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Sumar ecología

Eduardo Crespo de Nogueira y Greer

Nos encontramos a las puertas de un nuevo ciclo electoral, marcado por las recientes heridas sufridas por nuestra sociedad (en muchos casos todavía abiertas), la demanda de continuidad de los mecanismos públicos para mitigar el impacto de los golpes, y la inevitable inserción del país en una de las coyunturas internacionales más inciertas y complejas de nuestro tiempo.

En este contexto, el espacio ideológico que se define a sí mismo como progresista se ha visto sacudido por la irrupción de un nuevo objeto político denominado “Sumar”.

Más allá de las inevitables motivaciones tácticas o estratégicas, de la distribución del poder, o de la “política de supervivencia”, puede extraerse de las formas y los discursos de Sumar una cierta dosis (quizá no siempre voluntaria, sino producto inexorable de una “maduración de los tiempos”) de autenticidad, de innovación, de revisión de ciertos paradigmas sociales, y de propuesta de algunas ideas, caminos y metas algo diferentes.

La aparición de Sumar podrá resultar útil si aprovecha la energía de su impulso para ayudar a construir respuestas viables a los enormes e inéditos desafíos entrecruzados que caracterizan el presente y el futuro inmediato. Esas respuestas, al contrario de lo que pretenden los populismos de todo signo (también los que se hallan en algunas de las fuentes originarias de Sumar) no podrán ser simples ni instantáneas, y tendrán que ser especialmente rigurosas, multilaterales, coordinadas y democráticas.

Afirma Sumar que su objetivo principal no es otro que el de reducir drásticamente las fuertes desigualdades sociales que persisten en España, y que son propensas a cronificarse. Y nos parece bien que así sea, mientras no se pierda la perspectiva de que nuestro país no está solo en el mundo, y que cualquier modelo de sociedad que aspire a funcionar y a ser duradero necesita posicionarse en relación con las cuestiones globales básicas que definen nuestra época.

El secreto reside en elegir con acierto los mimbres necesarios para ese cesto. Y uno de los mimbres más gruesos, y cuya posición transversal repercute en todos los demás, pero que paradójicamente suele quedar relegado en las urdimbres políticas, es el del medio ambiente. En los proyectos y programas políticos, la letra de lo ambiental está cada vez más presente, pero rara vez eso conlleva su aplicación efectiva. La “sostenibilidad” y sus distintas derivadas embellecen, modernizan, y finalmente fagocitan el discurso, en una especie de ejercicio gatopardiano, para evitar, precisamente, las decisiones, fundamentales y urgentes pero impopulares y costosas, sobre el cambio profundo de nuestras conductas, en especial las relacionadas con la salud de los ecosistemas y la ordenación del territorio.

En el caso de Sumar, y basándonos en lo que públicamente ha trascendido acerca de sus meses de cualificado trabajo temático preparatorio, nos parece detectar una cierta herencia de doble filo. El pilar ambiental del discurso está presente. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas no se han caído del cartel, lo que indica que se desea seguir pensando en grande, en global, pero su traducción a la tarea concreta, local, para la próxima legislatura (con obvia proyección en las siguientes) genera motivos de preocupación.

Los equipos humanos encargados de orientar al inicio de Sumar el conocimiento y la estrategia en materia ambiental son ricos en perfiles antropológicos y eco-sociológicos, lo cual es coherente con la visión de un medio ambiente al servicio del progreso social igualitario. Cuestión distinta es saber si las prioridades para la acción ambiental trazadas desde esos perfiles se corresponderán objetivamente con la hondura y el retraso de los desequilibrios a subsanar, y con las urgencias vitales que atender en este ámbito. No hay, por ejemplo, ninguna duda de que la lucha (mitigación y adaptación) contra el cambio climático ocupará un lugar destacado entre los planes y propuestas, igual que lo harán las energías no provenientes de combustibles fósiles, todo ello abordado desde la perspectiva de la producción y el consumo.

Es vital sumar ecología. Si lo hace, será muy de agradecer; si no, el futuro traerá más oscuridad

No aparece tan clara, sin embargo, la apuesta inequívoca por solucionar un defecto muy grave de los ejercicios de política ambiental que hemos visto hasta ahora: el desconocimiento del tercer vértice, el arrinconamiento y ninguneo de la naturaleza. Es imprescindible y urgentísimo garantizar que los avances en materia climática y energética se realicen con respeto absoluto, e incluso fomentando, a los ecosistemas que forman nuestros paisajes y las especies que los habitan y componen; en otras palabras, asegurar la preservación y recuperación de la biodiversidad.

Lejos de ser una cuestión decorativa, o un asunto que pueda posponerse hasta “tiempos mejores”, conservar la naturaleza, restaurar los ecosistemas degradados, recuperar las especies diezmadas, incrementar el orden de magnitud de la superficie silvestre (protegida o no) hasta devolverle su plena capacidad de adaptarse a los cambios (y así también ayudarnos a los humanos a sobrellevarlos) es, además de una cuestión de supervivencia, una obligación ética y moral de las sociedades avanzadas. No es una broma. Es un asunto trascendental, una prioridad de primer orden, sobre la que descansan muchas otras. Y llevarla a la práctica pasa, por ejemplo, por elegir con exquisito cuidado el número, la ubicación y el tamaño de las instalaciones generadoras de las nuevas energías, para evitar pagar con ellas un precio ecológico y paisajístico inasumible. Y pasa también por no debilitar, sino reforzar, y respaldar frente a las presiones, a los elementos y recursos públicos de control y evaluación de los impactos ambientales. Pasa, en fin, por entender, por primera vez en la historia política de España, que un país que intente progresar sin respetar profundamente su naturaleza silvestre y su paisaje, o hacerlo a costa de ellos, será, pese a los espejismos del corto plazo, un país cada vez más miserable, tanto ecológica como socialmente.

Sumar, como fuerza política con visión local y global del siglo XXI, tiene aún la oportunidad de inaugurar el camino brillante que pone la conservación y restauración de la naturaleza al nivel de importancia que verdaderamente le corresponde, también para el magnífico objetivo de erradicar la desigualdad. Es vital sumar ecología. Si lo hace, será muy de agradecer; si no, el futuro traerá más oscuridad. 

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Eduardo Crespo de Nogueira y Greer es doctor ingeniero de Montes y funcionario del Estado.

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