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Amenaza terrorista

Así son los barrios del centro de Bruselas donde se gesta el islamismo radical

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Durante los 126 días que permaneció huido, Salah Abdeslam se ocultó en al menos tres sitios, en la calle Bergé, en Schaerbeek (al norte de Bruselas); en la calle Quatre-Vingts, en Molenbeek (donde fue detenido) y, todo apunta, a que también se escondió en Forest (al sur de la capital). Este último apartamento, registrado el 15 de marzo, había sido alquilado supuestamente por Khalid El Bakraoui, uno de los kamikazes que atentaron en Bruselas del 22 de marzo. Tras volver de París, el 14 de noviembre de 2015 por la mañana, Abdeslam se dirigió a la plaza Bockstael, otra comuna del norte de Bruselas (Laeken), antes de encaminarse a la plaza Lehon, en Schaerbeek. Finalmente, el martes por la noche se realizaron nuevos registros en otra vivienda situada en el número 4 de la calle Max-Roos, también en Schaerbeek, donde se hallaron explosivos y, en una papelera de las inmediaciones, un ordenador que pudo haber depositado Ibrahim El Bakraoui.

Todos esos puntos no dirán absolutamente nada a aquellos que hayan pasado unos días en la capital belga con el fin de visitar el Atomium o la Grand-Place. Tampoco aportarán gran cosa a los expatriados que viven en barrios más caros de Bruselas –y muchos menos a los exiliados fiscales que viven refugiados en Uccle o en Woluwe-Saint-Pierre, en el sur–. Sin embargo, esos lugares tienen un denominador común, muy conocido por urbanistas y diputados belgas, ya que se encuentran situados en el conocido como el "cruasán pobre" de la ciudad ", una zona que se extiende a lo largo del canal, en el oeste de la ciudad y que abarca siete de las 19 comunas que conforman la región administrativa de Bruselas. Se trata del sector más densamente poblado de la región, el más joven, pero también el más pobre, con tasas de paro récord (cerca del 25% en Molenbeek y superior al 26% en Saint-Josse). En estas áreas, los otrora edificios obreros, que sobrevivieron a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, son vetustos y han sido recuperados por una población que es inmigrante, fundamentalmente. “Parte de las construcciones están decrépitas, a veces permanecen en estado de abandono, de ahí que resulte más fácil esconderse y gozar de cierto anonimato”, precisa Véronique Lamquin, periodista de Le Soir.

Desde el pasado mes de noviembre, los focos de los medios de comunicación internacionales se sitúan sobre el viejo Molenbeek y su población inmigrante de origen marroquí. En Francia, los responsables políticos, empezando por el ministro de Finanzas Michel Sapin, parecen saber el modo en que esta comuna ha dejado que se desarrolle, en las últimas décadas, esta suerte de gueto de inmigrantes. Sin embargo, la situación actual no es sino una pieza en un puzle más grande, que abarca toda la Región de Bruselas Capital, que no logra sacar adelante políticas sociales ambiciosas por razones dispares. No se trata de simplificar en estas líneas el fenómeno de la radicalización y limitarlo a problemas exclusivamente socioeconómicos, sino que se trata de ver el “contexto específico belga y bruselense”, en palabras del sociólogo Eric Corijn, que puede explicar, por ejemplo, por qué este país de 11 millones de habitantes es el Estado de Europa que envía, en proporción, un mayor número de jóvenes a Siria.

“El llamado cruasán pobre se estructura en torno al canal industrialcruasán pobre que, en el siglo XIX, unía el puerto de Amberes, en la costa, con la zona industrial de Charleroi [al sur del país]. Entonces, Valonia vive la primera revolución industrial del continente, después de Inglaterra. Entonces se conoce a Molenbeek como Little Manchester”, explica Corijn, sociólogo de la Universidad Libre de Bruselas (VUB) y experto en urbanismo. Además de Schaerbeek, Laeken y el viejo Molenbeek, hay que añadir, para terminar de dibujar este cruasán pobre, la parte de abajo de Saint-Gilles y de Forest, en el sur de la capital, algunas zonas de Anderlecht y las zonas residenciales del barrio histórico de Marolles, conocido por sus mercadillos, en la ciudad de Bruselas (una de las 19 comunas de la región denominada Bruselas Capital).

“No sólo Bruselas es una región pobre, sino que no es completamente homogénea”, resume Henri Simons, antiguo asesor de urbanismo del PS en la ciudad de Bruselas y actualmente máximo responsable del Atomium. Este territorio de 161 kilómetros cuadrados (1,15 millón de habitantes), enclave autónomo en territorio flamenco, se caracteriza por un centro donde vive la población más pobre, frente a una periferia donde residen las clases acomodadas (desde Ixelles, al sur, y sobre todo en Uccle, Auderghem y Woluwe-Saint-Pierre, que conforman, según Simongs un triángulo rico, frente al cruasánpobre del centro). “Ocurre al contrario de lo que sucede en ciudades como París, donde los que pueden permitírselo terminan residiendo en la ciudad”, dice Eric Corijn. “Aquí la calidad de vida se ha concebido tradicionalmente ligada a las zonas residenciales situadas en la zona periurbana, en contacto con la naturaleza, donde hay viviendas individuales con parcelas, mientras que en el centro viven las clases populares”.

Los urbanistas hablan de Bruselas como de una “metrópolis horizontal” que, al contrario de lo que sucede en ciudades como Londres, no deja de ganar expandirse más allá de sus límites fronterizos, para hacer frente al crecimiento poblacional. Tras la Segunda Guerra Mundial, este sistema funcionaba porque los barrios pobres se limitaban a ser meras puertas de entrada, donde los recién llegados permanecían unos años, antes de mudarse. A raíz de la desindustrialización y el aumento masivo del desempleo, la población migrante llegada a partir de los años 60 y 70 (marroquíes y turcos, fundamentalmente), a menudo instalados en las inmediaciones de las dos estaciones de tren (Midi y del Norte), se vio “confinada” en el centro, sin perspectivas.

“Se habla siempre del puerto de Amberes o de la siderurgia de Lieja, pero Bruselas, en los años 70, fue la capital industrial del país, ya que 180.000 trabajadores trabajaban en el sector secundario”, puntualiza Corijn. “Con la desindustrialización, se paralizó la movilidad social en unos barrios donde se habían instalado los migrantes. A día de hoy, con la economía de Bruselas terciarizada y también enfocada a la prestación de servicios dirigidos a la atención de personas, está claro que los antiguos trabajadores del metal no van a encontrar empleo en las instituciones europeas”. Corijn lamenta que la ciudad no haya sabido –como en el caso de Amberes, por ejemplo, que se ha convertido en centro internacional de la moda, o Gante, otra ciudad flamenca que se ha unido a una importante red de start up culturales– reinventar la presencia de una actividad manufacturera en el siglo XXI.

Falta de fondos

La realidad no es nueva. Ya aparecía bien documentada en una de las “reformas del Estado”, la que data de 1989, que alumbró la región de Bruselas Capital (que abarca 19 comunas). Bélgica es un Estado federal con una organización muy compleja con, entre otras, tres regiones: Valonia (en el sur del país), Flandes (al norte) y Bruselas Capital. A estas regiones se suman, sin superponerse, diferentes “comunidades” lingüísticas que acaparan otras competencias (hay tres, la comunidad Valona-Bruselas, donde se habla francés, la comunidad flamenca, donde la lengua es el neerlandés y la comunidad germanófona, fronteriza con Alemania). Desde los años 90, los poderes públicos consideran el sector del canal bruselense una zona prioritaria de intervención. Desde entonces, se han sucedido los planes de actuación. Desde 2014, en un año, al menos se han puesto en marcha dos planes dirigidos al canal, uno promovido por la región y el otro por el Gobierno federal. Eso sí, 25 años más tarde, es evidente que las bolsas de pobreza no se han reabsorbido. ¿A qué se debe este fracaso?

Para el asesor de urbanismo de la ciudad de Bruselas Henri Simons, la razón es sencilla. Y es que, ante todo, por encima de planes y promesas, falta dinero. “Bruselas genera el 20% de la riqueza del país, pero de la ley de financiación regional sólo recibe el 10% de los presupuestos. Ese porcentaje debería ser de al menos el 15%. Esta región no cuenta con el apoyo que necesitaría por su condición de capital. No recibe financiación acorde a lo que produce”, insiste Simons. Ésta es una de las paradojas de Bruselas, la ciudad tiene una reputación internacional –como capital de Flandes, del Reino de Bélgica, pero también de Europa y de la OTAN– y sin embargo está infrafinanciada. El territorio se encuentra atrapado entre dos regiones elaboran sus propias leyes federales, Flandes y Valonia. La ecuación está tan poco equilibrada que se ha creado un organismo paralelo, Beliris, destinado a financiar desde el Gobierno federal, importantes infraestructuras de la Región de Bruselas, para tratar con ello de compensar los desequilibrios.

Ahí no queda todo. La estructura sociológica de la Región de Bruselas-Capital presenta un importante problema fiscal, que va a más. De los 715.000 empleos existentes en Bruselas, al menos 380.000 los ocupan trabajadores que se desplazan a diario al centro de la capital. En resumen, la mayoría de los que trabajan en Bruselas –y que son los que tienen mayores ingresos– no pagan impuestos en la ciudad. “Bruselas, donde hay muchos pobres, acoge a diario, como capital del país y centro de empleo principal, una población importante que no reside allí, pero utiliza sus infraestructuras y supone unos costes. Las dotaciones de las que se beneficia la capital [a cambio] están lejos de compensar la insuficiente financiación a cargo de los impuestos regionales”, resume el geógrafo Christian Vandermotten.

Bruselas debe hacer frente a un importante problema fiscal, puesto que las clases burguesas se alejan cada vez más del centro, llegando a instalarse fuera de la región bruselense, mientras que sus habitantes cada vez son más pobres, a menudo están en el paro, y debe cerrar con ello sus cuentas, todo un juego de malabares. Por si fuese poco, las sucesivas ampliaciones de la UE, asociadas a la proliferación de oficinas en el barrio europeo, no han arreglado nada, sino que han vaciado un poco más el corazón de Bruselas de sus habitantes y ha hecho aumentar los precios de las viviendas en algunas zonas hasta ahora más asequibles, como Ixelles o Saint-Gilles (se estima que el número de empleos vinculados con las instituciones europeas en Bruselas, lobbies incluidos, es de 120.000).

El problema es que ni la región de Valonia ni la de Flandes están interesadas en redibujar las fronteras de la Región de Bruselas-Capital (por ejemplo ampliándolas para integrar a la totalidad del mercado laboral de Bruselas, que es de 2,9 millones de personas). “Las otras dos regiones no van a dar ceder nunca sus barrios limítrofes a Bruselas. El Brabante flamenco de un lado y valón del otro se han convertido en las provincias más ricas de Bélgica”, destaca Eric Corijn. “Por ejemplo, el aeropuerto de Zaventem o la zona industrial de los alrededores de Diegem, en Flandes, sólo existen porque están próximos a la capital. Desde un punto de vista geográfico, es el mismo mercado laboral, pero los flamencos quieren que empleos queden en su territorio”, lamenta Henri Simons. No ayuda que la coalición en el Gobierno federal esté en manos de la N-VA (derecha independentista flamenca), que goza de un apoyo creciente por la gestión que las autoridades bruselenses han hecho de las cuestiones relativas a seguridad.

Al día siguiente de los atentados del 22 de marzo, el burgomaestre (alcalde) de la comuna de Forest recibe a Mediapart en su despacho. Marc-Jean Ghyssels, socialista de 53 años, se vio en medio de la tormenta mediática, la semana pasada, tras los registrados en la calle Dries, que terminaron en tiroteo. Dos individuos escaparon a los disparos de la policía esos días, podían tratarse de los hermanos El Bakraoui, convertidos en los kamikazes de los ataques del 22. El alcalde ni tan siquiera había sido avisado de los registros en marcha: “Me llamaron para decirme que había un tiroteo en la calle”, cuenta. La comuna de Forest, de 55.000 habitantes, se ha desarrollado paralela a las vías del tren, por donde circulan los trenes de alta velocidad que salen de la estación de Midi de Bruselas. A los turistas extranjeros les suenan sobre todo la sala de conciertos Forest National o el Wiels, un Museo de Arte Contemporáneo ubicado en unas antiguas cervecerías, testimonio del pasado industrial de la zona.

“Las bolsas de pobres no se reabsorben tan rápido como sería deseable, pero se están produciendo mejoras en algunos sectores. El verdadero problema es el paro”, reconoce Ghyssels. Insiste en que las cosas no tienen mucho que ver con la época en que Forest –1991– se convirtió en el teatro de las primeras manifestaciones de jóvenes salidos de la inmigración. Lo que algunos han descrito como “revueltas urbanas” en el barrio de Mérode (parte del famoso cruasán pobre), han marcado la memoria de los bruselenses.

Educación, ¿una cuestión olvidada?

En Forest, una empresa ejemplifica por sí sola a la perfección la delicada ecuación de las comunes bruselenses. El fabricante de coches Audi instaló inmensos hangares junto a las vías del tren. Es el “primer empleador de la región bruselense”, dice el burgomaestre. En esta zona, que sigue creciendo cada año, unos 3.000 obreros vienen a trabajar a diario, de ellos… apenas 300 son bruselenses. Los otros vienen de Valonia y de Flandes y no consumen nada en el lugar ya que no salen de las fábricas. “Un grupo como Audi paga un impuesto de sociedades que va a parar directamente a las arcas del Gobierno federal, pese a que ocupa aproximadamente el 10% del territorio de la comuna”, explica estoico el burgomaestre. Es un ejemplo, entre otros, del patente escaso margen de maniobra presupuestaria de la Región de Bruselas y de sus comunas. “No creo que se vaya a reabrir este debate a raíz de los atentados… el Gobierno federal está en manos de partidos flamencos [en concreto, de una coalición formada por un partido francófono, el MR, y por tres partidos flamencos, entre ellos la N-VA] y no creo que quieran reabrir la caja de los truenos. Para ello, haría falta que los bruselenses se encuentren en posición de fuerza y no es el caso”, añade.

En este contexto presupuestario más que apretado, las comunas hacen lo que pueden y apuestan por la colaboración con el Gobierno de la Región (socialista, es decir, de distinto color al Ejecutivo federal). Como muchos otros, Ghyssels insiste en el éxito de los “contratos de barrio”, alcanzados entre la Región y las comunas, dirigidos a algunos de los sectores más desfavorecidos. Aquí una casa de barrio, allí una antigua fábrica reconvertida en alojamiento social… Para el sociólogo Eric Corijn, “no hay que dramatizarlo todo: algunas políticas han dado sus frutos, como en el caso de los contratos de barrio”. “¿Por qué no tenemos como en algunas zonas francesas, coches quemados todos los años en Molenbeek o en otras partes de la ciudad? El hecho de que nuestros pobres vivan en el centro ha obligado a las autoridades a pacificar más estas zonas, algunas situadas a 500 metros de la Grand-Place, en el corazón de la ciudad…” Ghyssels, el alcalde de Forest, insiste: “En nuestro caso, no hay zonas en las que la Policía no sea bienvenida. Las relaciones entre la Policía y sus habitantes, con independencia de su lugar de origen, son buenas”, asegura. Lamenta no obstante la desaparición, en 2000 de 19 policías comunales, que fueron sustituidas por seis distritos de fuerzas de seguridad. “La Policía Comunal nos permitía conocer lo que sucedía en los barrios. Ahora, los agentes conocen peor el terreno, y la historia de la comuna, lo que supone un problema”, dice.

Para Eric Corijn, en este escenario poco alentador es importante no olvidarse de la educación. En Bruselas, la enseñanza no se ha utilizado para contribuir a integrar a la población más débil. Sin embargo, un tercio de los niños escolarizados en Bruselas viven en el seno de familias que carecen de rentas del trabajo. ¿Por qué se ha quedado por el camino la educación? Fruto, una vez más del milhojas institucionalmilhojas de Bélgica, donde la educación es competencia exclusiva de las comunidades y no de las regiones. En decir, es Valonia quien fija la enseñanza de los francófobos en Bruselas, también de los inmigrantes (a priori más francófonos que neerlandófonos) que quizás merecerían una atención más particular. Los intentos de “regionalizar la educación” es decir por hacer que sea competencia exclusiva de la región de Bruselas se multiplican desde hace años.

“Es uno de los aspectos claves del problema”, asegura Corijn. “Numerosos jóvenes, sobre todo varones, carecen de perspectivas profesionales. Tienen la sensación, y creo que a veces tienen razón, de que la sociedad les miente y les pide hacer esfuerzos que no van a dar sus frutos. No vamos a convertir en “eurócratas” a los jóvenes de origen marroquí del centro de Bruselas, no es verdad. Entonces algunos deciden replegarse sobre sí mismos y a veces caen en la delincuencia”. Para invertir esta tendencia, habría que reconocer quizás el hecho diferencial bruselense, multicultural, por encima de las comunidades flamencas o valonas. Iniciativas culturales bruselenses como la Zinneke Parede o el Junsten Festival des Arts, marcan el camino. Pero Bélgica, en su conjunto, todavía no está por la labor.

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Traducción: Mariola Moreno

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