Ayudemos a los Reyes, vayamos al fondo

La carta a los Reyes Magos de los adultos está llena de deseos inmateriales, una mezcla de anhelos que pedimos a sus majestades pero que raramente contribuimos a convertirlos en realidad mediante nuestro propio esfuerzo en la acción. ¿Qué mejor manera de empezar el año que cambiando esa tradición?

En la lista de deseos de quienes intentamos analizar lo que acontece aparece uno de forma recurrente, el de ir al fondo de los asuntos. Sin embargo, rara vez pasa de ser eso, un deseo dispuesto a ser incumplido. Con demasiada frecuencia el debate, y a ello contribuimos de forma decisiva quienes tenemos un altavoz en la conversación pública, se queda en el plano de la táctica –algunas veces estrategia– política, y se resiste a penetrar en el fondo del asunto. La conocida diferencia entre “policy” y “politics” que cualquier estudiante de Ciencia Política aprende en primero de carrera, se olvida con demasiada frecuencia a la hora de armar una discusión colectiva que aspire a ser útil.

La carta a los Reyes Magos de los adultos está llena de deseos inmateriales, una mezcla de anhelos que pedimos a sus majestades pero que raramente contribuimos a convertirlos en realidad mediante nuestro propio esfuerzo en la acción

En lo poco que llevamos de año ya hemos tenido dos ejemplos. El primero, el programa “50 años de España en libertad” anunciado por el presidente del Gobierno y que se presentará oficialmente el próximo miércoles. En lugar de entrar a discernir sobre el enfoque que puede ser más propicio, los contenidos que no deberían faltar, la manera de promover la participación de todas las voces que no pueden ser excluidas o cómo trasladar a la sociedad los mensajes más constructivos y estimulantes, el análisis se queda muy a menudo en las intenciones, en este caso, del Gobierno, para con el resto de grupos. Si, además, el propio presidente del Ejecutivo pone una trampa para elefantes al PP, y Feijóo, ayudado por Ayuso (no así Moreno Bonilla, por cierto, que salió el primero saludando la iniciativa) cae en ella a la primera de cambio, el marco está instalado, imposible entrar al fondo (mi opinión sobre el fondo del asunto, en esta columna de la semana pasada).

Algo parecido está ocurriendo con la polémica por la reducción de la jornada laboral. Bandera de la izquierda y uno de los puntos en que se sustenta el acuerdo de gobierno entre PSOE y Sumar, ambos discrepan en los tiempos y formas de su aplicación. La diversa realidad del mundo laboral por sectores  –en nada se parecen las condiciones laborales de la industria a los servicios, por ejemplo– o por territorios –en Euskadi la jornada laboral media ya está en las 37,5 horas, aunque con diferencias según sectores y convenios colectivos de ámbito autonómico o nacional y los funcionarios llevan dos décadas con 35 horas semanales– obliga a entrar en el detalle de la forma, los ritmos y los plazos de aplicación. La inusual declaración de Yolanda Díaz la semana pasada refiriéndose a las palabras del ministro de Economía que planteaba plazos distintos a los suyos, y diciendo literalmente  que “hay que ser casi mala persona para estar en contra de la reducción del horario laboral en España”, desvía el foco de lo importante y alienta las especulaciones sobre un posible cambio de estrategia de la vicepresidenta para marcar perfil propio frente al Partido Socialista rompiendo la entente cordiale y de paso desprenderse de esa acusación de seguidismo que le hace Podemos. Apenas unas horas después de que dijera esas palabras, las especulaciones al respecto se han disparado, olvidando sobre lo que se está debatiendo, algo central tanto para los partidos del Gobierno como para el conjunto de la izquierda europea.

Esto no quiere decir que detrás de cada uno de estos movimientos no haya intenciones de “politics”, es decir, de intentar avanzar en el espacio político propio dando un zarpazo al contrario, ¡faltaría más!, pero quedarse en ese plano de análisis tiene, al menos, tres riesgos: El primero es que se dificulta sobremanera el entendimiento por parte de la ciudadanía de lo que se está planteando: ¿Qué se quiere celebrar en los 50 años de la muerte de Franco y por qué? ¿Dónde está el problema en reducir la jornada laboral?, ¿Afecta por igual esta medida a todos los trabajadores?, ¿Por qué se propone ahora?, ¿Qué puede suponer a efectos prácticos?, etc. 

El segundo, que limita el número de actores. Si nos quedamos en este plano, los protagonistas son un reducido número de líderes políticos que interactúan entre ellos, ajenos al resto de la sociedad y a grupos que son esenciales: ¿Dónde está la opinión de los historiadores, economistas, y expertos que han estudiado la Transición española, o de quienes llevan años trabajando sobre procesos de transición, justicia restaurativa, etc? ¿Qué opinan sobre la reducción de jornada los expertos en derecho laboral, los empresarios grandes, pequeños y medianos, los sindicatos de cada sector o territorio?

El tercero, y no precisamente el menor, es que contribuye a extender esa idea de que la política es algo ajeno a los problemas reales de la gente: Qué más da el contenido ni de lo que se hable si lo que buscan es ganar posiciones desgastando a los otros, etc. La política acaba convertida en cotilleo. En definitiva, pura corrosión democrática.

Habría pues que echarles una mano a los fabulosos Reyes Magos este año. Quienes tenemos un altavoz, evitando quedarnos en el análisis del tacticismo de cada día e intentando entrar en el fondo –es más difícil y hay que estudiar más, cierto, pero para eso estamos–, y quienes nos leen cada día y añoran una mejor democracia, premiando, con su lectura, este compromiso.

Feliz día de Reyes, ¡corran a abrir sus regalos!.

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