La principal prisión de yihadistas del mundo cae en manos… de yihadistas

Soldados de las Fuerzas Democráticas Sirias ante la prisión de Al-Sina’a, el 26 de enero.

Jean-Pierre Perrin (Mediapart)

Se trata de la mayor operación lanzada por el Estado Islámico desde la caída, el 23 de marzo de 2019, de la pequeña ciudad siria de Baghuz, el último reducto del grupo yihadista, tras dos largos meses de asedio. El asedio comenzó durante la noche del 20 al 21 de enero y tuvo como objetivo principal la prisión de Al-Sina'a, el mayor centro de detención yihadista del mundo, en la ciudad de Hasaka (noreste de Siria). Los atacantes lograron apoderarse de ella y hace una semana aún controlaban una pequeña parte.

La batalla se extendió entonces a gran parte de Hasaka, en concreto a los barrios populares de Al-Zuhour y Al-Taqqadum, que los yihadistas controlaron durante varios días. Además de la prisión, querían ocupar toda la ciudad, que tiene unos 200.000 habitantes. Cortaron las carreteras que conducían a ella, buscando también romper la continuidad territorial entre los cantones de Kobane y Qamishli, la capital en la práctica del Kurdistán sirio.

Hasta entonces, la mayoría de los expertos creían que la organización yihadista ya no tenía capacidad para llevar a cabo operaciones de tal envergadura. Es cierto que, desde su derrota, seguía cometiendo asesinatos, llevando a cabo emboscadas y secuestros en las regiones más remotas del noreste de Siria, el inmenso territorio controlado por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), la alianza kurdoárabe apoyada por la coalición internacional contra el Estado Islámico. Y, además, fue discreto en las localidades importantes.

Pero el ataque a la prisión de Al-Sina'a, también conocida como Ghwayran, demostró que las fuerzas del Estado Islámico no eran sólo residuales. Se desconoce el número exacto de combatientes yihadistas que participaron en la operación que les permitió asaltar la cárcel, superpoblada e insalubre, donde hay unos 4.500 detenidos yihadistas o presuntos yihadistas, y entre 700 y 850 menores, de entre 7 y 12 años.

Las Fuerzas de Autodefensa, según un comunicado de su cuartel general, necesitaron nada menos que 10.000 hombres para hacerse con el control de la situación. A pesar del tamaño de las fuerzas implicadas, necesitaron la intervención de la fuerza aérea estadounidense, en particular de los F-16 y, sobre todo, de los helicópteros Apache, que ametrallaron y dispararon cohetes contra las posiciones yihadistas. El Pentágono reconoció que también había proporcionado “apoyo terrestre limitado” a los combatientes kurdos, enviando vehículos blindados.

Unos 250 combatientes islamistas murieron, según el centro de información de Rojava, cercano a las FDS, que reconoció haber perdido 27 hombres, unos 40 según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. También resultaron heridos o incluso muertos varios hijos de yihadistas –pero las autoridades kurdas guardan silencio al respecto–, así como decenas de prisioneros y siete civiles y un periodista. 

Fuentes oficiales de la ONU afirman que al menos 4.500 personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares a causa de los combates, en un momento en que toda la región se ve afectada por una ola de frío. “Con las temperaturas por debajo de cero en todo el noroeste de Siria, estamos realmente preocupados por todas las personas que han tenido que huir de sus hogares y que necesitan acceso a refugio, alimentos, agua, servicios sanitarios y, sobre todo, un entorno seguro”, señalaba en un comunicado el jefe de la delegación del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Siria, Christophe Martin.

Apenas diez días después de este combate, el presidente Joe Biden anunciaba que, a 600 km al oeste de Hasaka, en Idlib, se había asestado un golpe adicional al yihadismo, que habría quedado descabezado. En concreto, según la Casa Blanca, una gran operación de comandos de fuerzas especiales de Estados Unidos transportados en helicópteros acabaron el pasado día 3 con la vida del líder yihadista, Abu Ibrahim al Hachemí al Quraishi.

Coordinación entre atacantes y prisioneros

No obstante, pese al cerco estadounidense, el ataque a la prisión de Al-Sina'a muestra las deficiencias de los servicios de inteligencia kurdos y occidentales, que no detectaron la preparación del ataque. Está claro que fue meticulosamente planificado, probablemente a lo largo de muchos meses, por células durmientes. Desde hace seis meses, los servicios de seguridad kurdos habían constatado un descenso significativo de las actividades de los insurgentes yihadistas en las regiones donde actúan, lo que parece corresponder a la fase de preparación del asalto.

El asalto a la prisión demuestra también la capacidad operativa del Estado Islámico, cuyos combatientes lograron penetrar en el recinto haciendo estallar primero un coche bomba conducido por un terrorista suicida, que mató a varios guardias, y luego un segundo cerca de un depósito de combustible cercano, provocando un gran incendio, presumiblemente destinado a impedir los ataques aéreos estadounidenses. Al mismo tiempo, los detenidos quemaban los colchones de sus celdas y atacaban a los guardias, lo que sugiere una estrecha coordinación entre los atacantes y los presos.

Es evidente la complicidad de algunos guardias. Charles Lister, director de los programas de lucha contra el terrorismo en Siria del Instituto de Oriente Próximo, declaró a la cadena qatarí Al Jazeera que “colocar dos coches bomba en el aparcamiento de la mayor prisión para militantes del Estado Islámico es un reto extraordinario que no puede llevarse a cabo sin el apoyo del interior o sin alguien dispuesto a hacer la vista gorda”.

Se desconoce el número de presos fugados y cuántos de ellos son yihadistas procedentes de Europa. Pero el asalto a Al-Sina'a corrobora lo que las autoridades kurdas vienen diciendo desde la derrota del Estado islámico: no tienen capacidad para retener a unos 12.000 sospechosos de 50 países en los distintos centros de Rojava, ni, a fortiori, para organizar su juicio. Sobre todo porque se esperan otros ataques en las cárceles. “Necesitamos urgentemente nuevas prisiones más grandes, mejor protegidas y más alejadas de las zonas residenciales”, declaraba el portavoz de las Fuerzas de Autodefensa, Fahrad Shami, tras el ataque.   

Porque la liberación de prisioneros siempre ha sido una prioridad en la agenda del Estado Islámico. De ahí los reiterados llamamientos a pasar al ataque, que se remontan a la época en que Abu Bakr al-Baghdadi dirigía la organización: “Trabajad para salvarlos destruyendo los muros que los obstaculizan [...]. Esto es una orden y un consejo de su Profeta. Vénguenlos”. La prisión de Al-Sina'a ya había sido objeto de un atentado planeado en noviembre que fue frustrado. 

Las Fuerzas Democráticas Sirias, más frágiles

El ataque a Hasaka también supone un duro golpe para la “administración autónoma” de Rojava. Controlada por el movimiento kurdo sirio con el apoyo de la coalición internacional, que le permitió reconquistar todo el noreste de Siria, esta administración intenta gestionar una población predominantemente árabe y una economía dependiente de recursos limitados, concretamente el petróleo, que representa el 90% de los ingresos presupuestarios.

También está trabajando para desarrollar un modelo de gobernanza específico en un contexto que el investigador Patrick Haenni, asesor del Centro para el Diálogo Humanitario, describe como una “guerra de desgaste con el régimen sirio”. “Las FDS basan su legitimidad tanto en su capacidad de proteger las instituciones del Estado como en presentarse como la fuerza más cualificada para erradicar el terrorismo”, añade el investigador afincado en Raqqa, que estuvo en París unos días antes del atentado de Hasaka.

Por lo tanto, el asalto a la prisión debilita a las Fuerzas de Autodefensa en estos dos puntos, especialmente desde que los estadounidenses les informaron recientemente de que no aumentarían su ayuda militar. El resurgimiento del Estado Islámico es, por tanto, una nueva amenaza que se suma a otros dos retos estratégicos: la desestabilización de la región organizada por el régimen sirio y sus aliados ruso-iraníes, y las intervenciones militares turcas, incluida la gran ofensiva de 2019.

A pesar de todas estas amenazas, el noreste es la parte de Siria donde la vida de la población es, con diferencia, menos difícil. “Hay una resiliencia de la economía”, subraya Patrick Haenni. “Tanto es así que la región atrae a los responsables sirios que prefieren incorporarse a la administración autonómica, sobre todo porque el hundimiento de la libra siria ya no permite dolarizar la economía y que los sueldos alcanzan los 400 dólares al mes, una cifra bastante considerable para Siria. Incluso hay un comité económico desde hace un año que proporciona estadísticas y ha elaborado un plan presupuestario para 2022. Así que estamos viendo los inicios de una administración muy joven que emerge del Partido de los Trabajadores del Kurdistán [PKK, la matriz del movimiento kurdo sirio], que todavía es muy básica”.

Prueba de esta “resiliencia”, aunque el PKK controle el petróleo, el hormigón, el acero y los medicamentos, es que la reconstrucción de las ciudades destruidas avanza. Incluso en Raqqa, la antigua capital del Estado Islámico en Siria, arrasada en un 80% en 2017 por los bombardeos de la coalición internacional, donde, según el mismo investigador, “la vida se ha reanudado. Con un verdadero tejido industrial: hay nada menos que 130 pymes. Ahora, artesanos y comerciantes vienen de Alepo para instalarse allí”.

Sin embargo, no todo es tan sencillo, ya que el dominio de las FDS y el PKK en la región provoca ocasionalmente huelgas y manifestaciones, que a veces son reprimidas con violencia. En Raqqa, dos jueces y cinco abogados fueron asesinados el año pasado. Y los ciudadanos árabes siguen teniendo un estatus de segunda clase, que les obliga a pedir permiso antes de viajar dentro de la región. “Pero no hay alternativas. La administración autónoma se ve como el mal menor. Si la desestabilización se lleva demasiado lejos, el régimen de Bashar al-Assad se beneficiará, lo que nadie quiere. Esto no significa que la población esté satisfecha”, añade Patrick Haenni.

Cabe destacar que un responsable de las Fuerzas de Autodefensa acusaba el pasado jueves al régimen sirio y a Ankara de estar involucrados en el ataque de Hasaka.

Traducción: Mariola Moreno

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