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Trombos

Miguel Lorente Ideas Propias

La probabilidad de que una mujer en una relación de pareja con un hombre sea asesinada es 6,2 veces más alta que la probabilidad de que una persona vacunada con Janssen sufra un trombo, y 1,6 veces superior si la vacuna es la de AstraZeneca. Si ponemos en relación la probabilidad de morir por el trombo aparecido tras la vacunación con AstraZeneca con la probabilidad de ser asesinada por su pareja, el riesgo de homicidio es 7,7 veces más alto que la muerte por la complicación trombótica tras la inyección de la vacuna.

Según los datos de la Agencia Europea del Medicamento (EMA), actualmente se investigan 62 casos de trombosis de senos venosos cerebrales y 24 casos de trombosis esplénica, en personas vacunadas durante las dos semanas previas a la complicación, lo cual hace un total de 86 casos, de los cuales 18 han sido mortales, un 20’9%. Todo ello en un total de 25 millones de personas vacunadas. Esta situación indica que la complicación trombótica se produce en un caso cada 290.697, y que la muerte por trombosis en estas circunstancias ocurre en un caso entre 1.388.888. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en España hay alrededor de 11.191.900 parejas heterosexuales, dentro de las cuales se produce la violencia de género con una media de 60 homicidios cada año. Estos datos indican que se produce el homicidio de una mujer por cada 186.531 mujeres que mantienen una relación de pareja. De hecho, según el último Estudio Global de Naciones Unidas sobre homicidios (2019), el 58% de todos los homicidios que sufren las mujeres son llevados a cabo dentro de las relaciones de pareja y familiares.

La aproximación gráfica descrita nos muestra que las mujeres en las relaciones de pareja tienen más riesgo de ser asesinadas que cualquier persona de sufrir trombosis por las vacunas contra el SARS-CoV2, mucho más si lo ponemos en relación con la posibilidad de morir por los trombos. Y todo ello sucede sin que la sociedad ni las instituciones sean conscientes de ese riesgo, ni alerten sobre su realidad para que al menos ellas o sus entornos puedan tomar decisiones atendiendo al mismo. Todo lo contrario, a través de los mitos del amor romántico los mensajes que se mandan hablan de que la violencia de los hombres es normal, que todo ello forma parte del amor y sus vaivenes, que la violencia es algo pasajero y que los hombres cambian, que en esas circunstancias es cuando hay que demostrar el amor a través de la comprensión y el perdón... y tantas otras cosas que llevan a que permanezcan bajo ese riesgo, y a que éste aumente. Porque a diferencia de la trombosis por las vacunas (AstraZeneca y Janssen), que suelen presentarse dentro de los primeros 15 días tras su administración, en la violencia de género el riesgo permanece durante toda la relación y aumenta con el paso de los días.

La sociedad no es un protoplasma ni un organismo simple donde todo ocurre de manera ordenada y en una especie de espacio abierto a la vista de todo el mundo. La sociedad es un organismo complejo con diferentes “órganos, aparatos y sistemas”, y queda estructurada por elementos de organización formales e informales desarrollados por parte de la ciudadanía, las administraciones y las instituciones. Y como tal sistema organizado cuenta con sus canales de comunicación e interrelación para hacer de su funcionamiento convivencia dentro del orden establecido. Cuando esas vías de comunicación e interrelación se rompen o se obstruyen, las zonas alejadas quedan sin los nutrientes necesarios para la convivencia.

Ahora que tanto sabemos de coronavirus, de receptores celulares y de trombos, podemos entender en parte el mecanismo de funcionamiento del machismo. El machismo tiene receptores distribuidos por todo el “organismo de la sociedad” para que sus mensajes y mandatos lleguen y sean aplicados en cualquier parte, receptores propios que ha ido colocando conforme ha impuesto su normalidad en cada uno de los espacios de la sociedad levantada bajo sus referencias androcéntricas. De ese modo puede activarlos cuando le interese, y evitar que la comunicación y la relaciones ocurran con igualdad entre hombres y mujeres, y entre cualquier otro elemento que quiera discriminar o excluir.

Por eso en su momento situó trombos en el acceso de las niñas a la educación, después los puso en las vías oportunas para impedir que las mujeres fueran a la Universidad, más adelante, conforme se superaban esas obstrucciones, los colocó en una parte más avanzada del trayecto e impidió que trabajaran sin el permiso del padre o del marido. También puso trombos en los canales de la democracia para que no participaran en las elecciones con su voto, y en el acceso a los puestos de responsabilidad y decisión con el objeto de que no pudieran influir en la sociedad. Todo como parte de su modelo androcéntrico, por eso hoy continúa creando trombos para que la democracia tenga zonas isquémicas y espacios infartados a los que no puedan llegar los valores e ideas enraizadas en los derechos humanos, y así mantener su injusticia social basada en la desigualdad.

El ejemplo más claro de toda esa fisiología machista social es la situación que vivimos ante el riesgo de trombosis tras la vacunación. Tal y como hemos explicado, se trata de un efecto secundario que ocurre en un caso cada millón y medio de vacunaciones, pero despierta una gran alarma social y lleva a exigir medidas inmediatas a las autoridades competentes. En cambio, esa misma sociedad no ve el riesgo que supone la violencia de género, a veces ni siquiera después de denunciarla y pedir medidas de protección para que no llegue a materializarse su amenaza letal. Y no se trata de un efecto secundario, el homicidio de las mujeres es un “efecto principal” derivado de la decisión violenta de sus agresores.

No son nervios, es violencia

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La conclusión diagnóstica es clara: el homicidio de las mujeres por violencia de género, a pesar de ser un “efecto principal” y suponer un riesgo 7,7 veces más alto que morir por un trombo tras la vacunación, todavía encuentra por respuesta el silencio y la negación. Una radiografía que muestra el esqueleto machista de nuestra sociedad.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue delegado del Gobierno para la violencia de género.

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