Cultura
… y sobre esta columna edificaré mi libro
Mikel Iturria conoció a Javier Ortiz en el verano de 2000, “había participado en La Patera (una comunidad lectora de Ortiz que funcionó entre septiembre de 2000 y abril de 2004), tenía (y tengo) un blog en la web javierortiz.net y lo leía prácticamente a diario”.
Cuando el periodista falleció, el 28 de abril de 2009, Iturria comenzó a coordinar su web, a la que subieron, entre otras cosas, sus columnas y artículos varios de El Mundo (1990-2007). “Veía que muchos de sus textos seguían teniendo vigencia y eran actuales”. Así, con naturalidad, germinó la idea de una antología coincidiendo con el décimo aniversario de su muerte. Paradójicamente, porque la red tiene más alcance que un libro, Javier Ortiz, talento y oficio de un periodista aspira a “dar a conocer sus textos a más personas”.
No es un mero ejercicio de nostalgia. “Me parece relevante como contracrónica de la España oficial de los últimos 50 años, porque, como dice Garbiñe Biurrun, Javier cada vez escribe mejor”. En las presentaciones “muchos me comentan que parecen textos escritos ayer, pero tienen ya 15, 20 o 25 años”. Y si no pierden pertinencia es por “su capacidad de análisis y su honestidad” para saber qué pasaba realmente. “Para mí, es un periodista referencial, que no reverencial”.
Ortiz coincide en librerías con otros empeñados en concentrar textos periodísticos que siguen naciendo para morir el mismo día, con suerte la misma semana. Columnas que, si desean perdurar, “tienen que ser buenas”. Es la respuesta a bote pronto de la periodista argentina Leila Guerriero, que a renglón seguido elabora: “si bien el periodismo es efímero, hay columnas de opinión que trascienden la coyuntura de la que se está hablando y, por supuesto, eso depende de si el análisis se sostiene o no, de la calidad literaria, de la trascendencia del hecho que comente y de cuán universalmente sea ese hecho comentado”.
Uno que gusta de agavillar textos es Javier Marías. “Yo no escribo para provocar, sino para intentar pensar lo no tan pensado”, tiene dicho. Y para que lo reflexionado no se evapore, lo amarra en volúmenes que ofrece para que cuiden de ellos no las hemerotecas, sino las bibliotecas. El último es Cuando la sociedad es el tirano, 96 artículos publicados en El País Semanal entre febrero de 2017 y enero de 2019.
También en ese periódico, pero en el diario y no en el hebdomadario, se desempeña Almudena Grandes. Siendo la memoria que “no tiene que ver con el pasado, sino con el presente y el futuro” el gran asunto de su escritura, la voluntad de permanencia que manifiesta propiciando la compilación de textos (La herida perpetua) es coherente. El ejercicio de remembranza le permite darse cuenta de aciertos y errores que ha puesto negro sobre blanco intentando no dejarse llevar “por una pasión que pudiera perjudicar a las opciones” que defiende, y consciente de que en algunos de sus textos se notaba que “estaba cabreada”.
Una actitud que trae ecos de María Zambrano: “Cuando los tiempos se vuelven convulsos, el intelectual debe dejar de serlo para ser hombre”, frase que César Antonio Molina evocó en un artículo luego incluido en Las democracias suicidas y otros escritos de política, mezcla de textos inéditos y publicados en periódicos. “Me duele la escasa defensa de nuestro país por parte de la intelectualidad española, me duele su silencio ante los graves sucesos que están produciéndose, como lo ocurrido en Cataluña. Muy diferente a lo que pasó en otras épocas, como en la II República. Las clases preparadas e influyentes han sentido desidia o desinterés hacia su país”, declaró el autor en la presentación.
Ignacio Sánchez-Cuenca denunció, sin embargo, La desfachatez intelectual de aquellos que “han interpretado el reconocimiento público que reciben por su obra literaria o ensayística como una forma de impunidad (…) No vale disculpar el análisis especialmente obtuso de algún intelectual consolidado apelando a su obra ‘seria’, a sus libros de filosofía o a sus novelas. Alguien puede ser un grandísimo escritor de novelas y versos y, sin embargo, descolgarse en la prensa o en una tertulia con los argumentos más peregrinos sobre algún otro asunto. La conclusión a la que habrá que llegar en tal caso no puede ser que dicho escritor sea un fraude, sino, más bien, que se trata de un gran escritor y un pésimo opinador”.
La obra levantó tal polvareda que, en su segunda edición, recoge la réplica del autor a las críticas de Savater, Azúa, Juaristi, Cercas… Pero la tesis de Sánchez-Cuenca tiene muchos partidarios. “El periodismo español padece de un mal: confunde al novelista con un intelectual y coloca en primer lugar el prestigio literario que el rigor académico —sostiene Alejandro Zambudio—. A diferencia del periodismo británico o norteamericano, en el que las cuestiones de interés público se encomiendan a expertos en la materia, aquí son los escritores españoles quienes hacen de faro”.
Los padres fundadores
Como en todo, también en esto hay precedentes gloriosos. Vienen a la cabeza los nombres, tan periodísticos, de Agustín Calvet Gaziel y Manuel Chaves Nogales, objeto ambos de una labor de recuperación. Sobre todo este último, víctima de la pasión (¿avidez?) de sus defensores. Xavier Pericay denunció que, junto a volúmenes muy bien editados que facilitan “el acceso a unos materiales que, de no mediar semejante rescate, no habrían gozado de la misma difusión”, hay obra llevada a imprenta de manera “algo apresurada, a la que no habría venido nada mal un poco más de rigor”. Por ejemplo, La República y sus enemigos, “lo más parecido a un cajón de sastre, pero a un cajón de sastre desajustado y falto de cierre”, que cae incluso en “el mismo error en que incurriera ya la edición de la obra periodística completa, consistente en atribuir a Chaves Nogales textos que manifiestamente no son suyos, bien porque se trata de simples teletipos de agencia, bien porque su autor es un tal Manuel G. Nogales”.
Pero, sin duda, el que mejor suerte editorial corrió desde el principio es Julio Camba.
“Decía que la mayor maldición era tener que escribir una columna a diario, y que el peor invento de la historia era la imprenta, maldecía a Gutenberg”, asegura Luis Pousa, escritor y periodista en La Voz de Galicia, gran conocedor de la obra de Camba. “Y luego sus columnas se convirtieron en libros, han perdurado y siguen circulando”, en gran parte, “porque huía de la actualidad, le pilla la guerra mundial en varios de los países que están en la contienda y él no escribe nada de la guerra, es muy llamativo, escribe los cafés cantantes, y de que va a ver a La Bella Otero en París… pasa de la actualidad, y eso lo hace perdurable”.
Tanto, que, dice Leila Guerriero, algunos de esos libros “funcionan como libros de viajes”. La periodista cree que cada caso requiere su explicación, porque “hay distintas recopilaciones y distintos hilos conectores detrás de algunos libros que recopilan columnas”. Por poner dos ejemplos, Maniobras de evasión, de Pedro Mairal, que ella editó hace un par de años y que ahora sale en España, “tiene una lógica interna, intenta contar el lado B de la vida del escritor, lo que hace cuando no está en público”; y los Aguafuertes de Roberto Arlt, son “un intento de abarcarlo todo”, “una especie de obras completas más allá de que algunas columnas se refieran a hecho muy coyunturales e incluso que sucedieron hace décadas”. Lo relevante es que el poder de esa escritura permita trascender el asunto que toca. “Cada libro de recopilación tiene su propia voluntad, lo que no funcionaría demasiado bien es un libro que recopile columnas que no tengan vuelo formal, una mirada interesante, y que traten sobre la coyuntura más rabiosa”.
La propia Guerriero ha realizado un ejercicio de rescate con Plano americano, veintiséis perfiles de artistas hispanoamericanos publicados en medios a lo largo de más de una década. “Iba a salir en Chile en la primera edición y el año pasado salió en España, tenían que ser personas que resultaran trascendentes más allá de la Argentina”.
¿Dónde está Leila Guerriero?
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Me (y le) pregunto cómo es la experiencia de releerse. “Me sentí reflejada en la forma de escritura porque no eran textos tan antiguos, si me tocara leer textos de hace 20 años, la escritura cambia, y no sé si uno elige un texto de hace tanto tiempo para recopilar en un libro así”. Siente “una cierta pereza” cuando se relee, no le gusta mucho. Se reconoce, sí, pero “tengo claro que yo ya no escribo con ese estilo, el estilo va cambiando; y si dentro de 10 años leo lo que escribo ahora, bueno, uno se va reconociendo cada vez más en la voz propia…” Donde se reconoce sin margen de error es “en la mirada, sí reconozco el afán de buscar información, la cierta exhaustividad de la información y, por supuesto, la voz siempre está ahí”.
“No todo lo que uno no escribe tiene un destino de libro”, admite Guerriero, pero con Pousa, sí cree que hay un columnismo que merece la consagración libresca.
¿Lectura volátil o reposada?? Los lectores tienen la palabra.