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Los independentistas y el derecho a decidir por los demás

Andrés Herrero

Que nadie se equivoque, el famoso “derecho a decidir”, ni existe, ni es un derecho, ni mucho menos es democrático.

Veamos por qué:

"Derecho a decidir es igual a soberanía.

Cualquiera que ostente ese derecho puede declarar unilateralmente, de manera legítima, la independencia, porque dispone de un territorio, una población y, sobre todo soberanía (derecho a decidir), los tres atributos básicos de un Estado.

Valiéndose de esa argucia los independentistas privan a los españoles del derecho a decidir sobre la unidad de España, al tiempo que otorgan a Cataluña el derecho decidir sobre la secesión".

Dotar a Cataluña del derecho de secesión equivale a negar a los demás el derecho de unión, cuando precisamente por ser la soberanía un bien colectivo que afecta a todos, tiene que ser patrimonio de todos.

El derecho a decidir carece de cobertura legal en nuestro ordenamiento jurídico porque implica automáticamente soberanía sin necesidad de realizar ninguna consulta al respecto, y permitiría dividir el país hasta el infinito, empezando por la autonomía, pasando por la provincia y la región, siguiendo por la comarca, la isla, la ciudad, el barrio, y la urbanización, hasta terminar en el individuo soberano, último reducto de la independencia, si tal cosa fuera factible. Y nadie puede reclamar aquí más derechos históricos, porque nadie tiene más ni menos pasado que cualquier otro.

Aunque los independentistas lo crean, no existe el derecho a ser más iguales y disfrutar de más derechos que los demás. La democracia, más que en votar (algo que también se hace en las dictaduras), consiste en respetar las reglas, el marco común de convivencia y la igualdad ante la ley. Esos son los límites que la definen y que no se pueden traspasar, so pena de echarse al monte. Y el mero acto de votar no legitima más la secesión que la corrupción.

Pretendiendo imponer el derecho a decidir, lo que los independentistas le están diciendo a toda la sociedad es que el derecho soy yo. Demuestra un talante escasamente democrático y dice muy poco en su favor el que una minoría intente imponer sus condiciones y reglas de juego a la mayoría, pero todavía resulta peor que pretenda hacerlo por vía de los hechos consumados.

En ningún sitio la soberanía es troceable o negociable a capricho porque constituye la base misma de la convivencia, aunque, naturalmente, cualquier estado democrático puede, por voluntad mayoritaria, regular mecanismos de secesión si considera que existen razones para ello, estableciendo los requisitos adecuados para desarrollar el proceso con garantías.

Nada que ver con la exquisita pluralidad de que hacen gala habitualmente los independentistas, a los que no les importa en absoluto forzar a sus compatriotas catalanes a dejar de ser españoles, siempre que exista buen negocio por medio. Y el de la independencia lo es, y de los gordos. Que la independencia es bona si la bolsa sonabolsa sona.

Cualquier nacionalismo, a nada que se le rasque, enseña sin rubor su talante de superioridad, y su carácter discriminatorio, racista y beligerante. Como alumnos aventajados en esa disciplina, depositarios de las esencias patrias, y ventajistas natos, los independentistas actúan movidos por un cálculo egoísta, pensando que la secesión va a beneficiarles económica y políticamente, aunque lo traten de camuflar y justificar en base a unos supuestos agravios, pasados, presentes y futuros.

Pero si Cataluña es una colonia, desde luego no lo es de España, sino de Puig. Estar tan oprimidos, y disfrutar de un nivel de vida más elevado que el de sus verdugos, tiene bemoles.

“El nacionalismo es precisamente uno de los motivos por los que la pobreza está tan concentrada en algunos lugares del mundo… ¿por qué la mayoría de los etíopes son pobres?... ¿porque son todos tontos?... ¿porque son todos vagos?... ¿o porque nacieron en Etiopía?...”

Existe una polarización de los territorios, igual que existe una polarización de las rentas. La riqueza se concentra en unos lugares más que en otros, igual que se concentra en unas personas más que en otras, por un fenómeno llamado capitalismo. Si la izquierda no es capaz de comprender que es el capitalismo el que moldea las sociedades, los territorios y los individuos de forma asimétrica, despojando a unos en beneficio de otros y propiciando la misma diferencia de riqueza entre territorios que entre personas, poco se puede añadir. Recordarles simplemente que, si por algo se distingue el capitalismo, es por lo bien que reparte, sin duda su mayor virtud.

En ningún sitio está escrito que el que paga más impuestos tenga que recibir más. Solos, los catalanes seremos más ricos, es lo que se ventila. Si nos sacudimos de encima a los que son más pobres que nosotros, viviremos mejor. Porque todos nuestros males vienen de ellos. Nos roban, no nos quieren, nos oprimen. Como será la cosa que hasta el pobre Pujol se descarrió por su culpa.

Mientras predomine esa mentalidad, de poco va a servir que, para arreglar el conflicto, se proponga dialogar, convocar referéndums, reconocer a Cataluña como una nación, convertir a España en un Estado Federal…, como si eso fuera a contentar a quienes han hecho de las instituciones catalanas de autogobierno la principal herramienta de secesión.

Estamos ante un conflicto irresoluble, porque se trata de dos oligarquías, la catalana y la central, compitiendo por llevarse el mayor trozo del pastel en el ring del independentismo. Enfrentamiento que dura ya más de un siglo, pero en el que la gran novedad, es que la oligarquía catalana cuenta por primera vez con el apoyo de la izquierda catalana, tradicionalmente su mayor enemigo de clase (combate sangriento durante el que la oligarquía catalana no vaciló nunca en recurrir a los buenos servicios de la oligarquía central cada vez que se vio desbordada por el movimiento obrero, tanto en tiempos de las dictaduras de Franco y Primo de Rivera, como en los de gobiernos anteriores). Baste recordar que, hasta la CUP, un partido de izquierda radical y anticapitalista, rechazó por un insignificante margen de votos investir como presidente de Cataluña a Artur Mas, el Rajoy catalán.

No hace falta decir que, ambas oligarquías, catalana y central, practican las mismas políticas y persiguen los mismos objetivos, y que sus dos máximos representantes políticos, el PP y PDECAT (la antigua CIU rebautizada convenientemente para lavar su imagen), se refuerzan y retroalimentan mutuamente. Sus nacionalismos son iguales, pero de signo contrario: dos caras de la misma moneda; los mismos perros con distintos collares.

A los que argumentan que los Rajoys de turno les hacen independentistasRajoys, los Pujol y Mas deberían volverles unionistas, porque si algo representan PP y PDECAT es el patrioterismo de más baja estofa.

"Preocuparse tanto de la desigualdad entre territorios, y tan poco de la desigualdad dentro de ellos", parafraseando a Joaquim Coll, demuestra lo enferma que está la izquierda con el virus del nacionalismo. Aunque tarde, por fin nos enteramos de que separar comunidades y levantar fronteras, es de izquierdas.

Como si el hecho de ser diferentes, que todos lo somos, impidiera vivir juntos. En Australia por ejemplo, una parte importante de su población, mayoritariamente blanca, es asiática, y sin embargo convive en paz, sin cultivar tensiones ni hechos diferenciales.

Tiene gracia que el único espacio donde coexistan tranquilamente todas las nacionalidades sean las multinacionales. Los problemas son globales: paro masivo, desahucios, pobreza, precariedad, explotación laboral, trabajos basura, salarios de hambre, pensiones en riesgo, recortes en sanidad y educación, privatización de servicios esenciales, desigualdad galopante, destrucción del medio ambiente, etc.; pero mientras que la derecha los afronta unida como un bloque homogéneo, la izquierda responde fragmentándose en izquierda catalana, vasca, gallega, valenciana… cada una con la banderita de su tierra por delante, por aquello de que la división hace la fuerza.

Sorprende que el capital aplique las mismas recetas en todas partes, mientras que la izquierda se pierde en luchas locales, centrándose en reivindicaciones nacionalistas en vez de sociales… ¿de verdad se combate mejor a Eurovegas, El Corte Inglés, Apple o McDonalds, con la estelada o la ikurriña, que con la rojigualda?, ¿tienen más en común los trabajadores catalanes con sus patronos catalanes que con los trabajadores andaluces?, ¿cómo se entiende si no, que se sientan más vinculados a Artur Mas, que a quienes sufren su misma suerte?

Trocear la soberanía, como pretenden los secesionistas, en un mundo globalizado, solo sirve para debilitar el Estado de Bienestar y servírselo en bandeja a las grandes multinacionales.

En el mundo de hoy sólo hay dos naciones: la de los ricos y la de los pobres; las únicas verdaderamente independientes y que, bajo ningún concepto, se mezclan.

El color de la bandera no mejora la causa,y debería hacernos reflexionar que el capital no tenga patria y los trabajadores sí.

El miedo a la secesión ha provocado que gente decente de derechas, que también la hay, haya votado al PP pese a la repugnancia que le inspira su corrupción, para defender la unidad de España. Y al revés, que personas de izquierdas, no nacionalistas, que hubieran apoyado a Podemos, se nieguen a hacerlo y opten por la abstención, mientras siga apostando por el derecho a decidir.

Hasta que la izquierda no se desenganche del carro nacionalista y deje de obligar a los españoles a tener que elegir entre corrupción y secesión, no habrá nada que hacer, ni se modificará el actual status quo político.

Por mas que intenten convencernos que, del procés al cieloprocés, considero preferible tener pensiones dignas que autonomías, y antes suprimiría políticos que profesores y médicos.

Sobran banderas y faltan becas.

Andrés Herrero es socio infoLibre

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