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La guerra de Ucrania le da una segunda vida al carbón pese a las urgencias climáticas

Demolición de la central de carbón de Richborough, en Reino Unido.

Hay dos fuerzas tirando de la respuesta global a la invasión rusa de Ucrania. La dependencia energética que sufre Europa y buena parte del mundo empuja en dos direcciones opuestas. Por un lado, se ha evidenciado la necesidad de acelerar la revolución renovable: no hace falta importar el viento o el sol. Por otro lado, la ruptura del suministro de gas, y sus precios fuera de quicio, fomentan una resurrección del carbón en Europa, el combustible fósil más dañino para la salud y el clima, y quitan incentivos a los países que lo mantienen como parte de su estrategia.

El tercer grupo de expertos del panel de ONU sobre cambio climático, el IPCC, publica este lunes sus conclusiones sobre cómo mitigar el calentamiento global, un fenómeno que, en última instancia, genera y agrava los problemas que ya afronta medio mundo por culpa de la agresión rusa: falta de suministros básicos, inseguridad alimentaria, racionamientos e inestabilidad. En su primer análisis, de agosto de 2021, se dejó claro: el mundo cuenta con un lustro para un cambio de rumbo radical que esquive los peores escenarios. Sin embargo, decenas de países se preguntan, en estos días, si se puede retrasar aún más el fin de uno de los peores agresores: el carbón.

La intención de la Unión Europea es clara: muchas más renovables y mucho más rápido para evitar tener que comprar gas y otros combustibles fósiles a Rusia. España recogió el guante: en el decreto del pasado miércoles, el Ministerio para la Transición Ecológica eliminó trabas burocráticas y agilizó los permisos ambientales para eólica y fotovoltaica, que no están al ritmo adecuado para cumplir los objetivos de 2030. Sin embargo, las instalaciones no se levantan en un día. Es mucho más rápido, e infinitamente más lesivo, volver a reactivar las centrales de carbón que agonizaban en el continente.

Alemania, que prepara un posible racionamiento por su brutal necesidad de gas ruso y la exigencia de Putin de que se abone el combustible con rublos, está buscando contar con reservas estratégicas de carbón para poder quemarlo en las centrales térmicas que le quedan. En el país germano, las competencias de energía están más cedidas que en España a sus regiones, los länders. Y algunos como Baja Sajonia son claros. "Si queremos ser más independientes, tendremos que operar con carbón", dijo su ministro del ramo, Olaf Lies, y recoge Euractiv.

Francia, que ha hecho gala durante décadas de su soberanía energética por el uso masivo de la energía nuclear a través de una empresa pública, también pasa por dificultades. Aunque no necesite tanto gas para generar electricidad, su escasa implantación renovable se ha sumado a los parones, programados e imprevistos, de varias de sus centrales atómicas. Ya antes del estallido de la guerra, el Gobierno galo se planteaba flexibilizar el límite a la producción que tienen en el país las térmicas para poder operar. En Reino Unido no se habla de carbón, pero sí de gas propio: el fracking, la ruptura del subsuelo para obtener combustibles fósiles, se paró en 2019 por el miedo a terremotos y ahora podría volver, aunque hay dudas sobre la rentabilidad de las reservas bajo las islas.

En España, como muestra Red Eléctrica, la actividad de las centrales de carbón no ha dejado de aumentar desde la crisis del gas, con As Pontes (A Coruña) y Litoral (Almería) como protagonistas. No por una cuestión de seguridad de suministro, como en Alemania, sino por negocio: a las grandes eléctricas generadoras les empieza a salir más a cuenta quemar lignito que quemar metano, a pesar de que ningún combustible fósil está especialmente barato. Sin embargo, el país parte con ventaja con respecto a sus vecinos europeos: Argelia sigue mandando gas, los metaneros siguen llegando a los puertos y la capacidad renovable es notable.

A pesar de la resurrección, la situación energética en Europa es muy distinta a la de otras latitudes. En la mayoría de los países, exceptuando a socios comunitarios del Este como Polonia, la potencia de las centrales térmicas de carbón no ha dejado de decrecer y cada vez se genera menos electricidad en base a este combustible. Sarah Brown, analista del think tank europeo Ember Climate, explica a infoLibre que, sin embargo, aún hay muchas dudas sobre cuánto durará este aumento y qué consecuencias traerá a largo plazo, a pesar de que sea coyuntural. "Es muy posible que el cambio de gas a carbón dure más tiempo debido a la necesidad de disminuir la demanda de gas por razones financieras y geopolíticas. Que esto comprometa o no las metas y objetivos climáticos depende en gran medida del tiempo que dure. En última instancia, la UE debe reducir toda la demanda de combustibles fósiles y acelerar la transición limpia. Nunca ha sido tan necesario y urgente".

Sin embargo, potencias del que otrora se conocía como "segundo mundo", como China e India, planean emitir más CO2, y no menos, durante las próximas dos décadas. Y el carbón tiene mucho que decir en ello.

Las diferencias entre los dos bloques fueron evidenciadas durante la pasada cumbre del clima. Estados Unidos y la Unión Europea defienden la neutralidad climática (emitir tan poco CO2 que se compense con la absorción) en 2050, pero con políticas y objetivos a medio plazo que no son coherentes con la meta. China, la mayor emisora en términos absolutos, defiende una industrialización basada en el dióxido de carbono en las próximas décadas, porque –argumenta– tiene derecho a vivir del extractivismo que disfrutó occidente en el último siglo: pero lo compensará, dice, con una meta de cero emisiones netas en 2060 que podrá cumplir, sin promesas vacías, gracias a su economía centralizada.

Los últimos acontecimientos no han hecho sino reafirmarse a China. Solo en 2022, el gigante asiático ya ha aprobado cinco nuevos proyectos de centrales térmicas y tres proyectos de minas. La política energética china en base al carbón "será difícil de cambiar en el corto plazo", aseguró el presidente, Xi Jimping. A largo plazo, nada ha cambiado. Pero la atmósfera tiene inercia y, como insiste el consenso científico del IPCC, es más fácil, barato y seguro reducir emisiones en los próximos años.

En base a la última evidencia de la organización Global Energy Monitor, las minas de carbón son las mayores emisoras de metano, un gas de efecto invernadero que dura menos en la atmósfera que el CO2, pero con un potencial mucho mayor para calentar el planeta. En China se concentra el 73% de la expulsión de este gas procedente de las extracciones de carbón, y en base a los planes del Partido Comunista, va a ir a más. Hay puntos de no retorno que no pueden esperar a 2050 ni a 2060. El fin de las tierras permanentemente heladas del norte de Europa se espera para 2040, según el último estudio publicado por Nature, y podría expulsar en la atmósfera 39.000 millones de toneladas de dióxido de carbono adicional.

El aumento en el uso de combustibles fósiles y de las emisiones no ha sido generado solo por la guerra. En su revisión de 2021 publicada este pasado marzo, la Agencia Internacional de la Energía (IEA, siglas en inglés) confirmó lo que ya habían apuntado otros estudios: las emisiones durante el pasado año no solo fueron mucho mayores que las de 2020 (obvio, debido al estallido de la pandemia) sino mayores que las de 2019: un efecto rebote. "La recuperación de la demanda de energía en 2021 se vio agravada por el clima adverso y las condiciones del mercado energético, lo que provocó que se quemara más carbón a pesar de que la generación de energía renovable registró su mayor crecimiento anual histórico".

El mismo organismo es el que señaló, en sus indicaciones de hace unas semanas para desengancharse del gas ruso, que una mayor ambición en este sentido necesitaría de la vuelta del carbón. Es coyuntural, insisten analistas y políticos: pero el cambio climático ya no espera ni entiende de treguas ni de guerras.

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