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Escritores

La muerte del autor, segunda parte

Libros antiguos.

¿El ocaso de los autores? La pregunta la lanza Joaquín Rodríguez, analista del mundo de la edición, en su blog Futuros del libro. Formulada de otro modo, queda así: los cambios que registra el sector editorial, ¿nos abocan a una nueva muerte del autor?

"La figura del autor tal como la comprendemos es una invención del siglo XIX, fruto del esfuerzo de un grupo de artistas por desprenderse de las dependencias de sus mentores y de la afirmación de unos principios artísticos independientes", me dice Rodríguez. "La creación misma del campo literario y de su relativa independencia respecto a las demandas de otros campos es fruto de ese esfuerzo denodado por la independencia. A lo largo del siglo XX, ese campo literario se fue configurando de manera que convivieron autores más proclives a seguir ahondando en la independencia del lenguaje artístico junto a otros más cercanos a las eventuales demandas del mercado. La intermediación entre lectores y autores la ejercieron, durante algo más de un siglo, editores o agentes especializados".

En opinión de Rodríguez, la revolución del campo literario que el siglo XXI trae consigo tiene varias causas.

1. "La proliferación de los canales de publicación y los mecanismos de autoedición hace que se multipliquen exponencialmente los potenciales autores y que el espacio literario se produzca un efecto de auténtica congestión e indefinición de las posiciones que cada cual ocupa."

Menciona en concreto esas plataformas, editores e incluso supermercados que ofrecen a los lectores bufés libres de lectura por tarifas raquíticas. Y da ejemplos: Kindle unlimited, 9,99 $ al mes; 24Symbols, 8,99 €; en Alemania la cadena de supermercados Aldi (presente también en España) ofrece en Aldi Life 3.000 títulos gratuitos como regalo de bienvenida. Un sistema que no redunda, asegura, en beneficio del autor.

2. "La idea misma de autor se difumina y se desdibuja cuando muchas de las obras son fruto de la combinación de otras obras previas, algo que siempre ha sucedido porque nada es estrictamente original, pero que ahora ocurre de manera más recurrente y deliberada."

3. "Convertirse en un supuesto autor por el hecho de que se haya autopublicado y difundido la obra realizada por medio de las plataformas digitales dispuestas para tal cometido, no garantiza que nadie pueda ganarse la vida con lo que hace, aspiración que, en realidad, casi nunca ha sido colmada en ninguna época histórica, pero que ahora parece aún más lejana si cabe".

Las cifras no engañan. En Gran Bretaña, por ejemplo, los ingresos anuales de la mayoría de los autores (que apenas se benefician de la protección social) están por debajo del salario mínimo, en tanto que un 1% de los autores son responsables de un tercio de las ventas de libros impresos contabilizadas por Nielsen (una empresa que estudia los hábitos de consumo, incluidos los de los lectores).

En Francia, la revista Les Inrocks aseguraba que mientras los ingresos de algunos pesos pesados hacen soñar, basta darse una vuelta por cualquier editorial para volver a poner los pies en tierra; y en España, El Periódico ha informado de hasta qué punto vivir del libro se pone difícil: "La caída de ingresos, en torno al 40%, amenaza el estatuto de escritor profesional".

En definitiva, muchos malviven de "escribir ‘de rebajas", por utilizar la expresión de Carles Gel en un artículo en el que, basándose en un documento de la Comisión Europea, y otro del Authors Guild, la mayor asociación de escritores de EEUU, subrayaba que los creadores de uno y otro lado del Atlántico Norte cobran de media 17.000 euros al año.

Es, concluye Joaquín Rodríguez, un proceso de cambio que la existencia y uso de la red y de todas sus plataformas de autodecisión y todos sus mecanismos de difusión y compartición de contenidos facilita e incrementa. "Nadie sabe en realidad si la figura y la idea de autor como tal persistirá o dará paso a una nueva forma de autoría más difuminada y colectiva, sin jerarquías ni diferencias tan claras entre unos y otros. Lo cierto, en todo caso, es que la configuración del campo literario tal como lo conocíamos está cambiando". Pase lo que pase, no es probable que el campo literario del siglo XXI tenga que ver con el inventado en el siglo XIX.

Sí, pero no

Que hay un cambio sustancial es algo que nadie puede negar. "La brutal modificación que se ha producido en los últimos años en el sector de la edición, en todo el mundo, ha obligado a repensar todo y a modificar todos los roles profesionales", me dice el agente Guillermo Schavelzon, autor además de un blog donde reflexiona sobre el mundo profesional que habita. En lo que a su tarea respecta, admite que "la llegada del mundo digital y (el supuesto) uso del algoritmo, están llegando a cambiar la función del editor, creyendo, muy equivocadamente pienso yo, que la participación humana será totalmente reemplazable". Sin embargo, lo único que no ha variado es la función del autor como creador: "todos los intentos de escritura automatizada en base a las historias que, nos dicen, son las que quiere leer la gente, han fracasado estrepitosamente".

Cosa distinta, continúa Schavelzon, es la dificultad que los autores tienen para vivir de su profesión, y que no es mayor que la de cualquiera que intente vivir de su actividad profesional. "Eso ha sido siempre así y seguirá siéndolo, en especial porque escribir no requiere de un saber especial, ni de una formación determinada. Obviamente hablo del acto de escribir, no del resultado ni de la calidad literaria, científica o técnica, y las posibilidades comerciales del texto resultante".

Con él coincide su colega Antonia Kerrigan. "Desde mi punto de visita las condiciones son más o menos las de siempre. Autores medianos que, según sus circunstancias, se defienden; otros que practican dos oficios: y unos pocos que viven de la literatura y se ganan muy bien la vida". Ocurre con los autores como con las ventas de libros, que "los extremos están cada vez más alejados. Los que venden mucho venden más y los que vendían medianamente venden menos. Pero no, no estamos ante el ocaso de los autores. A los autores no les importa no vivir de su trabajo como escritor, al contrario, se van multiplicando".

El tiempo de los egocéntricos

Hace algún tiempo, Jorge Dioni López, periodista y escritor, publicó un texto titulado "Los egocéntricos que queremos ser escritores nos tenemos que dar prisa". Al menos, los que quieren ser escritores como Shakespeare, como Stevenson, como Borges o como Richard Ford, porque "la obra artística, tal y como la conocemos, y el artista, tal y como lo conocemos, son productos culturales del sistema económico capitalista-industrial" y la crisis del nuestro sistema económico también afectará al sistema cultural.

Sin embargo, me dice ahora, "veo a mi hijo, aficionado a los videojuegos, seguir a youtubers concretos que suben vídeos de partidas con la devoción de un fan y no sé qué pensar. Quizá, siempre tendrá que haber un emisor que, aunque sólo actúe como pinchadiscos de obras ajenas, aunque sólo sea un sello de calidad como las denominaciones de origen, nos ofrezca una garantía sobre la obra. Y que, además, nos permita admirarlo".

Lo que sí tiene claro, es que "el modelo neoliberal ha devaluado el trabajo, en general, no sólo el artístico", y que éste es un sector "en el que hay un exceso de oferta porque, históricamente, ha sido una zona gris social. Es decir, puede servir de ascensor, como el deporte, y hace más asumible la precariedad; las situaciones jodidas se soportan mejor, e incluso tienen cierto prestigio, si uno es artista".

No obstante lo cual, desde su mesa de profesor en la Escuela de Escritores ve "que hay mucha gente que tiene ganas de contar su historia con su voz. En la Escuela hay unos 700 alumnos y gente que viene de fuera de Madrid, incluso fuera de España, para hacer el Máster durante dos años". Una tozudez que quizá tiene que ver con la convicción que Schavelzon expresa en estos términos: "El autor sigue siendo irremplazable, estamos viviendo un momento glorioso para el autor, al contrario de lo que sucede con libreros, soportes e incluso con el proceso de la lectura".

Cambiar el mundo leyendo

Cambiar el mundo leyendo

¿Y los lectores?, me pregunto. ¿Salen ellos perdiendo en de esa deriva? "Yo no hablaría como tal de perdedores o ganadores, porque cada medio genera su lenguaje y sus públicos —me dice Joaquín Rodríguez—. En el hipotético caso que desapareciera la literatura tal como la conocemos, surgirá otro lenguaje y otros medios de expresión que tendrán sus seguidores. No quiere eso decir que no convenga preservar el modo de creación literario de que se hayan agotado por completo los experimentos con el lenguaje, sino que los cambios que las herramientas digitales y sus lenguajes propician competirán con los tradicionales".

Seguiremos informando.

 

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