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Extrema derecha

El discurso antifeminista y sobre violencia de género acerca a Vox a la ultraderecha del este europeo

Dirigentes de Vox junto a responsables del partido polaco Ley y Justicia.

Cadena perpetua para los maltratadores, que nunca salgan de prisión y que se modifique una ley que, dicen, ha fracasado. Son recetas de la ultraderecha española, concretamente de su portavoz en la Asamblea de Madrid, Rocío Monasterio, contra la violencia de género que año tras año sufren las mujeres. Respecto a la norma aprobada por unanimidad en 2004 para combatir la violencia machista, Vox cree que "atenta contra la presunción de inocencia, crea desigualdad jurídica y tribunales especiales". La ley, que plantea sustituir por otra de "violencia intrafamiliar", ha demostrado a su juicio ser "una mera herramienta ideológica con la que confrontar a hombres y mujeres". Para Monasterio, guarda directa relación con la violencia la "inmigración ilegal", pues "fomenta la trata de personas, la explotación sexual y genera inseguridad en los barrios, donde, cada vez más, las mujeres no se sienten seguras".

El discurso de la extrema derecha española no se aleja del labrado por sus homólogos europeos. Una oposición ferviente a los derechos reproductivos, una defensa a ultranza de la familia desde su concepción más tradicional y una asociación tramposa de violencia sexual e inmigración son algunas de las bases sobre las que la ultraderecha sienta su discurso machista, homófobo y racista. 

Los puntos comunes, sin embargo, no resultan tan obvios respecto a uno de los asuntos que atraviesa el discurso de Vox: la negación a ultranza de la violencia contra las mujeres y el ataque sistemático a las leyes que la combaten. Esta reacción se explica en parte porque precisamente la legislación española es de las más avanzadas de todo el continente. A mayor desarrollo de las leyes, mayor oposición a las mismas. Así lo argumenta Cristina Fabré, miembro del Instituto Europeo por la Igualdad de Género (EIGE). "Ese ataque se produce en España porque junto con Suecia son los únicos países que tipifican la violencia específica contra las mujeres en el ámbito de la pareja o expareja", comenta a preguntas de infoLibre. Los grupos de extrema derecha "sienten que se criminaliza al hombre y entienden que con ello se están negando los valores tradicionales de la familia o la mujer. Pretenden invisibilizar la dimensión de género que tiene la violencia y la plantean de manera simétrica entre todos los que cohabitan" en el núcleo familiar. En la mayoría de países, comenta la experta, "apenas hay estadísticas o ese foco legislativo no existe".

De acuerdo a la base de datos de ONU Mujeres sobre la violencia contra las mujeres, Italia habla en sus leyes de "violencia en las relaciones familiares", Irlanda de "violencia doméstica", Croacia de "violencia familiar" o Polonia de "lucha contra la violencia en la familia". Y esa es la tónica habitual, con contadas excepciones. Fabré repara igualmente en aquellos países que, con "una conexión muy fuerte con grupos ultracatólicos", se han posicionado en contra de la firma del Convenio de Estambul, "alegando que está basado en la ideología de género". En ese sentido, entre los territorios más reaccionarios se encuentran Bulgaria, Hungría o Polonia.

Vox y el este europeo

"Vox se parece más a la extrema derecha del este europeo, que tiene un discurso más virulento sobre la violencia de género y se opone a todo tipo de políticas de igualdad". Habla la periodista y antropóloga Nuria Alabao, autora del capítulo Género y fascismo: la renovación de la extrema derecha europea, contenido en el libro Un feminismo del 99% (Lengua de Trapo, 2018). En occidente, por el contrario, la ultraderecha trata de "reiventarse asumiendo conquistas de Mayo del 68, a nivel de la revolución cultural", explica la antropóloga. Se trata de consensos asentados como que "la igualdad de la mujer es deseable o los derechos LGTBI incuestionables". Una utilización, añade, táctica que sin embargo no cristaliza después en una defensa real de la mujer a la hora de aprobar políticas.

Mantener este tipo de discurso en territorio español es "uno de los grandes tapones de Vox", opina Alabao. España tiene una "respuesta más asentada" en cuanto a igualdad, "incluso superior a muchos países nórdicos". Por tanto, la postura ultra al respecto "les posiciona en el margen del sistema de partidos, les hace contestatarios, pero les limita porque va en contra de consensos sociales asumidos".

En Polonia, la extrema derecha saca músculo. En las calles pero también en las instituciones. Al frente del país está el partido Ley y Justicia (PiS) desde el año 2015. Tras revalidar la victoria en octubre de este año, el partido conservador planteó como uno de sus principales envites la puesta en marcha de una legislación que persigue la educación sexual, con penas de hasta tres años de prisión a quienes la impartan entre menores. El mismo partido ya intentó, durante la anterior legislatura, endurecer la legislación sobre el aborto. La propuesta, que finalmente fue paralizada gracias a las multitudinarias protestas en las calles, buscaba restringir la interrupción voluntaria del embarazo excepto en los supuestos en los que la vida de la madre corriese peligro.

A los postulados del PiS le acompañan los de la coalición Konfederacja Wolność i Niepodległość (Confederación Libertad e Independencia), que en las pasadas elecciones logró representación gracias al 6,8% de los votos. La formación, de extrema derecha, cuenta en su cúpula con el líder Janusz Korwin-Mikke. El que también fuera eurodiputado hasta marzo de 2018 ha protagonizado numerosos titulares por sus habituales declaraciones machistas: suele cargar contra las mujeres, a quienes considera menos inteligentes que los hombres. Korwin-Mikke también ha cuestionado la violencia sexual y criticado la idea de consentimiento. Konrad Berkowicz, diputado y número dos de Korwin-Mikke, también rechaza la educación sexual que, "sin tener en cuenta la voluntad de los padres", enseña a los niños "el placer de la masturbación de manera sistemática desde una edad temprana". Un discurso que de nuevo recuerda a Vox –con su idea de "pin parental"– y a grupos ultracatólicos como Hazte Oír.

El italiano Matteo Salvini, líder del partido Lega y exministro del Interior, ha mantenido durante sus años de actividad una firme oposición a los derechos reproductivos de las mujeres. En marzo del presente año, todavía en el Gobierno italiano, participó en una conferencia internacional organizada en la ciudad de Verona contra el aborto, el divorcio y el matrimonio homosexual.

En Hungría, los dardos del primer ministro, Viktor Orbán (Fidesz), contra el movimiento feminista tampoco son excepcionales. El pasado mes de octubre el país aprobó un decreto que eliminaba los estudios de género en las universidades. Este tipo de estudios, que se pueden beneficiar de ayudas públicas, "podrían considerarse más como una ideología que como una ciencia", adelantaba ya en marzo de 2017 el secretario de Estado de Educación, Bence Rétvári. El uso del término "ideología" para los estudios de género recuerda a la tan manida "ideología de género" que emplean los de Santiago Abascal para referirse a las políticas públicas de igualdad.

Ocurre, también en Hungría, que a menudo el primer ministro conjuga su discurso abiertamente antiinmigración con su posición respecto a la violencia que sufren las mujeres. Lo mismo sucede en suelo español, donde la criminalización del extranjero es un recurso habitual de la extrema derecha. Orbán sostiene que "con muchos inmigrantes ilegales se sufre un aumento extraordinario de la tasa de delincuencia", y apunta a Suecia como "segundo país con mayor número de violaciones".

Occidente o el feminismo como estrategia

Llegamos a Francia y Alemania, donde la extrema derecha adopta un cariz sutilmente distinto aunque sea igualmente racista y xenóba. En esa línea tiende a expresarse Marine Le Pen, líder de Reagrupación Nacional. Para la capitana de la extrema derecha francesa, el acoso callejero es "en su inmensa mayoría obra de inmigrantes" que siguen una cultura "de desprecio hacia las mujeres francesas". Los postulados islamófobos de Le Pen son un mantra habitual y se dejaron ver el pasado fin de semana, tras la multitudinaria marcha feminista celebrada el sábado 30 de noviembre en París. Le Pen justificó su ausencia cargando contra "varias mujeres que encabezaban la manifestación" y que recientemente "marchaban con islamistas que tienen una visión de sumisión de las mujeres". 

Marine Le Pen no ha dudado en reivindicarse como "mujer y madre" para seducir a su electorado, pese a las advertencias del movimiento feminista francés. Y esa misma estrategia es empleada por una de las cabecillas del partido Alternativa para Alemania (AfD), Alice Weidel, abiertamente homosexual. Su partido habla de blindar las fronteras para frenar "el odio importado hacia las mujeres alemanas y los homosexuales alemanes", en palabras de la parlamentaria Nicole Höchst, quien hace ahora un año también se refirió a la "islamización progresiva de Europa" como causa directa, a su juicio, de la merma de los derechos de las mujeres.

"Su defensa de la mujer es siempre en relación al racismo", explica al otro lado del teléfono el periodista Miquel Ramos. "Su enganche para hablar de violencia contra la mujer" bebe en este caso de la supuesta violencia perpetrada por "los inmigrantes y sobre todo los musulmanes". Ramos cita en este punto a Weidel, quien "hace campaña por los derechos LGTBI diciendo que el principal problema del colectivo son los ciudadanos musulmanes". Es decir, "traspasa un mal endémico, como la homofobia o el machismo, y lo traslada a otros colectivos". Para Ramos, la estrategia no deja de ser "muy hábil", porque la extrema derecha "ha sabido usar la diversidad" en su favor.

Guillermo Fernández-Vázquez, autor del libro Qué hacer con la extrema derecha en Europa. El caso del Frente Nacional Qué hacer con la extrema derecha en Europa. El caso del Frente Nacional(Lengua de Trapo, 2019), recuerda que no hay un único modo en que la ultraderecha aborda la cuestión. "En el caso de Francia, Marine Le Pen lo lleva haciendo, durante los últimos diez años, desde una perspectiva diferente a la de Vox", aclara. Lo cierto es que la líder de la extrema derecha "ha enfatizado su condición de mujer para tratar de disputarle a la izquierda el concepto de feminismo" con el fin último de "resignificarlo". En ese sentido, "acepta los puntos más polémicos: no cuestiona la violencia de género, no se mete con el matrimonio homosexual, tolera el aborto, pero sobre todo lo que más le importa es enmarcar el feminismo en una defensa de la identidad francesa". Es decir, asume determinados valores como "parte de la cultura francesa y subraya que los enemigos de esas conquistas son los inmigrantes musulmanes".

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Le Pen, agrega Fernández-Vázquez, "está dispuesta a aceptar el feminismo siempre que le sirva para atacar las invasiones culturales del mundo musulmán". Y eso, añade, "ha servido para aumentar el voto de sectores no particularmente ideologizados". En otros territorios como Holanda o Alemania, abunda el autor, se sigue el mismo patrón. Aunque siempre surgen cismas, incluso dentro de las propias corrientes de extrema derecha. Fernández-Vázquez cita en este punto a Marion Maréchal, sobrina de Marine Le Pen, que sí podría ser un "referente ideológico" para Vox. Ella habla de "feminismo totalitario y lo considera como una especie de vanguardia cultural de la progresía", por lo que su oposición al movimiento es férrea.

Ramos coincide en destacar lo diverso de la extrema derecha y también repara en que la línea de Vox "se asemeja más a la extrema derecha oriental". Pero advierte, no obstante, de que "eso puede cambiar en cualquier momento". Los de Abascal pueden de pronto "defender el aborto o el matrimonio LGTBI como hacen en Europa" porque "la capacidad de la extrema derecha para adaptarse al contexto es inmensa y su votante lo permite".

Opina lo mismo el historiador Francisco Veiga, coautor del ensayo Patriotas indignados (Alianza Editorial, 2019). Vox, analiza, "es la extrema derecha española de toda la vida" pero ha optado por "marcar distancias con el fascismo histórico". En Hungría, recuerda el autor, el partido Jobbik "desfilaba por Budapest con trajes paramilitares, pero empezaron a tener problemas y entonces se desmovilizaron y montaron el partido con una estética de traje y corbataestética de traje y corbata". En ese sentido, opina, "la ultraderecha va de cívica con estrategias pasivo-agresivas" que buscan situarles "como las víctimas y no los agresores". A Vox, subraya el historiador, sí "le corteja la ultraderecha occidental". Y aunque "de momento son antifeministas, cualquier día cambian y crean una agrupación feminista de ultraderecha como en Alemania". Para ello, advierte, "conviene estar preparados y tener una respuesta".

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