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El silencio y la derecha rara

El juez Peinado se ha sumado a la pintoresca doctrina del “quien calla otorga” que florece en las últimas semanas en la derecha española. Poco importa que el refranero diga también lo contrario: “el buen saber es callar, hasta ser tiempo de hablar”, “la palabra es plata, el silencio es oro”… El juez ha dejado (mal) escrita su curiosa concepción del derecho a no declarar en contra de su esposa del presidente del Gobierno: su silencio “como es bien sabido, permite dar lugar a la formación de inferencias, que, en su caso, en conjunto con otros elementos de carácter objetivo, puedan llevar a conclusiones de carácter objetivo, al objeto de valorar la posible concurrencia de aspectos integrantes, de posibles indicios, bien, en sentido inculpatorio hacia algún investigado, o por el contrario, en sentido excluyente de responsabilidad penal”.

De modo que si yo me abstengo de demostrar que no he matado a un niño, se puede inferir que quizá lo he hecho. Sánchez vendría a ser así culpable de toda aquella fechoría de la que se le pudiera acusar, que no fuera por él explicada. Del mismo modo que Zapatero es cómplice del fraude electoral de Maduro en Venezuela por no haber dicho ni una sola palabra sobre él. El ministro de Asuntos Exteriores también lo es, porque, aunque siga a pies juntillas la prudente posición de la Unión Europea, que trata de evitar un baño de sangre, no quiso afirmar explícitamente ante la pregunta de José Luis Sastre, en la Cadena Ser, que el país es “una dictadura”.

Hay una agónica lucha entre los agentes políticos y sociales por imponer en los medios sus prioridades

En la misma línea, el PP, que ha renovado ahora su interés electoral en pescar votos en las turbias aguas de la xenofobia, pretende que el Gobierno declare la “emergencia migratoria nacional”, mientras no dice ni una palabra sobre la favorable evolución de la inflación, la estabilización de la política catalana, el verano con cifras récord, la paz social y así, en general, sobre el hecho inequívoco de que vivimos en uno de los países más prósperos, estables, seguros y solidarios del mundo, problemas aparte, que los hay.

La ingenua teoría de la agenda setting ya estableció hace medio siglo que los asuntos que los medios fijan como importantes se convierten en problemas importantes para la gente, y que, como consecuencia, hay una agónica lucha entre los agentes políticos y sociales por imponer en ellos sus prioridades. Más tarde hemos relacionado ese proceso con el traspaso de determinados relatos –y no otros, porque el día solo tiene 24 horas– a los medios de comunicación y de allí a las tabernas y las reuniones familiares. 

En la España en emergencia nacional que la derecha quiere narrar, hordas de inmigrantes peligrosos nos amenazan y un presidente corrupto está dispuesto a vender la patria por aferrarse al poder, como Maduro. Se pretende que lo que no dice otorgue credibilidad a esa narrativa. Enfrente, un Gobierno con evidente debilidad parlamentaria tendrá que empeñarse a fondo en el otoño para hacer valer su propia versión de los acontecimientos. No lo tendrá fácil, pero cuenta con una ventaja, que no solo es la mayor verosimilitud de su relato, sino el contraste de un liderazgo alegre y optimista frente una oposición apocalíptica y siempre enojada.

De persistir este empeño en construir una narrativa destructiva, disparatada y negra de nuestro país, podría suceder que en el avance del curso, la derecha española fuera cogiendo la forma de la derecha estadounidense que el nuevo candidato progresista a vicepresidente, el campechano Tim Walz, ha descrito con acierto y regocijo de los suyos: son sencilla y penosamente “weird people, gente rara”.   

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