Todo lo que el rey olvidó en su discurso (y queríamos oír) Marta Jaenes
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Feijóo perdió el debate al no ir, pero así tuvimos uno de verdad
Y, al final, sin que hubiera excesivas expectativas, un debate. No sólo un debate electoral sino un debate público, en la radiotelevisión pública, la de todos los ciudadanos llamados a las urnas el 23 de julio.
El debate de RTVE es una valiosa lección. Para aquellos que creen que la mejor manera de ganar es embarrándolo todo. Para aquellos que interrumpen todo el rato con mentiras. Para aquellos que defienden un boicot a la televisión pública porque dicen que está manipulada y no es neutral. Para los medios que consideran que cuanta más sangre, mejor televisión. Hay otra manera de hacer las cosas: se llama debate público de calidad.
Reconozco que no me lo esperaba, tan acostumbrados como estamos a la política viscosa, pero ahí estuvo, con dos modelos antagónicos de país expresados con respeto en las formas. ¿Qué daño podría hacer un debate a cuatro entre las dos coaliciones de gobierno posibles para este país? ¿Quién podría negarse a participar en un debate así y con qué justificación que no sonara a burda excusa?
La respuesta es evidente: Alberto Núñez Feijóo. Y, paradójicamente, gracias a su plante, que fue en sí misma una derrota, pudimos presenciar un debate que merece tal nombre y que Abascal supo aprovechar de cara a los suyos a dos días de que acabe la campaña. Su radicalidad ideológica quedó patente, pero se guardó la agresividad formal de otras ocasiones y de otros portavoces de Vox. Jugó a hablar casi en voz baja para no dar miedo, para parecer hasta moderado sin mucho menos serlo. Ese es el juego habitual de Feijóo salvo en el cara a cara de la semana pasada, en el que buscó un golpe de efecto seco y violento.
Me parece una evidencia que lo que dijo el líder de Vox, y cómo lo dijo, podría haberlo firmado de pé a pa el líder del PP. No en vano, Feijóo pacta con la ultraderecha todos los gobiernos que puede. Lo que les separa no es una aversión ideológica sino la fría lucha por el poder y por imponerse el uno al otro. Abascal trató de liderar la derecha para evitar perder votos en favor del PP y, evidentemente, la ausencia de Feijóo se lo facilitó.
¿Qué tuvimos enfrente? Una coalición con matices, pero en armonía. La visualización clara de una coalición mejor avenida y que dará menos disgustos a la izquierda si el domingo revalida el poder. Un proyecto de gestión, algo que quedó muy patente, y una propuesta en positivo para el futuro, que aprendió de los errores.
Vimos también a una Yolanda Díaz que por fin tuvo un momento de gran exposición y protagonismo en esta campaña, que estuvo firme e hizo propuestas, como había prometido. Por fin se habló de la emergencia climática, de las olas de calor o hasta la salud bucodental y la fisioterapia. Y a un Pedro Sánchez institucional, con los datos que no fueron audibles en el cara a cara, que simultanea jornadas maratonianas en Bruselas con una campaña mientras Feijóo se esconde y, ya es mala suerte, le da un tirón en la víspera del debate a cuatro al que debiera haber acudido.
Vimos dos alternativas de gobierno: una que funciona, perfectamente engrasada, y otra que ni siquiera es capaz de comparecer junta, pero que coincide en sus postulados fundamentales y que si suma, gobernará.
El debate dejó claras las dos alternativas: una que funciona y está engrasada y otra que ni es capaz de comparecer junta, pero que coincide en lo fundamental
El debate dejó claras las dos alternativas. Sin truquitos, sin la primacía de encuestas que poco menos que rebajan el valor de las urnas, sin teorías contra el espíritu parlamentario y constitucional de la lista más votada.
Es la hora de dar un paso adelante. En público, en la pública, hay quien se atrevió. Y hay quien no. Por algo será.
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