Eduardo Galeano

Una alegría que duele

Una alegría que duele

Miguel Roig

Hace poco compré, con la intención de releerlo, una edición de bolsillo de Las venas abiertas de América Latina en uno de los quioscos de prensa del aeropuerto de Barajas. Razones que ya no recuerdo hicieron que el libro llegara a Buenos Aires, destino de mi viaje, y volviera a Madrid sin ser leído. Ahora lo busco en mi biblioteca, movido por la noticia de la muerte de Eduardo Galeano.

No hace demasiado tiempo, unos pocos años, el libro retornó a la actualidad cuando el desaparecido presidente Hugo Chávez le regaló un ejemplar a su homólogo estadounidense, Barack Obama, en una cumbre de las naciones sudamericanas. La foto que distribuyó Reuters es elocuente: se ve a Chávez intentando explicar el sentido del texto y a Obama con la mirada dudosa sobre una portada escrita en un idioma que no es el suyo.

Tampoco en mi caso, ni el de un reducido grupo de amigos, accedimos al texto en castellano en su día. La dictadura de Videla aplastaba Argentina y nosotros, recién llegados a la universidad, no teníamos acceso a libros como los de Galeano, la chilena Marta Harnecker o, incluso, Rodolfo Walsh, que fue secuestrado y desaparecido por los militares genocidas.

La lectura que hicimos entonces, a finales de los ochenta de Las venas abiertas de América Latina fue una edición brasileña que trajo un compañero de la universidad de un viaje a Río de Janeiro. Hoy, desde la distancia, parece broma que hayamos leído con paciencia y esmero aquel texto en otra lengua, como si fuera una biblia laica, una versión contemporánea y urgente de los trabajos de Bartolomé de las Casas que ponía sobre el tapete el expolio de aquello que entonces llamábamos patria grande, donde Simón Bolivar convivía con Francisco de Miranda y José de San Martín, y creíamos en el hombre nuevo, el mismo al que Alberto Korda puso una imagen mítica.

Pero antes, unos pocos años anteriores a Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano ya dirigía la revista cultural más importante de Argentina después de la lejana Sur de Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges y Pepe Bianco: Crisis, la respuesta que la izquierda culturalCrisis dio a través de una publicación mensual que junto con el semanario Primera Plana y el periódico La Opinión, todos de Buenos Aires, se convirtieron en letra viva de una revolución que no alcanzó su propósito, pero que sí expuso a través de estos medios su programa.

Si Mario Benedetti ocupó las paredes de los cuartos de estudiantes de la época con pósteres que reproducían sus poemas con crepúsculos de fondo y sobre las baldas de las librerías, apoyada en los lomos de los libros, descansaba la foto de Salvador Allende saliendo de La Moneda; protegido con un casco y arma en mano, en la mesilla de noche o sobre la mesa del salón, había un ejemplar de Las venas abiertas de América Latina junto a las Conversaciones con AllendeLas venas abiertas de América LatinaConversaciones con Allende de Harnecker publicadas por Siglo XXI. Hasta que llegó el golpe. Primero en Uruguay, a los pocos meses, en septiembre de 1973, en Chile y, finalmente, en marzo de 1976, en Argentina. Desaparecieron los posters y los libros. Y en miles de casos, trágicamente, sus dueños.

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La revista Crisis de Galeano es una leyenda.Crisis Su libro más conocido, también. Él se encargó una y otra vez de relativizarlo como un trabajo apresurado de juventud y falto de rigor, lo cual no impidió que Oscar Niemeyer le dedicara una obra arquitectónica, el Memorial de América Latina en San Pablo, y que un grupo de intelectuales neoliberales, entre cuyas firmas está la del hijo de Mario Vargas Llosa, se ocupara de escribir un ensayo como respuesta a ese texto. No es poco.

Tantos años después, más de cuarenta, Las venas abiertas de América Latina, escrito a finales del fordismo, del modelo keynesiano, previo a la crisis del petróleo que abriría paso al sistema económico financiero mundial, llama la atención el título de la segunda parte: El desarrollo es un viaje con más náufragos que navegantes.El desarrollo es un viaje con más náufragos que navegantes ¿A qué parece la consecuencia del programa actual que alientan nuestros gobernantes?

Más allá de los afectos o reparos que pueda despertar la obra de Eduardo Galeano, hay que reconocerle su pulso vital y un perseverante punto de vista que nunca perdió el optimismo ni en las peores circunstancias, porque al igual que sostenía frente a las derrotas de su querida selección de fútbol uruguaya, la nuestra es una alegría que duele, pero una alegría al fin.

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