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Me llamo Francisco Ruiz Sánchez

Julián Lobete Pastor

Francisco Ruiz Sánchez es una victima de ETA que en 1976 recibió doce disparos por parte de un comando, cuando, como policía municipal, escoltaba al alcalde de Galdácano, Víctor Legorburu, que resultó asesinado en el mismo atentado.

Tras una larga recuperación, Francisco Ruiz decidió salir del País Vasco ante la hostilidad que gentes del pueblo de Galdácano mostraban hacia él y su familia. Volvió a su tierra natal de Ciudad Real, donde con esposa y cuatro hijos tuvo que acogerse a la ayuda de Cáritas para salir adelante.

Es la historia de tantas víctimas de ETA que sufrieron atentados, extorsiones o secuestros, para después ser atacados, amenazados o excluidos por los partidarios de la banda terrorista, a veces sus vecinos, o conocidos, en muchas ocasiones con una enorme crueldad.

El caso de Francisco ha salido ahora a la luz porque fue entrevistado por Jordi Évole para el documental producido para Netflix sobre un conocido terrorista que no quiere que le llamemos por su nombre de asesino. 

Los aplausos de los asistentes a la proyección del documental fueron para Francisco, como es natural. Él y todas las víctimas son los verdaderos protagonistas del documental y no el asesino, que no dijo en el documental cosas diferentes a las que ya había dicho en otras entrevistas, que nunca se va a arrepentir, que morirá afirmando que lo que hizo estaba justificado.

Francisco Ruiz pidió en San Sebastián que se explicara a la juventud, sobre todo a la vasca, lo que pasó, para que no se vuelvan a repetir situaciones similares. La mejor educación, en mi opinión, será la que provenga del conocimiento del sufrimiento de las víctimas, de la sima de odio que la banda y sus seguidores, que no fueron pocos, crearon en el País Vasco.

Los relatos de las víctimas no han tenido hasta ahora mucho eco en la sociedad española. De las películas y series producidas sobre el terror etarra y sus consecuencias, únicamente unas pocas abordan el sufrimiento de las víctimas, tales como El final del silencio, Patria o Maixabel, salvo desconocimiento de otras, aunque no es en las películas y series donde se debe poner el acento, sino en los planes educativos.

El silencio no es por falta de fuentes. Entre otros relatos, cabe destacar los estremecedores que narró Cristina Cuesta, víctima ella misma, en Contra el Olvido . O las narraciones de Fernando Aramburu en Los peces de la amargura, definidos por Iván Igartua como "Realismo trágico": “El fresco que resulta del libro es un catálogo no completo, pero sí representativo de los estragos causados por el terrorismo; de los estragos individuales, plasmados en la historia trágica de cada personaje, pero también de los colectivos, porque a fin de cuentas, en el fuego terrorista se reavivaron las cenizas de una sociedad en franca degeneración, donde todo referente o valor ético ha sido sepultado bajo la coartada nacionalista, y en la que los comportamientos más abyectos adquieren label político y justificación identitaria” . 

El comentario de Igartua es de 2006, pero no ha perdido actualidad, como tampoco la historia que en 2007 contó Pablo Ordaz en El País, “Dos mujeres sin odio”, sobre la relación entre la madre del etarra De Juana, cuidada en su enfermedad de Alzheimer por su consuegra, esposa de un militar asesinado por ETA. Ahí está también la inigualable novela de Guerra Garrido La Carta.

No vendría mal que el partido político que ahora ha abrazado la democracia, pero que proviene de aquellas circunstancias, EH Bildu, declarare que la actividad terrorista no tuvo justificación

ETA no sólo mató o invalidó a magistrados, catedráticos o políticos conocidos, sino a personas muy comunes como guardias civiles e hijos de éstos, policías nacionales o municipales, taxistas, peluqueros, conductores de tranvías, albañiles, administrativos, operarios de taller y pequeños empresarios. Dejó viudas, huérfanos, padres y madres sin hijos, hermanos privados de su hermano, cuya vida debió rehacerse en medio del rechazo, las agresiones, las calumnias y amenazas, que en muchas ocasiones les obligaron al exilio.

Hay que contar también los daños causados por el GAL, como el asesinato por carta bomba de un joven cartero de 25 años,  José Antonio Cardosa González, que nada tenía que ver con la banda. Los estragos familiares causados por el GAL y bandas afines son de tanta crueldad y dolor como los causados por ETA.

Y finalmente , no vendría mal que el partido político que ahora ha abrazado la democracia, pero que proviene de aquellas circunstancias, EH Bildu, declarare que la actividad terrorista no tuvo justificación y que sus postulados eran totalitarios y contrarios a la democracia. La educación juvenil sobre el terrorismo será así más completa.

Pero sobre todo no nos olvidemos de todas las víctimas y de sus historias.

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Julián Lobete Pastor es socio de infoLibre.

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