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El cambio que trajo el Partido Popular

José M. Marco Ojer

Aunque parezca paradójico el contexto de la crisis también supuso una cierta dosis de optimismo en cuanto que se supone que los períodos de crisis son ocasiones para la autocrítica y la renovación. En cuanto que son una ocasión de destrucción de lo que no funciona y al mismo tiempo una ocasión para construir algo nuevo y mejorado, una oportunidad para aprender de los errores y superarlos.

En ese sentido, quizá con una excesiva dosis de optimismo, algunos pensamos que iba ser una buena oportunidad para rectificar y corregir deficiencias y errores del pasado. Buena ocasión para una regeneración democrática y ética que trajera consigo potenciar la participación ciudadana, incidir en una economía más humana o en la lucha contra la corrupción.

Sin embargo, a la vista de los acontecimientos, esas esperanzas se han frustrado. Se ponen más trabas para que los ciudadanos se expresen, hablar de personas en el proceso económico sigue “sin tener sentido”, los esfuerzos relacionados con la corrupción no se dedican a resolverla sino a poner trabas a la justicia que quiere esclarecerlos.

Parece que todo sigue igual, pero no.

La crisis ha sido un “buen momento” para llevar a cabo importantes modificaciones aunque no las esperadas.

Remontamos –o remontaremos– con trabajos precarios, salarios recortados, los servicios sociales convertidos en servicios de pago. Remontaremos en una sociedad en la que sólo los que tengan capacidad económica podrán disfrutar de bienes básicos.

Reglas implícitas se han roto.

El estado del bienestar no sólo se había convertido en un estado más justo en el que con independencia de la renta todo ciudadano tiene acceso a unos bienes básicos de cierta calidad, sino que implicaba también un acuerda tácito de paz social.

La reducción de la diferencia entre los que más y los que menos tienen, los servicios que el estado prestaba, parecían ser aceptados –de forma general- como suficientemente justos. Los criterios de aplicación de la distribución y redistribución de la renta parecían suficientes.

Desde luego que existían aspectos mejorables: el control de quienes se aprovechan de esta situación para acceder a prestaciones que no les corresponde o la falta de proporcionalidad en el pago de impuestos. Pero en cualquier caso, interferir en eso que llaman las leyes de mercado se consideraba positivo.

La tendencia neoliberal, aprovechándose de la crisis y de la falta de perspectiva de la mayoría de la sociedad, ha impuesto en asuntos sociales sus principios de “mercado y más mercado” reduciendo lo público y reduciendo, en favor de los que más tienen, los procesos que garantizaban un equilibrio razonable.

Todo no sigue igual.

Por primera vez desde casi siempre los hijos vivirán peor que los padres. Los que tienen más tendrán cada vez más a costa de los que tienen menos. Los que tienen menos, cada vez estarán más abajo porque les resultará imposible acceder a una educación que les permita mejorar o al menos mantenerse. Y tras cincuenta años de mejora, nuestros hijos se verán en una línea de salida mucho más retrasada que la de sus padres.

José M. Marco Ojer es profesor de Filosofía y socio de infoLibre

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