Literatura
Almudena Grandes: “Lo que llamamos crisis es una guerra, y la hemos perdido”
Almudena Grandes ha abandonado momentáneamente la memoria histórica, las balas y los años treinta para volver a la actualidad. Los besos en el pan (Tusquets), nueva novela de la escritora, pausa el desarrollo de sus Episodios de una Guerra Interminable, unos particulares Episodios Nacionales sobre la Guerra Civil, para retratar la vida de un barrio tocado por la crisis económica. En las ferias, firmas y lecturas, la autora se encontraba con seguidores que le pedían: "Vuelve a contar algo moderno, esto es tan triste...". "No pensé que cuando se publicara mucha gente me iba a decir: 'Al fin y al cabo es lo mismo. Hablas de hambre, desahucios, corrupción...", contaba el jueves en la presentación del libro.
Porque Grandes cambia de trinchera, pero no abandona la batalla: "Lo que llamamos crisis es una guerra, y la hemos perdido. Una guerra de los poderes económicos contra las estructuras democráticas que son expresión de la soberanía popular". Los besos en el pan es, como Las tres bodas de Manolita, El lector de Julio Verne e Inés y la alegría, un relato de la resistencia. Sus personajes —la familia Martínez Salgado y sus amigos y vecinos— lidian con el paro, la competencia de la peluquería china de enfrente, las bajas pensiones, la desesperanza. Pero "todos tratan de seguir siendo quienes eran".
La alegría de estos habitantes del barrio cercano a la Glorieta de Bilbao (el mismo de la autora) es, en pleno 2015, la misma arma que usaron sus abuelos a partir del 36. "La felicidad es una manera de resistir", rezaba la dedicatoria de Las tres bodas de Manolita. Resistir no solo en la lucha, sino en la derrota. "Franco consiguió aterrorizar a este país, creyó haber conseguido gobernar la voluntad de sus habitantes, pero nunca pudo impedir que sus enemigos se casaran, hicieran fiestas, prosperaran". Las historias de amor, los nacimientos, las noches de sexo para eludir la angustia (con un brindis al gobernador del Banco de España y a la presidenta del FMI), las luces de Navidad y las risas se convierten en desafíos al orden. Entonces, y ahora.
Aunque hay diferencias entre la guerra con balas y sangre de hace 40 años y la guerra que Grandes ve hoy. "Para nuestros abuelos, esta crisis habría sido un mero contratiempo", admite la autora. Recuerda en el primer capítulo, y también de viva voz, que las chicas de servicio de su infancia no andaban por la calle: corrían, y, si tenían que pararse, daban saltitos. La escasez era tal que no podían permitirse abrigos. Nadie podía permitirse tampoco despreciar la comida: el título hace referencia a la costumbre de rescatar los mendrugos de pan caídos al suelo y darles un beso antes de depositarlos de nuevo en la cesta.
"Nuestros abuelos tenían una resistencia y una dignidad que iba con la pobreza. La miseria no era indigna, apabullante ni vergonzosa. No recuerdo tristeza en mi infancia", señalaba la escritora. Una dignidad que se desvaneció en los noventa, cuando "España se convirtió en un país de nuevos ricos, estrictamente horteras, preocupados por comprarse el último iPhone". Creyendo haber superado la pobreza para siempre, y arrellanados en la "opulencia insensata", explica la autora, se dejó de estar alerta. "Como hemos predido la concepción de que la vida es lucha, nos hemos resignado".
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Por eso la imagen de besar el pan se ha acabado convirtiendo en un símbolo. Y no es la primera vez que la escritora la utiliza para ilustrar una suerte de pobreza digna. El gérmen del título y del primer capítulo está en el artículo del mismo nombre publicado por la novelista en The New York Times en 2013. De hecho, en un primer momento el libro iba a ser una compilación de los artículos escritos por Grandes en El País Semanal. Pero, como contó infoLibre, pronto ese proyecto empezó a exigirle "un libro mucho más grande". Tanto, que obligó a pausar los Episodios y a trabajar contrarreloj durante el verano para llegar a tiempo.
A cambio, Los besos en el pan se convirtió en un reflejo de la actualidad. "He renunciado a la necesidad que tiene la literatura de que el tiempo se pose, de cierta distancia. No podía tardar tres años en escribirlo porque quizás cambiaban las cosas", dice la autora de este libro "en presente de indicativo, casi impresionista". Con las buenas noticias económicas esgrimidas por el Gobierno durante el verano ("aquello del millón de empleos"), la escritora llegó a pensar incluso que el libro llegaría tarde al otoño: "Pero no fue así, porque era todo mentira".
Pese a la sonrisa, los saludos a periodistas amigos y el desayuno que apura durante la presentación, Almudena Grandes se confiesa "poco optimista". "Para mí es una quiebra sentimental muy importante, porque sin el optimismo no me hallo en mí, en lo que pienso", explica. No solo porque vea la crisis como una derrota en toda regla, sino porque ve "una izquierda desintegrada" y "un sindicalismo debilitado". "La solidaridad se expresa en la buena voluntad de unos pocos, pero son brotes que no se articulan en un movimiento", se lamenta. No confía en que eso cambie en los próximos tiempos. Aunque, como sus personajes, se resiste a la desesperanza: "Como dice mi hermana, peor estaban los sans culottes en 1785, y mira luego en el 89".