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Cultura

Eduardo Mendoza, un catalán en tierra de nadie

El escritor Eduardo Mendoza.

Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) no concede entrevistas sobre su nuevo libro. Porque quizás lo haya escrito para no tener que hablar más del tema. Se titula Qué está pasando en Cataluña, está editado por Seix Barral, tiene 90 páginas y cabe en el bolsillo de un abrigo. Es, a todas luces, un libro de urgencia. "No lo he escrito para posicionarme en un bando o en otro. Personalmente, no me gusta ninguno de los dos, pero eso se puede atribuir a mi temperamento, a mis ideas y a mi experiencia personal. Lo he escrito para tratar de comprender lo que está pasando", comienza aclarando el Premio Cervantes de 2016. Con un tono didáctico y ligero —vive en Londres desde hace años y parece estar hablando también o sobre todo para sus amigos extranjeros— el escritor aborda temas como la prohibición del catalán bajo el Franquismo o el papel de la burguesía y la inmigración en el procès. 

El escritor echó mano al teclado tras el 1-O, movido "por la ansiedad". "Me parecía estar oyendo muchos desatinos por todas partes y pensé que si daba una explicación parcial pero razonada aliviaría un poco mi inquietud intelectual", dice al final del librito —un panfleto sin sus connotaciones negativas, un pasquín algo serio—, que se lee en una media hora. En este sentido, se desmarca de libros que podrían haber sido similares, como Contra el separatismo, escrito por Fernando Savater también después del referéndum. Si el filósofo arremete contra el independentismo, al que tacha sin miramientos de "antidemocrático", "retrógrado", "antisocial", "desestabilizador", etcétera, el novelista juega a ser Gurb. Como si se tratara de su famoso alienígena del que seguimos sin tener noticias, se sitúa a cierta distancia para tratar de explicarse lo que ocurre, con una cierta extrañeza. 

 

¿Significa esto que es un relato objetivo? Ni mucho menos. Mendoza divide el libro en pequeños capítulos que abordan mitos, ideas centrales de la discusión o elementos que el autor considera claves en el debate: "La represión de Cataluña", "La inmigración", "La burguesía catalana no tiene quien le escriba", "¿Una democracia franquista?"... Así, el breve relato histórico que justifica su posición con respecto algunos temas —el independentismo en el Gobierno catalán en el exilio, o el estatus del catalán en el franquismo— es somero y no incluye citas literales o fechas concretas. Otros capítulos, como el que aborda "El carácter catalán", se nutren exclusivamente de las impresiones del autor. Esto no es un ensayo, sino algo parecido a un monólogo interior de Mendoza, y por lo tanto se exige al lector un cierto salto de fe. 

El autor de La verdad sobre el caso Savolta (1975) y El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008) comienza haciendo una crítica al papel que se le otorga a la herencia franquista en el debate sobre el tema catalán, aunque tampoco aclara quiénes o de qué manera se ha usado la figura de Franco para dirigirlo de una y otra manera. "La inmensa mayoría de los españoles vivos", afirma, "no conoció la dictadura, ni siquiera la transición, y tienen del franquismo una idea vaga, fomentada por el uso melodramático de aquella etapa desafortunada por parte de la literatura, el cine, el teatro o la televisión". Podría ser, quizás, un recado a quienes han comparado al Gobierno de Rajoy con la dictadura fascista —aunque Mendoza no la considera tal cosa—. Pero no solo: "Podríamos decir que en la transición pasaron a la reserva los que aprendieron a mandar con Franco, pero permanecen en activo los que con Franco aprendieron a obedecer y desobedecer". 

Sobre el propio 1-O, el hecho que le mueve a escribir, Mendoza dice poco. De la actuación del Gobierno: "Después de reiteradas advertencias, el Gobierno español tomó medidas (...). No discuto aquí si estas medidas fueron adecuadas, oportunas o proporcionadas. Sin duda fueron contundentes y en algunos casos, brutales, como suelen ser este tipo de intervenciones, aquí y en todo el mundo". Sobre la actuación del Govern: "Es obvio que un sistema que en los años duros de la crisis no tenía reparo en dejar sin hogar a una anciana desvalida no lo iba a tener a la hora de impedir que otra anciana, por su propia voluntad, participara en una votación expresamente prohibida. El creer que todas estas obviedades debían esfumarse al conjuro de la democracia demuestra hasta qué punto el concepto de democracia como algo mágico ha calado en el ánimo de una sociedad". 

Le interesa más el análisis del origen tanto del independentismo como del antiseparatismo. Sobre el segundo, critica que el término "separatismo" suponga ya un "juicio de valor": "Implica una unidad que alguien quiere romper. Y presupone un componente de deslealtad que, más o menos larvado, ha perdurado en el imaginario español. El separatismo, como la conspiración judeo-masónica o un comunismo fantasmal, era el pilar de un enemigo contra el cual se aglutinaba el no-pensamiento franquista". Los orígenes del independentismo los ve menos claros. Reconoce que existe desde "tiempo inmemorial", pero asegura que "antes era cosa de individuos aislados". Y defiende que "ni siquiera fue abiertamente separatista el sólido contingente catalán en el exilio, cuya cohesión (...) se mantuvo hasta la vuelta de Tarradellas en 1977. La independencia de Cataluña podía ser para algunos un sueño de futuro, pero no formaba parte de su ideario". No menciona, por ejemplo la proclamación por Lluís Companys y Francesc Macià, en 1934, del Estado catalán, aunque dentro de la "Federació de Repúbliques Ibèriques". 

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Otro de los puntos que aborda el escritor, y quizás uno de los más polémicos, es la represión del catalán durante el franquismo, una idea que sustenta según él parte del ideario independentista. Señala que el idioma "como lengua de uso no estuvo prohibido", pero "tampoco estuvo autorizado": "Alguien definió el franquismo como una dictadura mitigada por el general incumplimiento de la ley". Reconoce, claro, la "antipatía" del régimen ante el catalán y la "reacción hostil" que provocaba. Y señala que, efectivamente, la educación reglada se impartía en castellano y que no existía el cine, la prensa o la radio en catalán. Pero recuerda igualmente que, si bien la publicación de textos en catalán se prohibió tras la guerra, volvió a permitirse ya bien entrados los cuarenta. La revista Serra d'Or se publica desde 1946, y la editorial en catalán Edicions 62 se funda en ese año. 

Eduardo Mendoza dedica igualmente parte del libro a criticar el propio funcionamiento de la sociedad catalana, a quien llega a calificar de "cerrada y, en muchos aspectos, estancada". Primero, reprocha la "brecha" formada entre los catalanes de pura cepa y los migrantes del sur llegados en los años sesenta, "una brecha tanto más profunda cuanto que nunca se manifestó de manera explícita": "Y de resultas de esa diferencia la burguesía catalana cerró filas, reforzó su tendencia a la endogamia y se blindó contra la intrusión de personas y de prácticas ajenas. La lengua catalana le sirvió para reforzar la barrera social". Si actualmente hay descendientes de andaluces, extremeños y manchegos en las filas independentistas —el caso más conocido es el del portavoz de Esquerra Gabriel Rufián— "se han catalanizado y rechazan todo lo que no pertenezca a la más estricta tradición catalana".

Al margen de consideraciones históricas, el autor tiene alguna observación sobre el presente. Sobre la coalición independentista: "Que los representantes de [la] burguesía se alíen con sectores revolucionarios en cuyo programa está incluido el exterminio de la propia burguesía no se entiende si no se toma en consideración el factor del resentimiento". Sobre el auge del independentismo de los últimos años: "La crisis financiera (...) convirtió el movimiento independentista en un cauce ideal para el descontento de la población y sobre todo de los jóvenes, especialmente castigados por la crisis y desengañados de cualquier proyecto político español". Y sobre la independencia en sí: "No hay razón práctica que justifique el deseo de independizarse de España. Comparativamente, y pese a todo, España no es un mal país. Podría ser mejor, pero dudo de que Cataluña, librada de sus fuerzas, se convirtiera en el paraíso que anuncian los partidarios de la nueva república". Al próximo periodista impertinente que pregunte sobre Cataluña, Mendoza podrá dirigirle directamente al libro. 

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