y en la educación. Los sindicatos alcanzaron su apogeo de influencia, a la vez que los conflictos de clases se difuminaban ante el avance del consumismo, los cambios de valores y la secularización. Millones de inmigrantes acudieron desde los países periféricos de Europa a los más industrializados. La descolonización ocasionó también un importante movimiento de población pobre a las antiguas metrópolis.
Las democracias que salieron de la victoria sobre el nazismo edificaron un sistema de inclusión social, de estado de bienestar, de mayor protección e igualdad, que, tras años de sufrimiento y sacrificio, se convirtió en el modelo inequívocamente europeo. Tras la catastrófica primera mitad del siglo XX, muchos intelectuales y políticos soñaron con recuperar una nueva y más benigna versión de la modernidad que otorgara abundantes beneficios en vez de causar muertes y destrucción. Se trataba también de reducir los peligros de las versiones más extremas del nacionalismo, militarismo y autoritarismo.
Las biografías venderán durante un tiempo la grandeza y humildad de Isabel. Todo lo que venga a partir de ahora será analizado con detalle en comparación con lo que ella hizo y legó
Las necrológicas y relatos del reinado de Isabel II van a situar el foco en la grandeza de la monarquía, en las relaciones de poder, en la estabilidad y continuidad, prestando escasa atención a las partes más ocultas por los relatos oficiales.
Para detener el declive acelerado de sus poderes coloniales, esos Estados democráticos, incluido el que presidía Isabel, movilizaron a decenas de miles de ciudadanos, utilizaron importantes recursos militares y económicos y perdieron la legitimidad y la autoridad moral que ideólogos y ultranacionalistas habían forjado desde el último tercio del siglo XIX. Persistentes delirios de grandeza llevaron a estadistas europeos a librar guerras en ultramar, en la Indonesia holandesa, en la Indochina y Argelia francesas y en las colonias británicas de Malasia y Kenia. Fueron guerras “sucias”, que rompieron las reglas de las Convenciones de Ginebra que esos poderes habían firmado, con abundantes episodios de tortura y violación. En Kenia, entre 1952 y 1960, 20.000 miembros de las guerrillas Mau Mau murieron en expediciones de castigo por parte de las tropas británicas y en campos de concentración.
En Irlanda del Norte, el nacionalismo, junto con mitos, símbolos y memorias del pasado, fue utilizado para movilizar y legitimar la violencia política. El IRA (Irish Republican Army) resurgió como parte de un movimiento más amplio de protesta de la clase obrera y estudiante católicos frente al dominio protestante y la discriminación en Irlanda del Norte. Desde finales de los años sesenta hasta el Acuerdo del Viernes Santo de 1998, hubo 3.636 asesinatos.
Pero frente a lo que había pasado en largos períodos de la historia de Europa en la primera mitad del siglo XX, a partir de 1949 la cultura dominante en la política y en la sociedad rechazó la violencia. Pasó a ser extraordinario que los políticos de Europa Occidental se identificaran con la violencia, defendieran el paramilitarismo, proclamaran su solidaridad con los terroristas o apoyaran sus acciones criminales. El monopolio de la violencia por parte de los Estados reguló la posesión privada de armas y bloqueó la aparición de grupos armados alternativos.
El uso estatal de la violencia frente a sus propios ciudadanos se redujo considerablemente, sobre todo con la desaparición, salvo en casos aislados y en las guerras coloniales, de la tortura y de la pena de muerte. Las experiencias negativas de las dos guerras mundiales y sus consecuencias devastadoras cambiaron las percepciones de muchos ciudadanos sobre la violencia y las ventajas de la paz, la negociación y la reconciliación. Fueron cambios políticos, socioeconómicos y culturales muy importantes que no pueden atribuirse solo a los grandes personajes, a las elites o clases dirigentes.
Los titulares dicen que la muerte de Isabel II es el final de una época. A su funeral asistirán en primera fila reyes, reinas, gobernantes, aristócratas y una parte del pueblo británico llorará. Cuando ya descanse al lado de su querido Felipe, comenzará un nuevo camino para Carlos III, mucho menos largo y posiblemente más complicado que el que tuvo su madre. Las biografías venderán durante un tiempo la grandeza y humildad de Isabel. Todo lo que venga a partir de ahora será analizado con detalle en comparación con lo que ella hizo y legó. El país tampoco está en su mejor momento y no hay que descartar una ruptura traumática con algunos de los valores dominantes hasta ahora en el palacio de Buckingham. Dios salve al Rey.
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Julián Casanova es Distinguished Professor en el Weiser Center for Europe and Eurasia de la University of Michigan
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