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Desde la tramoya

Versión original

El nuevo Ayuntamiento de Madrid de Manuela Carmena ha ofendido a algunos con su nueva web Versión Original, en la que se desmienten o aclaran informaciones que el Ayuntamiento considera falsas o imprecisas. Los periodistas españoles asociados en la FAPE, por boca de su presidenta, Elsa González, han dicho que “iniciativas de este tipo de 'defenderse de las noticias falsas', como parece que han justificado, poseen un halo de censura. El papel del periodista es ejercer ese contrapoder imprescindible en la sociedad y que garantiza a la ciudadanía el derecho a recibir información libre". El PP ha ido más allá y ha asociado la idea con regímenes totalitarios. Lo ha comparado incluso con el famoso Aló, presidente, el programa de televisión en el que Chávez se dedicaba a amenazar a diestro y siniestro por su nombre.

A mí me parece que los críticos con la iniciativa o bien no han visto la web en cuestión, o no saben qué es la censura, o no han sufrido las consecuencias del Aló, presidente, que con frecuencia se atrevía a publicar conversaciones o correspondencia privada de los opositores venezolanos. No sé, quizá la FAPE y el PP se han precipitado en su juicio o lo han agrandado para incrementar la polémica.

Porque, como ha explicado el propio Ayuntamiento, su inspiración ha sido una web de la Comisión Europea en Reino Unido, en la que desde hace dos décadas se publican correcciones de mitos falsos sobre la Unión Europea. Hay centenares de webs de ese estilo, en las que una institución corrige directamente bulos, falsedades o imprecisiones de informaciones o rumores que andan por ahí. Durante su campaña de primarias, allá por 2007, el equipo de Obama, para contestar a las mentiras del campo de Hillary Clinton y luego de los republicanos (que Obama había nacido en Kenia y otras similares…), creó la web Fight the smears (Combate los rumores). Fue una herramienta relativa y temporalmente eficaz, aunque los rumores siguieron dando guerra largo tiempo.

No hace falta irse tan lejos. Bibiana Aído y su Ministerio de Igualdad corregían desde la web ministerial las decenas de chorradas de que se les acusaba (como que el Ministerio había financiado “un mapa del clítoris”…). Aún hoy la Unión General de Trabajadores publica bajo el epígrafe Las cosas como son su posición sobre informaciones o rumores considerados falsos. El propio PP emite desmentidos en forma de notas de prensa, aunque esas notas no estén alojadas en la sección dedicada específicamente a los bulos. Pocos de esos periodistas que ahora defiende la FAPE como buscadores de la verdad y del equilibrio informativo se preocupan de corregir sus falacias previamente publicadas una vez que la institución acusada responde.

Apelar a los tribunales, argucia frecuente, es también absurdo: la Justicia tarda años en resolver sobre estas cuestiones, y con frecuencia se acoge a la libertad de expresión sin matices. Cuando llegan las sentencias, el asunto está más que amortizado, y además, las sentencias suelen ser favorables al medio o al periodista, aunque mintieran como bellacos. El daño en la reputación ya está hecho para entonces. Por fortuna, la libertad de expresión está por encima de los matices sobre la verdad o la mentira. Recordemos que la política no trabaja sólo con la verdad como materia prima, sino que trabaja con lo verosímil. Para las verdades indiscutibles están las ciencias duras como la matemática o la física, o la religión con sus dogmas. Para lo cuestionable, lo ambiguo y lo controvertido, tenemos la política.

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Nadie puede hurtar a una institución que realiza también una labor informativa, el derecho a aclarar directamente, sin intermediarios, su posición sobre determinadas cuestiones, y menos aún el derecho a defenderse de informaciones falsas. Es ridículo asociar eso a la censura (que consiste en impedir, precisamente, la publicación de ciertos contenidos) o con el totalitarismo (puesto que el contraste libre de informaciones es una de las características constitutivas de la democracia).

Otra cosa es que la iniciativa del Ayuntamiento (como la de Obama, la de UGT o la del extinto Ministerio de Igualdad), sea eficaz en el largo plazo. Publicar desmentidos te obliga de alguna manera a publicarlos todos. Y eso te compromete de manera constante. Lo que no se desmiente, desde el momento en que se desmienten sistemáticamente algunas cosas, pasa a ser probablemente cierto. Ya no puedes obviar lo publicado, sino que te sientes forzado a desmentir –o dar por cierto, si no lo haces– todo lo que se publica. Y eso es agotador en algunas ocasiones. Sobre todo si el contenido es sólo medio verdad o medio mentira.

Publicando desmentidos, además, incrementas la probabilidad de que el asunto siga estando en el espacio público y alimentas así la controversia. Algunos piensan que los rumores y las mentiras es mejor dejarlos pasar, para que sea la realidad quien los desmienta con el tiempo. Si habrá o no una tasa turística en Madrid, uno de los objetos del desmentido de Carmena, se verá en los próximos meses. Quizá habría sido más inteligente ni siquiera dar pábulo al asunto. Pero eso no quiere decir que al Ayuntamiento de Madrid hayan llegado una pandilla de chavistas autoritarios, simplemente por el hecho de que hayan decidido defender su posición directamente y a las claras. No confundamos al personal.

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