Crisis de los refugiados
Voluntario en Idomeni: “Europa podría hacer mucho más para ayudar a los refugiados y a Grecia”
Oliver Pérez García, técnico de emergencias de 34 años, acaba de regresar de Grecia, donde ha pasado 15 días como voluntario en el ya desalojado campamento de Idomeni, situado en la frontera griega con Macedonia, y convertido desde hace casi tres meses en una auténtica ratonera para miles de refugiados tras el cierre de la ruta de los Balcanes. Oliver viajó a Grecia tras conseguir un premio en el programa de televisión Ahora Caigo (Antena 3) y está pensando en volver cuanto antes.
Asegura que, en el desalojo de esta semana, las autoridades griegas han "destrozado" las infraestructuras que los voluntarios habían montado en el campo para prestar ayuda humanitaria a los refugiados. Dice sentir "desasosiego, rabia e impotencia" por lo que está ocurriendo en las fronteras de Europa y reclama para los refugiados, pero también para el país heleno más ayuda por parte de los países comunitarios. "Es que Grecia está desbordada", subraya.
PREGUNTA: ¿Cómo han vivido los refugiados y los voluntarios el desalojo del campamento de Idomeni?
RESPUESTA: Ha sido muy triste porque, a pesar del caos, estábamos allí instalados, había una organización y estábamos consiguiendo prestar servicios. Había una cocina, una tienda de campaña en la que prestábamos atención sanitaria, un baby hammam en el que se podían bañar los niños, un beauty center en el que se aseaban las mujeres, un centro cultural... En el puesto médico atendíamos a entre 150 y 170 personas a diario y en hammam se bañaban unos 120 niños cada día.
Ahora han destrozado, sin avisar, todas las infraestructuras que habíamos montado pequeñas organizaciones. La única gran ONG que estaba en el campo, y solo desde hace un mes, es Médicos Sin Fronteras. Lo que vamos a intentar es que todo ese material que llevamos y que está sin utilizar pueda ser traslado a los campamentos oficiales. Parece que allí, como están desbordados, están haciendo la vista gorda y están dejando entrar material aunque dentro no pueden estar los voluntarios.
P: ¿El Gobierno griego no prestaba ayuda humanitaria en Idomeni?
R: La realidad es que no. Las autoridades griegas se dedicaban básicamente a hacer un control de acceso y a poner policías en los cruces previos a la llegada al campo. Tenían, además, un par de autobuses con antidisturbios y poco más. De vez en cuando aparecía alguna autoridad a hacerse cuatro fotos y se marchaba. Pero no había ni griegas ni de ningún otro sitio. No creo que haya que poner el punto de mira sobre el Gobierno griego –que no niego que tenga su parte de culpa– pero es que los griegos también están abandonados...
P: ¿De qué manera ha notado esa carencia de recursos?
R: Nosotros derivábamos a algunas personas al hospital de la ciudad de Kilkis, que está a media hora de Idomeni. Pues bien, al llegar allí la primera vez, nos llevamos las manos a la cabeza. Las enfermeras nos decían "no tenemos guantes, esparadrapos, agujas, no podemos poner sondas... Hemos pasado de tener 15 o 20 partos al mes a tener de 70 a 90 con el mismo material y efectivos". Estaban practicando muchas cesáreas porque no tenían oxitocina para provocar la dilatación. Y esas mujeres tenían que irse a los dos días a una tienda de campaña con unas humedades terribles.
Nosotros les llevamos mucho material que no habían donado aquí en España, material que no podíamos usar en el campo... Es que tenían los almacenes vacíos. Los que hemos trabajado en cooperación internacional sabemos que hay que apoyar a la región que acoge el conflicto. Es decir, en este caso, no solo a los refugiados. Está claro que se podría hacer mucho más desde Europa no sólo en el tema de la acogida, que también. Los campos de refugiados son nefastos.
P: Activistas y ONG suelen incidir en el gran número de niños refugiados. ¿Es algo que también ha percibido usted?
R: Sí. Ver a los niños es más duro, lo que más te desgarra. Hay muchísimos niños, de verdad, y están viviendo cosas que ni un adulto podría soportar. Un día vino una madre con sus hijos –de tres meses y dos años, respectivamente– al hammam para bañarlos. Cuando se iba a marchar nos pidió una mochila. Le preguntamos que para qué lo quería... se quedó pensando unos minutos y nos dijo que iban a intentar saltar la valla esa noche. Intentamos disuadirla diciéndole que era muy peligroso, pero estaba desesperada. Al final sólo pudimos dársela y desearle suerte...
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P: ¿Cómo ciudadano europeo, qué sensación le queda a su regreso tras vivir esta experiencia?
R: Lo que siento es un gran desasosiego, rabia, impotencia... Pero tengo claro que lo que tenemos que hacer es no quedarnos parados, hay que apretar los dientes y seguir. Lo que estamos intentando ahora, ante la dejadez del Gobierno central, es explorar qué fórmulas legales hay para traer refugiados aquí. En el campo hicimos un censo de personas con patologías que pudieran ser operadas o tratadas en España, como es el caso del pequeño Osman, el niño afgano con parálisis cerebral acogido en Valencia.
Estamos en contacto con muchos voluntarios de Europa para intentar abrir un pasaje seguro. La situación es tan extrema que quizá tenemos que plantarnos todos allí, intentar que entren a Europa y, si quieren, que nos detengan a todos, a miles, por tráfico de personas, por intentar buscar una solución a esta barbarie... Es una vergüenza que, para Europa, la solución sea llevar a estas personas a un país como Turquía, que no es seguro para ellos, y al que le interesa que esta crisis no se solucione por motivos económicos.