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As Bestas y "los otros"

Xoán Hermida

As bestas siempre son los otros.

Da igual la historia, el momento, las circunstancias, las causas y los azares. Las bestias siempre son ‘los otros’.

Viene de estrenarse la última película de Rodrigo Sorogoyen. Algunos ya sabemos desde que estudiábamos Historia del Cine, por Román Gubern, que el séptimo arte es el gran arte de masas, usado con una destreza inigualable por Eisenstein, comercializado como nadie por la industria de Hollywood. Por eso, en un país donde la industria cinematográfica es de una calidad importante, - no tan buena como nuestro patriotismo nos quiere hacer creer -, que se estrenen películas como As bestas, del realizador Sorogoyen, es una magnífica noticia en todos los ámbitos.

Viene esto a cuento porque no hay una gran obra sin que surja una polémica paralela. Este es el país de las polémicas y deberíamos estar acostumbrados a las mismas. Normalmente siempre dice más a favor del creador que de sus críticos. En este caso la crítica ha sido, en general, generosa con la obra, pero no lo suficiente para su excelente construcción artística y ética. Es verdad también que en este país para adquirir la categoría de ‘obra de arte’ tienes que ser neofolcklorico español, catalán reivindicativo, y/o echar mano de niños haciendo de niños.

En todo caso, a pesar de los elogios, una parte del nacionalismo gallego ha recibido la película con críticas. Un ataque a Galicia. Una especia de galegofobia de baixa intensidade (dixit).

Cualquier obra creativa tiene un punto de construcción metal, pero las grandes obras beben de la realidad. Encuentran en la recreación de la misma su inspiración. El filme de Sorogoyen se alimenta de un hecho real, una historia convulsa donde el aislamiento, la desconfianza, el instinto de supervivencia y el choque cultural (el multiracismo) configuran un acontecimiento que necesariamente llama la atención de un creador.

Las grandes obras de arte beben de las grandezas y de las miserias de los hombres y de las mujeres. Pero es en las miserias. En sus miedos, en sus heridas y sus cicatrices, en sus fantasmas donde crecen los monstruos (Goya). Y es donde crecen las grandes construcciones artísticas que, aun basándose en hechos ubicados espacialmente, se convierten en obras de arte al adquirir carácter universal. Entendible, sin traducción, por cualquier habitante del planeta. Desde Ulán Bator hasta Petín de Valdeorras.

Crimen y Castigo, El Lobo Estepario, La Metamorfosis o El retrato de Dorian Gray, bajan a las profundidades del ser humano real. El escondido tras nuestra socialización. Son seres golpeados por la existencia, en proceso de aislamiento buscado o impuesto, heridos en el transcurrir de la lucha cotidiana. Los personajes, que en algún momento fueron reales, del filme de Sorogoyen son seres al límite del aislamiento y del odio. Son de esta realidad, pero perfectamente podían ser de otras realidades. Sorogoyen no ataca el alma gallega de igual forma que Dostoyevski no atacaba el alma rusa.

El nacionalismo en su formato capitalista origino el mayor totalitarismo expansionista del siglo XX. El nacionalismo en su formato anticapitalista provoco genocidios en Rusia, China o Camboya.

Necesitamos un ejercicio de aceptación de nuestra realidad, con sus grandezas y también con sus miserias. Sin maniqueísmos, sin buenos y malos. Sin idealizaciones que nos impidan ver la realidad en todas sus dimensiones. Me niego, nos debíamos negar, a vivir en un espacio censurado, construido por los defensores de lo políticamente correcto. Tampoco quiero vivir en esa realidad idealizada, castrada, de los nacionalismos, - y me da igual que al rojo le acompañe el amarillo gualdo o el azul celeste -, de las naciones supremas donde los malos son ‘los otros’. Las naciones y los pueblos son fruto de construcciones a veces poco armoniosas, y así deben seguir siéndolo, para que la acción política no se vuelva maniquea sino reparadora.

Quiero sentirme parte de un país, y de otro país de países, y de otro país de países con países (en formato matrioska) hasta la hermandad universal en las que se unen la corriente del socialismo ilustrado (conocido como marxismo) y el liberalismo político. El nacionalismo en su formato capitalista originó el mayor totalitarismo expansionista del siglo XX. El nacionalismo en su formato anticapitalista provoco genocidios en Rusia, China o Camboya.

“El obrero no tiene patria” ha sido quizás la expresión, que fuera de contexto, ha generado más dogmas por exceso o por defecto. Algunos renunciando a su realidad espacial, a despreciarla, a no ser capaces de construir desde posiciones progresistas una alternativa democrática para mayorías de sus conciudadanos. Otros refugiándose en una realidad local idealizada, irreal, castrada, predecesora de la persecución de compatriotas de dudosa identidad.

As Bestas nos pone delante del espejo de las miserias de una humanidad que vive en el límite de la existencia. Nada más. Ni nada menos. Y en esa realidad, sin ánimo de justificar al verdugo, Juan Carlos Rodríguez (grandioso Luis Zahera) es a la vez víctima y verdugo.

La película de Sorogoyen acoge múltiples lecturas. Es una reivindicación del amor, de la defensa de la naturaleza, del empoderamiento de las mujeres en una tierra de hombres, de la resistencia –ya derrotada- frente al lucro. Es un análisis duro de la soledad, del aislamiento, de las miserias humanas. Es un canto a la vida, cuanto más parece que esta se escapa. Por eso, no sé en qué mentes enfermizas se puede pensar que es un ataque a Galicia.

Hoy, más de una década después de los hechos que inspiran el guion del filme, Margò Pool sigue a vivir en Santoalla. Y la vida – y Galicia- continúan, con sus luces y sus sombras.

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Xoán Hermida es historiador y doctor en ciencias políticas y gestión pública.

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