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Los fondos europeos para África no logran contener los flujos migratorios
Desde hace unos meses, en Níger y en Mali, las rutas y las historias de los migrantes están cambiando. Estos países –principales lugares de paso para los africanos subsaharianos que se dirigen a Libia, a veces camino de Europa– ahora se atraviesan en sentido contrario. Con las primeras subvenciones europeas del Fondo fiduciario para África, aprobado en la cumbre euroafricana celebrada en La Valette, en noviembre de 2015, las políticas migratorias de estos Estados se han adaptado a las exigencias de la Unión Europea para detener, o al menos contener, los flujos del “Mediterráneo central”.
Al contrario de lo sucedido otros años, en las estaciones de autobuses de las compañías Sonef y Rimbo de Niamey, en Níger, los migrantes se esconden de las miradas de los curiosos, los dormitorios comunes cuentan con rejas y los guardias están nerviosos. Para encontrar a “extranjeros”, hay que dirigirse a las ventanillas de salidas internacionales con destino a Bamako (Mali), Dakar (Senegal) o Abiyán (Costa de Marfil) y no a los mostradores nacionales de Agadez o Arlit, puntos de paso de los migrantes situados en el norte de Níger.
“Ya nadie piensa en llegar a Italia desde aquí. Ya no nos queda dinero. ¡Nadie dispone de suficiente dinero para ir a Europa! Y, por tanto, son muchos los que optan por regresar a sus casas, pero no saben cómo”, dice Alfred, joven ingeniero civil de Gambia, país del que huyó tras buscar trabajo en vano durante varios años. Expulsado de Libia, en la frontera con Níger, llegó hace tres días a la ciudad y duerme en la estación de Rimbo. “En la habitación compartida, estamos unos 50 hombres y mujeres. Sobre todo gente de Gambia, de Mali, de Senegal, de Liberia y de Nigeria. Oímos en la radio que el Gobierno alemán daba dinero a varios países de la región para ayudar a los migrantes a regresar a sus casas, pero aquí no vemos nada. Desde que estamos aquí, ¡no hemos visto un solo euro! Lo único que tenemos son nuestras propias fuerzas para regresar a casa”, añade.
Alfred camina todo el día –bajo el sol de justicia de Niamey–, acompañado de un compatriota, en busca de ayuda, de asistencia, de un trabajo inexistente, incluso para los nigerianos. Hablamos con él, con el miedo reflejado en los ojos y el estómago cerrado por los calambres, en un vertedero al aire libre de un mercado de legumbres atestado del centro, a pocos pasos de la catedral de la ciudad. Alfred recupera un momento la sonrisa delante de un plato humeante de arroz, de carne y de patatas. “Estoy muy feliz de contarles mi historia”, dice.
Al contrario de lo que sucede con el “clásico” testimonio de los migrantes, el infierno que describe este hombre no es del camino a Libia, sino el del retorno. “Irse era fácil, pero el regreso fue horrible. El Gobierno de Níger es el peor de todos. Desde que me fui de Gambia, por la ruta de Libia, nunca había vivido nada parecido”, dice. Lo que Alfred tiene dificultades a la hora de expresar es que, después de ser detenido en un barco poco después de zarpar de una playa libia con destino a Lampedusa, en Italia, fue devuelto a la frontera de Níger. Al entrar en el país, las fuerzas de seguridad le sacaron todo lo que tenía, unos 1.500 euros.
“Éramos un grupo de entre 100 y 150 personas, los libios nos entregaron a las autoridades fronterizas nigerianas. En Libia, alguien me habló de una organización de Agadez que ayudaba a los migrantes a regresar a su país. Pero los militares que nos dejaron en la ciudad no nos permitieron ir a la OIM [Organización Internacional para las Migraciones, teóricamente pensada para ayudar a los migrantes]. Nos custodiaron en el centro, en el puesto de Policía del primer distrito. Nos dieron comida y agua. Tuvimos que llorar para conseguir agua. Nos dijeron que no había ninguna organización internacional que se ocupara de los migrantes y que teníamos que pagar nuestro billete de vuelta a Niamey”.
De regresa a Niamey, a un millar de kilómetros al sudoeste de Agadez, el autobús de Alfred fue detenido en una treintena de puestos de control donde, sistemáticamente, los migrantes debían pagar para poder seguir adelante. Un viaje extenuante que a Marie, esposa de Alfred, le provocó una infección en el ojo. La idea de irse fue suya. A la mujer le costó mucho tiempo convencerlo para dejar a sus dos niños de corta edad en Gambia. “Se llaman Jackie y Patience... Deben ser pacientes y esperar a que volvamos”, dice la mujer como un susurro.
Boukar Hassan, de la asociación Alternativa Espacios Ciudadanos (AEC), que tiene como misión promover la igualdad de derechos, está convencido de que los dirigentes locales manipulan la cuestión migratoria con el objetivo único de enriquecerse. “Las respuestas de Europa no van más allá de la represión e instan a los países africanos a hacer lo mismo, pero nuestros países no tienen medios para bloquear las entradas y las salidas de migrantes. En todo caso, en nuestra opinión, estas políticas no podrán prohibir el derecho a la emigración en beneficio de programas supuestamente de ‘desarrollo’”. Cuando habla de la represión deseada por Europa y que aplica Níger, Boukar se refiere concretamente a la situación actual de Agadez, “que atenta contra la libre circulación de personas”.
Ida y vuelta
Desde que en septiembre comenzó a aplicarse un decreto de mayo de 2015, dirigido a luchar contra la trata de seres humanos, saludado por Europa por considerarlo un avance en la lucha contra la migración irregular, está cambiando el rostro de Agadez, ciudad hasta entonces conocida como “la puerta del desierto” por los viajeros subsaharianos. Esta etapa crucial en el flujo migratorio subsahariano que se dirige a Europa está cerrándose debido a la criminalización de los traficantes y a la militarización de la región.
Según las autoridades locales y las asociaciones como AEC, este cambio tiene no sólo un impacto socioeconómico, sino que corre el riesgo de fragilizar todavía más la situación, de por sí crítica, de los migrantes. “La incertidumbre a la hora de disponer de un paso seguro, como antes, está llevando a muchos de ellos a renunciar al viaje. A día de hoy, muchos perciben que Agadez ejerce en cierto modo de barrera”, dice Azaoua Mahaman. Este nigeriano de Agadez trabaja para la OIM. Tira de las cifras del centro de tránsito que gestiona la organización internacional, radicada fuera de la ciudad: al día se reciben de media 30 nuevos migrantes y se registra un fuerte incremento de las repatriaciones voluntarias sufragadas por la OIM, es decir han pasado de ser 1.721 en 2015 a 5.089 en 2016 y de 373 en los dos primeros meses de 2017. Siempre según sus datos, los principales países a los que regresan los migrantes son Senegal, Mali, Camerún, Gambia, Guinea Conakry y Guinea Bissau.
El responsable de la misión de la OIM en Níger, Giuseppe Lo Prete está al corriente de los cambios que se han producido en la región: “Los riesgos aumentan, los costes aumentan. El paso cuesta mucho más caro ahora porque las fuerzas de seguridad nigerianas confiscan los vehículos. Obviamente, al final, siempre pagan los migrantes. Aunque te lleven a Agadez, como le sucedió a miles de personas, a los migrantes no se les devuelve el dinero, como hacen las agencias de viajes, por ese motivo muchos se encuentran atrapados en Agadez”, dice.
Para hacer frente a esta situación de urgencia y facilitar que los migrantes regresen a sus países de origen, el Fondo fiduciario para África financia a la OIM-Níger con 22 millones de euros para la recepción y la repatriación de migrantes. En concreto, para la gestión del centro de estancia temporal de Agadez, que puede acoger hasta a mil personas. “Estamos negociando con el Fondo fiduciario un proyecto por un montante de 100 millones de euros para Níger y los 13 países de origen de los migrantes”, prosigue.
En la sala de reunión de la nueva sede de la OIM en Niamey, Giuseppe Lo Prete echa mano de las estadísticas. “En 2016, más de 300.000 personas fueron a Argelia y a Libia, pero sobre todo a este último país. En 2016, 100.000 personas regresaron. Hay un flujo continuado en los dos sentidos. En enero de 2017, por primera vez, según los datos que hemos recabado en nuestros centros, las personas que regresaban a sus países superaban en número a aquéllas que se marchaba: salieron 6.000 y regresaron 8.000. Pero esto no quiere decir que el número de personas en tránsito por Níger y con dirección a Argelia y Libia esté descendiendo”.
“En efecto, para los migrantes, cuando se cierra una ruta, se abren otras diez. Y al Sáhara no le faltan caminos poco frecuentados”. La versión oficial del OIM, que percibe con satisfacción la reducción de los “candidatos a la migración” y el importante aumento de las repatriaciones “voluntarias” (afirmación muy discutida en el debate regional), es contestada por las asociaciones de la sociedad civil, de Mali y de Níger.
Boukar Hassan habla de la posición del AEC en este sentido: “En los últimos meses, los datos presentados por el OIM ponen de manifiesto la reducción significativa de los migrantes que pasan por la ciudad de Agadez, pero no una disminución de las llegadas a Libia”. Y alude al hecho de que se haya recuperado la “vieja ruta” de Gao, durante un tiempo abandonada por la guerra que se libraba en el norte de Mali y por la apertura de nuevas etapas en el vasto desierto del Air (región de Agadez) y del Teneré (Bilma y Dirkou).
Boukar sostiene que a día de hoy, los migrantes de Agadez, para escapar a los controles, se ocultan en “guetos móviles”, situados en la periferia de la ciudad, en un perímetro de 40-50 km. Estos exiliados se reúnen con los traficantes y con los vehículos de éstos, que utilizan pistas menos transitadas, algunas de las cuales atraviesan zonas minadas mal señalizadas y donde el acceso a los puntos de agua y de descanso es más complicado. Y, quien dice más riesgo, dice aumento del coste del viaje. No existen estadísticas sobre el número de personas que han perdido la vida en el Sáhara. Lejos del Mediterráneo, estos muertos silenciosos no copan los titulares de los periódicos y son engullidos por la arena del desierto, que mata más que el mar.
Según un estudio encargado por el AEC a Ibrahim Diallo, periodista freelance de Agadez, desde la aplicación del decreto de mayo de 2015, se han producido al menos tres incidentes de consideran que han provocado la muerte de decenas de personas en el norte de Níger.
Muertos
“Bamako, Gao, Niamey, Agadez...”. “Agadez, Niamey, Gao, Bamako”. De regreso a la capital de Mali, Andy dice en voz alta las etapas de su viaje. Este liberiano de 25 años ya no recuerda cuándo salió de su casa; tampoco sabe ya exactamente por dónde ha pasado. Sobre el mapa que cuelga en la pared, su dedo avanza y retrocede entre Liberia, Mali, Níger, Libia, Argelia... Su mente está en otra parte. “Bandidos armados, que llevaban el rostro tapado con turbantes, atacaron nuestro convoy, nos secuestraron en una cárcel en el desierto. No hay duda de que los traficantes les habían informado de nuestra llegada. Ellos fueron los que nos vendieron. Las personas que como yo no teníamos dinero ni padres a los que llamar para pagar el secuestro tuvimos que trabajar como esclavos. Nos dejaron morir lentamente. Un día, nos llevaron al desierto y nos abandonaron. Después de ver tantos cuerpos sin vida a mi alrededor, me levanté y eché a andar durante tres días y tres noches en el desierto, sin agua, hasta Gao. Allí, me puse a pedir y logré conseguir dinero suficiente como para tomar un autobús en dirección a Bamako”, cuenta.
Todo lo que Andy quiere en estos momentos, como todos los jóvenes que al igual que él han “fracasado en la aventura”, es regresar a casa. Sin nada, demacrado, cansado y decepcionado, este joven es consciente de que, en su familia y en su pueblo, la vuelta se considerará una vergüenza, pero no tiene elección.
Ousman Diarra , presidente de la Asociación de Malienses Expulsados (AME) y exemigrante deportado él mismo, como todos los miembros de la entidad, se muestra dubitativo a la hora de referirse a los efectos de la financiación europea. “Estos fondos no atacan a las verdaderas raíces socioeconómicas del problema”, dice. “Buena parte del dinero se empleará en reforzar el cierre de fronteras, en dotarse de pasaportes biométricos y en controlar a los viajeros, desde el punto de vista de la seguridad”. Y avisa: “Mientras haya subdesarrollo en África, la población seguirá marchándose”. Sabe de lo que habla porque hace dos décadas que nació la asociación, una entidad que observa en sus compatriotas las consecuencias de las políticas decididas en Bruselas antes de que las apliquen las autoridades locales.
Este reportaje ha sido financiado gracias al apoyo del programa Innovation in Development Reporting Grant de l’European Journalism Centre (EJC). El reportaje entre Níger y Mali se realizó entre los días 10 y 22 de marzo de 2017. Las fotos se tomaron en el interior del centro temporal de inmigrantes que gestiona la Organización Internacional para las Migraciones de Agadez.
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Traducción: Mariola Moreno
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