‘Cinco lobitos’: nacemos, nos damos golpes y morimos

Póster de la película 'Cinco lobitos'.

Dice Carla Simón (aún en cartelera con Alcarràs) que le gusta pensar que está pasando algo a nivel colectivo en el cine español. “Está siendo muy diverso, hay gente con mucho talento y está subiendo una nueva generación”, opinaba recientemente en su conversación con Desirée de Fez en el podcast Reinas del grito.

La directora de Verano 1993 forma parte de esa revolución a la que podríamos llamar la generación del amuleto, haciendo referencia a la tradición que comparten algunas de las directoras que han ganado el Goya a la mejor dirección novel en los últimos años. Dicho amuleto es la foto de una estatuilla que Paula Ortiz le mandó por whatsapp a Arantxa Echevarría, y esta a Belén Funes, quien a su vez se la trasladaría a Pilar Palomero. La última en recibir la foto en su móvil fue Clara Roquet, que en febrero ganó el cabezón como ya habían hecho todas las mujeres receptoras de tan misterioso regalo (curiosamente Ortiz, dueña del amuleto físico, no tiene ningún Goya).

Alauda Ruiz de Azúa podría ser la próxima en recibir esa foto (y por ende, el premio de la Academia). Su ópera prima, Cinco lobitos, entra dentro de esta corriente que nos ha dado algunas de las mejores películas españolas recientes (Carmen y Lola, Viaje al cuarto de una madre, La inocencia, La hija de un ladrón, Las niñas…). ¿El verdadero amuleto? La apuesta decidida, valiente y con presupuestos dignos por un cine actual, personal y femenino por parte de productoras y distribuidoras independientes como Avalon y BTeam Pictures.

Cinco lobitos, la historia de una madre primeriza de 35 años (Laia Costa) que recurre a la ayuda de sus padres (Susi Sánchez y Ramón Barea), tiene cosas en común con muchas de esas óperas primas: es una película profundamente intimista, basada en las vivencias reales de la directora, que también firma el guion, y lo novedoso está no tanto en su mirada, deudora de muchos autores naturalistas, sino en dónde la sitúa. También hay un espíritu reparador que busca cerrar las heridas de la infancia y acercarse de alguna forma, aunque sea a través de la ficción, a los padres. Más concretamente aquí, como en las películas de Celia Rico Clavellino y Palomero, a la madre.

Hay dos partes muy diferenciadas en la película, tanto por los lugares donde ocurren como por los temas que se exploran en ellas. En la primera vemos a una mujer sobrepasada por las necesidades de su hija recién nacida, con el conflicto añadido de que quiere volver a trabajar cuanto antes para ser algo más que una madre. Aquí hay una mirada honesta y desidealizadora de la maternidad, aunque sin acercarse a la exploración venenosa de Maggie Gyllenhaal en La hija oscura.

Esta primera mitad es especialmente claustrofóbica y sofocante por el zulo típicamente madrileño, pequeño y oscuro, en el que viven la protagonista y su novio. Ruiz de Azúa también comparte con muchas de sus coetáneas una conciencia de clase que si bien no es explícita sí da forma al relato. Funes retrató con una precisión aplastante las consecuencias psicológicas de nacer en la clase obrera; el piso al que tenía que volver Anna Castillo en Viaje al cuarto de una madre era definitorio de un estatus, de clase media baja y de provincias; y en Las niñas a la protagonista no le faltaba de nada porque esa madre soltera interpretada por Natalia de Molina se mataba a trabajar. De la misma forma Amaia, el personaje que interpreta Laia Costa en Cinco lobitos, es una joven autónoma que llega a duras penas a fin de mes traduciendo textos, cuyo novio trabaja en el teatro cuando puede, y tienen que contar cada euro que se gastan: ninguna de estas mujeres sería la misma, ni tendría los mismos problemas, si les sobrara el dinero.

Cuando Amaia se ve definitivamente arrasada por las circunstancias, acaba esa primera parte y Ruiz de Azúa nos saca del opresivo centro de Madrid; entonces le insufla a la película aire y luz gracias al traslado a ese pueblo costero del País Vasco. Un concepto, el de volver a lo rural y a la casa materna, que se nos ha pasado por la cabeza a muchos de la generación de Amaia, y más tras la pandemia. 

Aquí empieza otra reflexión que ensancha las fronteras de lo que es maternidad, pues Amaia aprenderá a la vez a ser madre de su bebé y de sus padres. Hay en Cinco lobitos una idea interesantísima sobre la vida como un ciclo inevitable en el que están atrapados nuestros cuerpos. Cuerpos frágiles y falibles, tal y como los filma la directora: la primera imagen de la película muestra a una Laia Costa pequeña, impotente, con su hija en brazos. Al final, el cuerpo de otra madre es el que habrá sucumbido. Las personas empezamos dándonos hostias contra el suelo al caernos de la cuna, y acabamos en otro tipo de cuna, representada en el plano increíblemente lúcido de esa cama con paredes en la que acaba la abuela.

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Es un placer que Laia Costa haya encontrado por fin en España una película a su altura, después de haber filmado en Alemania Victoria, una de las mayores locuras del cine europeo de la pasada década, e irse a intentar hacerse un sitio en el cine indie estadounidense. Pero son Susi Sánchez y Ramón Barea los que brillan interpretando a esos dos padres vascos que Ruiz de Azúa escribe con una vida interior tan compleja y tumultuosa.

En concreto, Begoña es un personaje secundario que acaba comiéndose la película, quizá en parte por “culpa” de la potencia interpretativa de Sánchez, una de nuestras mejores actrices vivas. Mientras la hija lucha por mantener su identidad y su vida cuando llega el huracán bebé, la madre le enseña que ser madre, al menos para ella, ha sido ceder y ceder, negarse una vida propia para dársela a su hija. Y eso es casi el punto de partida, porque el viaje de Cinco lobitos va mucho más allá, y nos lleva a lugares emocionantes y reveladores.

Cómo escribe Ruiz de Azúa este drama familiar, que se convierte en una tragicomedia llena de silencios dolorosos e incómodos y respuestas cortantes y graciosísimas, me recuerda a A dos metros bajo tierra, obra definitiva sobre la familia y la muerte. Temas, por otra parte, en los que Cinco lobitos se zambulle y bucea con gracilidad. Y la cineasta no se niega, ni a nosotros, el placer de escribir frases como esta: “Todas esas vidas que no vives son siempre perfectas, son ideales, pero en algún momento hay que vivir la que te ha tocado, hija”. Cuando uno la escucha suena sonrojante, quizá solo salvada porque la ha dicho Susi Sánchez. Pero después la recuerdas, cuando ya la película hace tiempo que acabó, y te arrasa repentinamente.

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