Desde la casa roja

500 páginas

Me despierto en Ciudad de Panamá a las 4.10 de la mañana. ¿Que qué hago aquí? Yo también me lo pregunto a ratos. Lo primero que pienso es que al otro lado del mundo, mi hijo ya habrá entrado al colegio. El jet lag a veces es muy productivo. Y me preparo un café en la habitación y me levanto a escribir. Estoy en la doblez del mapa. En la grieta. En el surco. Presiento los rascacielos al otro lado del ventanal. No he visto todavía el océano pero la humedad ya está pegada al cuerpo. Chequeo las noticias. Leo que han publicado la sentencia del procés. Le envío un mensaje de audio a un amigo que está en Barcelona. Alguien a quien quiero de sobra como para intentar, al menos, comprender siempre lo que me dice aunque lo que me dice casi siempre es algo político. También cuando hablamos de nosotros. Le digo que yo no me esperaba tantos años. Él me responde con ruido de helicópteros de fondo y me dice que me duerma que, cuando despierte, el sistema seguirá siendo el mismo. También la justicia. Es tarde o temprano, no lo sé bien, para volver a la cama. Recuerdo entonces un poema de Bertolt Brecht y lo copio y se lo mando a otro amigo y pienso si no estamos quedándonos muy quietos y me responde que soy una exagerada. Que acaten lo hecho, escribe otro. Como sabía que iban a responderme eso, no se lo envío a nadie más, y tampoco lo pondré aquí. No me tiro a ningún fango.

En las redes la gente dice que hay que leerse las 500 páginas de la sentencia para opinar. Yo sé que hay que leérselas para opinar porque soy periodista. Como me parece un argumento irrefutable, no digo nada. Pero también reconozco el lugar desde donde se dice y por qué: mejor en silencio. Estar callados se convierte en otra forma de pronunciarse. Y puede no ser ni a favor ni en contra ni vivir en la equidistancia. Puede ser tener miedo. No hablo de represión. Pero sí al desacuerdo con quien no te convenga tener desacuerdos. Hay mucha palabra por ahí cargada de violencia. O puede ser no estar interesado. Los asuntos de Estado, a veces, queremos que no sean los nuestros, y también es una opción decidir que nadie ordenará tus preocupaciones.

Me dedico a leer lo que la gente va escribiendo. Parece que el nacionalismo y los territorios nos apelaran directamente a todos y a todos nos obligaran a decir algo. Como si la identidad de unos pusiera en peligro la identidad de los otros. ¿Eso es? Mi corto mundo se cuela por el embudo de las informaciones. Busco varios perfiles de escritores y escritoras catalanes. Algunos no hablan. Parecen cansados. Horas después, Jenn Díaz, que además de autora es diputada por ERC, pondrá No hi haurà gàbies per tants ocells. No habrá jaulas para tantos pájaros.

En el desayuno, charlo con un escritor de Cuba y otro argentino y me preguntan por los huesos de Franco, en realidad uno dice los huesos “del Generalísimo”, lo dice con sorna, y será la distancia o que no hace falta dejar claro de parte de quién andas, si de los buenos, como dijo el lunes ese Albert Rivera que juega a la política como quien juega de niño a los clicks, o de esa parte de Catalunya que no se siente incluida en el Estado, pero aciertan: el problema va a estar en la convivencia. ¿Qué va a hacer España ahora con los millones de independentistas?, me preguntan. Les han cargado de razones, añaden. El independentismo ya tiene sus mártires, dice otro, eso era un asunto político a resolver entre políticos. Parece todo tan claro. Pero ninguno de nosotros hemos leído esas 500 páginas.

Por la noche, me divierto haciendo fotos con un compañero escritor en una fiesta y me olvido de todo lo que sucede allá lejos. El ruido y la furia están durmiendo. Él ha sido guerrillero durante diez años por varios países de Centroamérica y siete más en la resistencia urbana. Los centroamericanos saben que deberíamos cuidarnos más. Cuidar la democracia, ¿se acuerdan? Míranos a nosotros, me dicen. Míranos. Me pregunto entonces desde cuándo no tenemos noticias del El Salvador en España. ¿Y Nicaragua? ¿Qué sabemos de todo este territorio quebrado y violento frontera tras frontera? Cuando vuelvo a la habitación, busco el nombre del compañero en internet y leo algunas entrevistas. “La política se hace jugándose la vida o mejor no se habla de ella”, dice en una de ellas.

A veces, jugarse la vida puede ser una metáfora de saber escucharse.

Mientras releo esta columna antes de enviarla a la redacción de infoLibre, salta en mi pantalla la noticia de que un hombre ha perdido un ojo en las cargas policiales del aeropuerto de El Prat.

La única exageración aquí es sentir que debes quedarte callado.

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