Detrás de la tramoya

Un puñado de votos para el PSOE

Camisa azul ella y corbata roja él, como si quisieran hacerse mutuamente un guiño subliminal preparando la gran coalición. Sorprendente ausencia de referencia alguna a la corrupción, la transparencia y la regeneración democrática, excepto alguna ironía de la socialista a "viajes a Suiza" de los líderes del Partido Popular. Y, por supuesto, ausencia de otros partidos, que tiene sentido cuando los dos que debaten optan a la presidencia del Gobierno, pero ¿siendo cabezas de lista al Parlamento Europeo? ¿Qué sentido tiene un cara a cara en la televisión pública en elecciones europeas?

Sólo ahí estuvieron las complicidades: en vestirse con el color del otro, en obviar ambos los asuntos de la cloaca, como también hicieron sus jefes en el último debate del estado de la Nación, y en dejar fuera a los pequeños. Ahí estuvieron las coincidencias entre Elena Valenciano y Miguel Arias Cañete. Porque a partir de ahí todo fue un contraste tan dispar entre dos visiones del mundo que el debate se hacía completamente irrelevante en sus contenidos.

Si un marciano hubiera escuchado sin prejuicio alguno, seguramente diría que la señora estuvo notablemente mejor: a pesar de una ligera afectación y una pose que a veces recordaba a las chulapas que salen estos días a las calles de Madrid, Valenciano no leyó ni se atropelló nerviosa como Cañete. Ella tenía las intervenciones obviamente tan preparadas como él –con cifras, ejemplos y recortes de prensa escogidos– pero interpretó mejor su papel y estuvo más convincente. Es seguro que en Ferraz están ahora mucho más contentos que en Génova. Si un puñado de votos se decidió en la hora que duró el debate, esos votos fueron para el PSOE.

Puedo imaginarme los nervios de los preparadores de Cañete, porque cuando se atenía a sus consejos, lo hacía de manera tan evidente que leía el papel sin gracia alguna. Y cuando dejaba de leerlos, se aceleraba, se trastabillaba, se le acumulaban las palabras en la comisura izquierda de los labios, y ahí se quedaban; o decía alguna cosa inconveniente, como aquello de que Europa nos dio un crédito con condiciones "maravillosas".

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Como los debates se ganan o se pierden en buena medida antes de que se celebren, por las predisposiciones de los espectadores, es probable que éste haya quedado en una pequeña ventaja para Valenciano o en un empate técnico, aunque ella estuviera formalmente muy superior a él. Y como el hastío es tan grande y la desafección con respecto a ambos partidos tan inmensa, lo más seguro es que la mayoría diría que aquí no ha ganado "ninguno de los dos".

No es culpa de los dos contendientes. Hicieron lo que pudieron. Es culpa de sus jefes

y de los partidos que representan: sin credibilidad y en decadencia. Como metáfora del rifirrafe político, decía Ed Rollins, un conocido consultor político, que si las compañías aéreas se acusaran mútuamente de pilotar aviones inseguros, la gente abandonaría el avión e iría en tren. Las visiones de España eran tan distintas entre Valenciano y Cañete, que intuyo que buena parte de la gente que comenzó a verlos se pasó al nuevo programa de Patricia Conde o a cualquier otro cuando el conservador sacó el primer gráfico o hizo la primera referencia a la herencia recibida, allá por el minuto tres.

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