De viva voz
Última memoria
Última memoria
Padre, algún día llegarán las garzas al arroyo
y serán más altos nuestros brazos para poder apresarlas.
Algún día, el cuerpo diminuto de las flores
poblará las laderas de ese bosque de los vientos rojizos
y silbarán las ramas de los chopos una canción surgida de repente
pero que ya estaba ahí, latiendo en nuestro labio,
y podremos tararearla en nuestro propio lenguaje
mientras danzamos sobre el pie único del tiempo
y la cáscara de lluvia que humedece la tierra
empapará lentamente nuestros dedos descalzos.
Así será, algún día,
y bajarán las luces altas de las copas
al pie de nuestro paso,
y ese sol, ese bocado rojo de fruta que madura
nos quemará en las manos y hará brotar de ellas
pájaros diminutos que volarán tan fuerte
que ni siquiera nuestros brazos altísimos
podrán apresarlos encima de los chopos. Encima de la luz.
Encima del recuerdo.
Padre, es este tiempo nuestro un espacio de difícil memoria,
esa memoria frágil que te queda y confunde los nombres
como letras sin patria, que detiene las fechas
al borde del abismo
en el tiempo repentino en que los cuerpos
no sentían el frío del pasado, ni cortaba la luz
entre los párpados como una hoja de acero
hendida en el iris con su gota de lluvia.
Y nos llegan las voces de repente. Y nos prestan sus gritos
de madera de chopo en medio de la sala
y yo alzo los brazos como alambres de musgo
para apresar tu cuerpo, tu cuerpo tan alto
como el silencio de un bosque
y yo alzo los ojos en un gesto de hierba
para ofrecerte a la hija que mereces
la hija pretérita que no conoció la lengua en que le hablabas
y que ahora te abraza débil como un pájaro
que no bate sus alas ni conoce
del dolor del que carga tu maleta de olvidos
y verdades a medias, del dolor que me habita
en el cuerpo imposible que contemplas extraño
cuando cruzo despacio el salón de esta casa
como las altas garzas bajan de los árboles
su plumaje límpido hasta el arroyo
y yo hago crujir la tierra muy cerca de tus brazos
y salpico en tus ojos mil peces diminutos
que brillan tan fuerte
que cerramos por inercia los párpados para no cegarnos con su luz.
Padre, es este tiempo nuestro un espacio de difícil recuerdo
y la memoria última que queda en tu senil belleza
no será suficiente para poder encontrarnos.
Pero un día, un día alto, muy alto,
llegarán las garzas al arroyo con su plumaje intacto
y donde había brazos ya tendremos dos alas
−dos alas puras, y blancas, e infinitas−
para apresar su vuelo.
(Del poemario inédito Los ojos amarillos.)
*Virginia Cantó es poeta. Su último libro, Virginia CantóPasaporte renombrado (Huerga y Fierro, 2013).