LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
La “contienda atronadora” es más ruido que parálisis: cinco acuerdos entre PSOE y PP en la España de 2024

El rincón de los lectores

Literatura en 3D

El salvaje, de Guillermo Arriaga.

Miguel Ríos

Guillermo Arriaga ha escrito una novela apasionante, en la que empleó más de cinco años de arduo y duro trabajo, pero que la voracidad de sus lectores engulle en cuatro días. Lo comentó, medio en broma, el día que presentó el libro y me pareció el mejor piropo que se le puede dedicar a El salvaje (Alfaguara, 2017) o a cualquier novela. Eso es exactamente los que me pasó, me bebí el libro en un suspiro. Estamos hablando de un novelón de casi setecientas páginas que, verdaderamente, crean una gran adicción al relato, de forma que se hace muy difícil encontrar el momento de dejar las aventuras de Juan Guillermo, también apodado Cinco, un chico al que la vida coloca, desde el minuto cero de su existencia, desde el mismo útero materno, frente a la muerte y a la violencia.

 

Más que un relato río, que lo es, es un inmenso libro regado por innumerables afluentes que vierten en la corriente  principal, mil y una historias que lo complementan o, simplemente, contribuyen a ahondar en el realismo sucio, o en la espiritualidad mágica, en la que flota el cuento principal y una helada secuela que navega por el fondo. Pienso que El salvaje, como el yin y el yang, las dos fuerzas fundamentales opuestas y complementarias que se encuentran en todas las cosas, es la crónica de dos mundos paralelos, el retrato circular que enfrenta la sofisticada y salvaje megálopolis con la naturaleza desnuda y salvaje, que al final, con la maestría narrativa de Arriaga, convergen en un solo mundo armónico donde todo parece encajar.

Aunque, ahora que lo he releído para esta presentación, he pensado que también podía tratarse de un puzle literario, en el que su creador elige las piezas para mostrar las partes que quiere resaltar de la narración en un momento preciso. Me asombra la pericia estilística de los saltos en la trama, lo que los críticos llaman narrativa no lineal. No sé como se puede hacer de forma tan natural. Me paraba a pensar en el escritor con su novela perfilada, intentando, y consiguiendo conmover al futuro lector con una nueva sorpresa emocional, estirando o cortando el hilo de la fábula con el que cose las vidas de sus magníficos personajes. Ese dominio del tempo y del curso del relato, ese juego de traer el futuro al momento presente, no es para ocultar el argumento sino para electrizarlo y enganchar al lector. Eso, creo, forma parte del adictivo estilo literario con el que está escrito este texto. Puedo pensar que son los oficios de guionista y director, que tantos éxitos han traído a la biografía de Arriaga, los que le ayudan en la tarea de jugar con el relato al novelista, a la hora de administrar las emociones del lector. Trata lo escrito como si estuviera en una sala de montaje. Es indudable que la suya es una literatura en 3D, que provoca en el lector la ilusión de estar inmerso en una narración tan llena de imágenes que le hacen vivir la historia como si estuviera habitando en las páginas del libro. Pero no es solo eso, con lo admirable y difícil que es, lo que te mete en el libro, sino la minuciosa elaboración emocional de sus personajes que se sustentan en la catadura moral de sus vidas, en el retrato de sus rasgos fisonómicos y, sobre todo, en la precisión lingüística y los modismos, con que el autor de Amores perros,  define clase social, credo, educación y pertenencia a un tiempo y un espacio determinados.

El lenguaje como fuente de identidad, de localización espacial y temporal en el que transcurre la historia, es de una riqueza tan apabullante, que se convierte en otro de los elementos que te hace vivir en la novela, implicándote como si formaras parte de ella. Para la gente que, como yo, ama México y que ha recibido la generosidad de sus hijos, que tuvo la suerte de tener cuates mexicanos de la misma generación del protagonista, que escuchó en la misma época en el que discurre la acción de la novela, un “no mames, Miguel”, o un “es que no te mides, güey”, en boca de un tipo llamado Enrique Guzmán, cantante de los Teen Tops, y que guarda el dulce y burlón acento chilango alojado en el rincón de los placeres, leer los diálogos de El salvaje es un valor añadido a un texto que, aun escrito en arameo, sería emocionante y conmovedor. Como lector no salgo de mi sorpresa al paladear una lengua que es la mía pero que me sabe a nueva. Eso sí, recomiendo fervientemente el uso del diccionario para desentrañar tanta curiosidad idiomática.

En la novela no se da cuenta de grandes efemérides socio políticas concretas, aunque el texto está impregnado por la democratización de la modernidad y el cambio cultural juvenil que trajo la segunda mitad del siglo pasado y el rock and roll. Sí se rinde tributo generacional y se data la aparición de discos, músicas y músicos que, como todos los elementos de la narración sirven para definir el perfil de los personajes y datar el tiempo. Llevar la música hasta la pertenencia de clase le permite al autor desarrollar sabrosas escenas que dejan huella en el lector —al menos en mí, que me dedico a esto— y que contribuyen a la fijación de la historia en un tiempo y en una cultura determinada.

Los personajes son de una carnosidad palpable, descritos en sus costumbres con tal proximidad que te codeas con ellos en los múltiples escenarios de la novela. Son presencias cuasi físicas que te acompañan en el conocimiento de sus vidas y avatares, alistándote de inmediato en las filas o las fobias que cada uno de ellos te provocan como lector. El salvaje es una historia coral que sucede a lo largo de una década, más o menos, con actores protagónicos y un sin fin de secundarios de lujo, que van creciendo con las vicisitudes que nos cuenta el narrador y protagonista absoluto, el ya mentado Juan Guillermo. Al no ser una novela maniquea, los buenos son buenos con reparos, con sus debilidades y zonas de reproche, pero los malos son verdadera y despiadadamente malos.

Otro gran hallazgo del libro es la historia paralela de gran peso, que funciona como contrapunto mágico, o como spin-off de la principal, y que hace barruntar que Amaruq, cazador de lobos inuit, es un trasunto de Juan Guillermo. El inuit persigue, más allá de la razón, por los bosques helados del Yukón, al lobo Nujuaqtutuq, reflejo o reverso, de Colmillo otro lobo que, además, es un personaje fundamental del relato. En la contra del libro, y a modo de resumen, se cuenta que “Juan Guillermo promete vengarse de los fanáticos religiosos que provocaron el asesinato de Carlos, su hermano mayor, que a su vez desencadenan las muertes de sus padres y de su abuela”. Esta frase cierra la nota descriptiva de la sinopsis: “Hombre y bestia serán una y la misma cosa: El salvaje”.

¿...y a la de tres?

¿...y a la de tres?

Esta es novela poliédrica, una interesantísima y deliberada suma de estilos literarios que abarcan: la novela de intriga, el libro de carretera, la serie negra, la novela de aventuras, un humanista manual de caza, una guía de respeto a la naturaleza, un canto espiritual del pueblo inuit, un relato de amor a la epopeya humana, un prontuario de curiosidades y sabidurías que aparecen a modo de cuentos independientes. Un sin fin de historias que se entrelazan, como los afluentes de los que hablaba al principio, donde se cuenta la idiosincracia de un país único y de unos seres humanos, verdaderamente humanos, para lo bueno y para lo malo. Una serie de brillantes hallazgos argumentales, pura justicia callejera, contados por un contrahéroe llamado Cinco que consigue escapar y vengarse de todos los pendejos que quieren romperle la madre. Justicia poética.

*Miguel Ríos, músico, presentó esta novela en Madrid.Miguel Ríos

Más sobre este tema
stats