Los diablos azules

La genialidad, ¿un atributo masculino?

Algunas de las 14 mujeres que han ganado el Nobel de Literatura desde 1901.

Laura Nuño

Durante los últimos días hemos asistido a cierta controversia en torno a la concesión del Premio Nobel de Literatura de este año. Casi con total seguridad, cualquiera que lea estas líneas sabe de la polémica. Menos conocida es la reflexión crítica surgida ante el hecho de que todos los galardonados sean hombres y que mujer alguna sea merecedora este año de tal reconocimiento. Una notoria evidencia que se ha contestado, no sin cierta virulencia en las redes, señalando que es un aspecto menor, una casualidad, que el mérito o la genialidad no tienen sexo y que ya estamos las latosas del feminismo con la tediosa tarea de contar mujeres.

Respecto a estos huecos y sonoros lugares comunes conviene advertir, en primer lugar, que contar mujeres laureadas no resulta muy tedioso: son pocas. Resulta bastante más fatigoso contar hombres, dado que representan siempre y en todo lugar que comporta poder o reconocimiento una lista bien nutrida. Desde el año 2001, solo 19 mujeres han recibido dicha distinción frente al más de un centenar de varones que han tenido dicho honor (permítanme que no los cuente). Un dato que, a poco rigor que se pretenda, desmonta la tesis de que el sexo de la persona premiada sea una casualidad. De forma inevitable asalta la duda de qué hubiera pasado si en un milagro contracultural todas las nominaciones de este año hubieran recaído en mujeres ¿Sería irrelevante? ¿No se haría una conveniente lectura de este hecho? ¿Nadie haría mención a la mano negra de la supuesta ideología de género? Probablemente, en este caso, el oportuno análisis de la causalidad primaría sobre el manido argumento de la casualidad.

Si afrontamos el primero, la reflexión sobre las causas, podemos encontrar una solvente explicación en un conocido texto de la filósofa Amelia Valcárcel editado por Cátedra bajo el título Feminismo en un mundo global. En el mismo se recoge, en el capítulo dedicado a “Los cuatro escalones de la Sabiduría”, la siguiente reflexión: “El sufragismo obtuvo el derecho a saber, pero el sexo del saber sigue siendo el mismo. Quiero con ello significar dos cosas: una, que el llamado saber mantiene por el momento excesivos sesgos e idiotismos masculinos, lo que el feminismo suele llamar con el término androcentrismo; dos, que la autorización de las mujeres para el saber y sus ritos está incompleta”. De forma tal que las mujeres han accedido al escalón significativo de estar en el saber, pero no al de ser sabias.

Estar en el saber no es poco; fue una tarea pírrica. Durante siglos, la expulsión de las mujeres de la formación reglada y la obligación de la educación segregada permitió hacer de su incapacidad intelectual un principio de la naturaleza. Las mujeres no podían ser sabias porque no eran seres racionales, de parecerlo sería atribuido a la famosa intuición femenina (que nunca estaría a la altura de la musa de la razón) y de ello se ocuparían todos los dispositivos educativos y socializadores. No en vano, históricamente, la defensa de un modelo pedagógico segregado y diferenciado y el debate sobre la “adecuada” educación femenina recabó el atento interés de ínclitos próceres de la política, la religión, la filosofía, la literatura o la medicina. Vehementes portavoces de los intereses femeninos en materia educativa que, en paralelo, mostraban un llamativo desdén hacia su condición social.

Aunque todavía pervive una educación segregada en algunas instituciones educativas de carácter religioso y concertado, y en muchos países se prohíbe y sanciona la escolarización de las niñas a partir de determinada edad, lo cierto es que, en el denominado mundo occidental, afortunadamente hace años que abandonamos la pedagogía revolucionaria rousseauniana de la separación, la domesticidad y el sometimiento. La sátira sobre las pretensiones intelectuales de las mujeres recogidas en populares novelas como Las mujeres sabias de Molière, o el correlato español de La culta latiniparla de Quevedo o en La dama boba de Lope de Vega, ha rebajado mucho su intensidad. En la actualidad la formación de mujeres y hombres, al menos en nuestro entorno más inmediato, es muy similar. ¿Qué ocurre, pues? Ocurre que todavía perviven algunos instrumentos históricos que garantizaban la expulsión de las mujeres del ámbito del re-conocimiento: la exigencia de demostración, la teoría de las excepciones, la especificidad genérica y la criba histórica patriarcal.

En primer lugar, una suerte de “inversión de la carga de la prueba” se aplicó a lo relativo a sus dotes intelectuales. De forma tal que, mientras todos los varones poseían de serie el uso de la razón y la capacidad reflexiva, ellas debían demostrarlo de forma fehaciente y sostenida. Si se superaba dicho requerimiento se aplicaba la conocida como la “teoría de las excepciones” que, como bien sabemos, no invalida la regla. A su vez, era frecuente que sus aportaciones se adscribieran a una rama periférica y específica del conocimiento o la creación artística (la femenina). Sin ir más lejos, un ejemplo lo tenemos en la conocida como “literatura de mujeres”, es decir, aquella escrita por mujeres. Un género literario sui generis que se explica tan solo por el género en cuestión de la persona que escribe. Pero si de lectoras se trata, también se aplica este axioma. Conocidas son las denominadas como revistas femeninas o de mujeres frente a las revistas de motos, coches o las deportivas que —pese a tener una audiencia mayoritariamente masculina— nadie tilda de revistas masculinas o de hombres. Ejemplos no faltan sobre la cuestión.

Como colofón, el “trabajo histórico de deshistoricización” (en el sentido apuntado por Bourdieu) ignora o invisibiliza los reconocimientos individualizados de las mujeres que entran en la supuesta dinámica de las excepciones. Como repara Amelia Valcárcel, las mujeres van desapareciendo según se accede a un estadio del conocimiento superior de los cuatro escalones del saber (integrado, según la autora, por competentes, eruditos, sabios y genios). De forma tal que “los ritos de pertenencia están incompletos. Las inteligencias femeninas son meras invitadas en el mundo del saber. Del mismo modo que en algunos selectos clubes masculinos londinenses las mujeres pueden un día a la semana ser invitadas sin que el recinto cambie su signo, así en el mundo del Saber y de la Cultura —ambas con mayúscula—, ellas permanecen a título excepcional. Los necesarios tramos educativos ya han sido cubiertos, pero los escalones del saber, que comienzan tras ellos, no han sido abiertos”.

Es precisamente esto, transitar los escalones del saber, lo que demanda el feminismo en relación al sesgo androcéntrico de la ilustre Academia Sueca. La demanda no es conceder un reconocimiento por ser mujeres. Se trata de lo contrario, de no pensar solo en hombres cuando de un galardón se trata. De otorgar un Nobel no por, sino pese a ser mujer. Un reto que pasa por no solo estar en el saber, sino por adquirir, por fin, el reconocimiento de ser sabias. En última instancia, se trata de que el mérito o la genialidad no tengan sexo.

  • Feminismo en un mundo global, de Amelia Valcárcel. Cátedra, Madrid, 2008.

*Laura Nuño es  politóloga, investigadora y activista feminista. Dirige el Observatorio de Igualdad en la Universidad Rey Juan Carlos.Laura Nuño

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