Todo lo que no sea dimitir Pilar Velasco
“Derrepente” Trump
“Derrepente”, así describe José Luis Sastre en su novela Las frases robadas (Plaza & Janés) ese momento en el que en un instante todo se precipita, y así es como parece que se está viviendo el triunfo de Trump la pasada semana. Como si, “derrepente”, hubiera reaparecido el portador de todos los males. Pero en el fondo no es así. Jamás se fue. Tampoco es lo más preciso hablar de la victoria de Trump, sino de la derrota de Harris. Todo es ya conocido.
Habría que empezar por recordar que la victoria de Biden, que consiguió movilizar a un número muy significativo de votantes demócratas tras cuatro años de pandemia gestionados por un negacionista, no fue sino un paréntesis, quizá la última oportunidad que los demócratas tenían de demostrar que habían entendido el mensaje impugnatorio que había llevado a Trump a la Casa Blanca.
No ha sido así. Lo que vivimos la madrugada del pasado miércoles fue la constatación de, al menos, tres cosas: la primera, que los demócratas siguen sin entender que la gran brecha que atraviesa la sociedad norteamericana tiene que ver con los distintos imaginarios y estilos de vida entre una parte cosmopolita, urbana, de la que se dice “abierta”, y otra que se siente al margen y abandonada desde un mundo rural desconectado de ese brilli brilli de Taylor Swift. Ellos siguieron hablándoles a los primeros, y los esfuerzos que han hecho incrementando subsidios y ayudas a las rentas bajas y medias apenas han tenido reflejo. La desigualdad ha aumentado a lomos de la inflación, y las rupturas sociales no han conseguido restañarse.
La segunda gran lección de la noche fue el éxito, una vez más, de esos hombres fuertes con Trump a la cabeza que saben detectar como nadie los fallos del sistema y se cuelan por ellos para aprovechar la desazón y la sensación de abandono. Prometen la vuelta a ese pasado que nunca existió, pero que ofrece un horizonte de seguridad al que se agarra quien mira al futuro aterrado y decide mostrar su malestar con desdén.
La noche electoral dejó una tercera certeza: que los partidos –tradicionales, institucionales, los de siempre– fracasaron. Y que cuando estos se caen, la democracia se resquebraja. Falló el Partido Demócrata, que no supo leer el estado de ánimo, diagnosticar los retos y darles respuesta. Es más, fue incapaz de forzar a tiempo un cambio en el candidato hasta que se convirtió en un clamor. Y falló estrepitosamente el Partido Republicano –más allá de unos cuantos líderes–, que quedó sepultado en el discurso de Trump bajo el nombre del Movimiento MAGA –Make America Great Again–, formalmente bautizado.
Falló el Partido Demócrata, que no supo leer el estado de ánimo, diagnosticar los retos y darles respuesta. Es más, fue incapaz de forzar a tiempo un cambio en el candidato hasta que se convirtió en un clamor
A falta de conocer el escrutinio definitivo, que dará más pistas, estas tres constataciones dan ya para mucho. Pero como esta columna se ha propuesto mirar hacia delante, toca extraer tareas pendientes. Allá van tres, para empezar:
Más allá de ser presas de un derrotismo paralizante, es un momento idóneo para comprobar hasta dónde un mandatario con todo el poder puede hacer todo aquello que prometió o, por contra, hasta dónde va a tener que adaptarse a las tendencias económicas, las presiones empresariales, la dinámica internacional y las olas de fondo que recorren el planeta. El negacionismo climático de Trump va a dar prueba de la medida de esto. Cuando llegó al poder en 2016, las universidades, estados, ayuntamientos, empresas y fondos de inversión que habían apostado por las políticas climáticas le hicieron frente y siguieron por el camino que tenían trazado. ¿Pasará ahora algo parecido? Conviene prestar atención.
Por otro lado, quienes quieran enfrentarse al trumpismo en todas sus versiones necesitan partir de un análisis de los malestares –difusos y en plural– que recorren las sociedades, superando la división entre cuestiones materialistas y postmaterialistas, y analizando todas sus interrelaciones.
Finalmente, si las fuerzas progresistas quieren plantarles cara a los trumpismos que recorren el mundo, tendrán que reconstruir la idea de un futuro que merezca la pena ser vivido. Las proclamas apocalípticas no sólo no consiguen movilizar, sino que paralizan. Sin negar la gravedad de la situación, entendiendo las complejidades que nos rodean por doquier, vencer a los populismos de la ultraderecha pasa por ofrecer una propuesta real, concreta y materializable que devuelva la esperanza.
Y ahora, volvamos a España. ¿Se han dado cuenta de cuántos de estos puntos se pueden aplicar a una dana terrible, cuya virulencia agravada por la crisis climática hacía tiempo que estaba advertida y cómo es preciso dar respuesta mediante nuevos paradigmas basados en la sostenibilidad? Todo puede estar más hilado de lo que parece.
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